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Mostrando entradas de marzo, 2018

Dejadme soñar...

Dejadme soñar con un Hombre que hace más de dos mil años expiró por mis pecados y abrió con su mandamiento de barro -de par en par-, las puertas de los azahares y los racheos silentes sobre los adoquines de mi ciudad… Dejadme soñar con nazarenos saliendo de casa de sus padres, con bolas de aluminio solapadas a goterones de cera, con saetas que hacen que el aire guarde silencio y los balcones tiemblen entre quejíos … Dejadme soñar con izquierdos que se van tatuando en el recuerdo de mi infancia, con la bulla de Tornería, el abrazo de Pozuelo, la luz con sabor a oleo que la tarde dibuja sobre la calle Bizcocheros… Dejadme soñar con reviras en las que se concentran las cuatro estaciones del año, justo en ese instante en el que los cuatro zancos del paso se rebuscan por dentro… Dejadme soñar que me refugio, me amparo y calmo la sed que a veces me ahoga el día a día cuando bebo calladamente de una lágrima aguada… Dejadme soñar con una locura humillada por un sí qui

Me vacié...

Hace unos días, ante la mirada silenciosa de la Virgen de la Amargura, me vacié por completo. Dejé que mi voz se rompiera ante Ella... y ante Ella me rompí cuando no supe que más decirle. Me dejé el alma y la vida para componer un paseo por las entrañas de las lágrimas que Ella, y solo Ella, es capaz de provocar por mi rostro con tan solo nombrarla.   Desde el atril de la Parroquia de los Descalzos, viví algo mágico al leer y compartir los veintiún sonetos que desde esa noche se guardan en un pliegue de mis recuerdos. A los que me acompañasteis ese día, gracias por no dejarme sólo y llorar conmigo por la orilla de mis latidos. A los que me habéis visto a través de las redes sociales recitar versos, gracias por vuestro aliento. A los que de alguna manera habéis sido mis cómplices y mis confidentes durante la gestación de este reto literario, que sepáis que os debo varios cafés y decenas de abrazos. A José Blas Moreno… qué más quieres qué te diga... Gracias

La mujer...

Tengo claro que si le debo un gracias eterno a alguien en este mundo es a la mujer que durante nueve meses me llevo en las entrañas de su ser, y me dio el regalo más grande que una madre puede darnos: la vida. Nada de lo que sucede bajo el sol de mis días tiene sentido sin la mirada caliente de esa mujer que cada mañana, con sus achaques y sus arrugas gastadas, le echa un pulso al tiempo para ganarle la batalla a la rutina en el campo de las horas. No concibo la vida sin ella, y al mirarla, la vida pinta un arco iris de nubes blancas en su delantal a cuadros. Pero claro, detrás de su corazón de madre late su corazón de mujer, entregada, preocupada, valiente… que jamás consintió que nadie le dijera cómo deben de ser las cosas en su mundo, ese paraíso donde nacen la belleza y el silencio. Y es que la mujer no es la posesión de nadie, no es el capricho de nadie, no es la playa descalza donde el hombre deja anclada sus huellas de maldad… no… La mujer, simplemente,

40 días...

El calendario rachea sus días en torno al mes de marzo para ir, poco a poco, desabrochando su pecho y buscando versos para enamorar a la luna sobre el horizonte de los inciensos. Las nubes pasan por los alrededores de las iglesias y se santiguan ante los viejos azulejos, queriendo quedarse a vivir en el zaguán de la espera, de ahí que estén llorando como lo están haciendo en estos días. En las casas de los que somos cofrades, el café huele a torrija, las túnicas empiezan a bostezar sueños y se conjuga la mirada con el verbo “fe”, esa escama que nos hace diferentes ante el resto de los humanos. En las casas de hermandad, la plata se pone guapa, el ajetreo hace que se llegue al hogar de madrugada y el que se cree alguien en este orbe cofrade, empieza a dejarse ver para sentirse importante. El recuerdo subraya al hermano que falta, mientras que las sonrisas se comparten cuando una nueva huella se saca su papeleta de sitio. Los balcones blanquean sus barandas cantu