Su primera vez fue la vez soñada alguna vez por todos.
A lo lejos, el sol dibujaba con carboncillo un atardecer de ensueño; el viento había cesado ese roneo eterno que mantenía con la tarde, y el horizonte trazaba suspiros por los callejones de los deseos.
A lo largo del día, los nervios se habían apoderado de sus miradas, y los dos tenían grabado a fuego la hora de aquella cita en la que ambos iban a escribir -con la tinta de sus almas-, un nuevo episodio a su historia de complicidad.
Se anhelaban.
Se ansiaban.
Se apetecían.
Y ambos sabían que en el momento justo en el que las pieles comenzasen a descubrirse para compartirse, ya no habría marcha atrás; ni falta que les hacía.
Desde que se conocieron, sus huellas habían dejado de esquivar piedras y cicatrices, y las sonrisas se habían vuelto a reflejar en los costados de sus ilusiones.
Desde que se conocieron, la ilusión había silenciado a los reproches.
Y al pasado.
Y a los errores.
Desde que se conocieron, se sabían del uno del otro.
Pero necesitaban dar ese paso de manera conjunta, para así enterrar el miedo que les rodeaba los dos a la vez, justo en ese instante en el que la respiración comenzase a acompasarse, las manos se habrían de volver medio locas por sentirse y los besos fueran el punto y final de una partida que a los dos les estaba devolviendo la vida.
Y arropados bajo el susurro de las olas -que tal como llegaban se marchaban-, revestidos de una decena de velas encendidas y con los pies descalzados y envueltos en arena, ambos se buscaron y se dijeron por primera vez -bajo la atenta mirada de la luna-, … que se querían…
P.D. Artículo publicado en la Web "Capitaneados"
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