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Mostrando entradas de noviembre, 2018

Detalles..

Con los años, uno se va dando cuenta de que la vida es un regalo que el cielo nos hizo cuando menos lo esperábamos, y que deberíamos de disfrutar más de cada amanecer. Sobre todo, porque sin darte cuenta comienzas a acumular bajo la piel arrugas, cicatrices y olvidos que -a su manera-, van descontándonos el tiempo. Latidos, huellas, miradas; abrazos, despedidas, caricias; besos, silencios, lagrimas… Detalles, en definitiva, que conforman lo que somos, lo que vivimos, lo que nos queda por soñar. Detalles… Pequeños gestos que nos hacen el día a día más llevadero, menos impertinente, más generoso. Como esos mensajes que uno recibe cuando menos te lo esperas, a pesar de la lejanía o la ausencia, para saber de uno, para preguntarnos cómo nos va o para desearnos la mayor de las felicidades. Como esos pequeños sigilos que encontramos en medio de una bulla, de una cola, de un gentío , refugios que uno necesita para poder seguir persiguiendo sueños. O como cuand

Junto al fuego...

Ahora que el frío comienza a caminar descalzo por los pasillos de las casas, uno se siente feliz cuando la piel entra en calor en torno al crepitar de una chimenea. La lumbre prende de manera contagiosa. Los rescoldos se van desparramando. La madera suda su muerte, expira alientos negros y los ladrillos se tiznan de llamas.   Y créanme, no conozco a nadie en este mundo que admire, mire y disfrute más de un fuego como lo hace mi amigo Antonio Asenjo. No hay nadie que sea capaz de llorar con lágrimas de risas y provocar risas con sabor a lagrimas como lo hace mi amigo Nicolás Rubio si hay un fuego de por medio. Y no hay nadie que tenga el corazón más ancho, grande y sincero que mi amigo Fernando Aibar , un filósofo que tiene sangre de druida, un almizcate envuelto en entrega sincera. La AMISTAD es una llave que abre pestillos húmedos, desabrocha secretos de alcoba, orea recuerdos desvencijados por el tiempo… y jamás caduca. Si es sincera, se cuela por los

Anclado a tu mirada..

Te vi llegar a lo lejos, entre un murmullo de nervios y una alegría contenida en los labios y sin verte la cara, tu rostro me iluminó el corazón. Tu venías meciendo tu grandeza al compás del aire, ante una ciudad que se vio desbordada por tu nombre y con el eco del racheo de alpargatas y bambalinas que deshojan madrugadas cuando nadie las ve.     Yo era uno más entre la multitud congregada en torno a la ilusión de verte pasar, de rebuscarte en la sombra de los asombros que tu estela dibuja al caminar, de embriagarme de esa fragancia de Vida que tu palio destila cuando llega, se posa y se marcha navegando en un mar de latidos compungidos. Y eso hice… Verte pasar, rebuscarme en Ti, embriagarme de la esencia que desborda ríos, calles, soledades… Y esperándote con los pies cansados sobre el alambre de un anhelo, rastreé en los zaguanes de mi memoria y recordé esa décima que te escribí una tarde de Jueves Santo sobre una estraza de inquietudes. Entonces sólo