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Mostrando entradas de enero, 2018

Tranquilo Tino, te esperaré...

El “tic-tac” de mi reloj de pulsera se detuvo la otra noche, justo en el último quiebro de voz de la comparsa de Tino Tovar. Fue ahí, entre ecos de aplausos y lágrimas silenciadas cuando el jarró de agua fría busco mi espalda y reveló el secreto de que Tino necesita un descanso. Su mirada lo necesita. Su gente lo necesita. Y su tiempo lo necesita. Él mejor que nadie sabe del duelo que supone dibujar te quieros sobre el horizonte de lo marchado; sobre nostalgias recién embaladas; sobre una soledad que martillea las sienes de la memoria, de la piel, de los besos ardientes que ya uno nunca podrá recibir… Se va para perderse en los callejones de su infancia y abrir de par en par los recuerdos a su corazón herido y remendar las costuras de su ser. Se va para buscarse entre silencios de algarabía, para echar la vista atrás y para respirar en torno a las huellas del poeta que a día de hoy es, del hombre que hoy es. Se va para algún día regresar… o para regresar

Coloreada de espumas...

Soy carnavalero. Y lo soy todos los días del año. Los que me conocen de siempre, sufren conmigo esta pasión. Los que creéis conocerme, estáis a tiempo de sopesar si os compensa o no esta forma de vida. Después de muchos febreros y estribillos, admito que el carnaval es una forma de entender el mundo que me rodea. De ahí que suela ir por la calle con unos casquichis en los oídos y canturreando por lo bajini presentaciones y pasodobles, intentando evadirme de la maldad que me rodea y espantando los males que me acechan. Es un veneno y una forma de querer a Cádiz, esa ciudad cuyo horizonte se camufla con la luz de la tarde para seguir sobreviviendo. Es una forma de escuchar al corazón del viñero, el latido del beduino, el sentir del que lleva sobre su piel el tatuaje invisible de amar y ser amado en un rincón de piedra, de sal y de espuma como el que conforma la tacita de plata. Es sentir el susurro del levante, bucear en las azoteas tendidas de las preocupacion

El Cartel...

La luz del Martes Santo suele reflejarse en las capas negras de los nazarenos de los Judíos de San Mateo cuando el sol comienza a deshojarse por la anchura amurallada de la ciudad. A esa hora, hace calor, se tiene sed, y por los aledaños de Santiago las ramas del olivo se turnan en las ventanas del templo para ver pasar a una de las grandes arterias de fe que la ciudad tiene en sus adentros.   Fe que tiene nombre y apellidos, los que conforman el listado de hermanos que, en la negrura de sus silencios, van caminando por la baranda de las huellas de la tarde, desmadejando esas promesas de alcoba que sólo se calman cuando los sueños son velados por una papeleta de sitio ya pagada. El que acude a ver a la hermandad de Los Judíos se detiene ante un hormigueo en el alma, ante una raya bicolor en el cielo, ante un chorro de vida cuando la vida suspira,  desesperadamente,  clemencias entre chorros. Clemencia… esa palabra que pide el Señor del barrio ajusticiado por el abandon

El mejor regalo..

Al menos unos cuantos días al año, la vida se toma un respiro entre las hojas del calendario, y pide envolver sus horas entre fríos, brindis y regalos de papel. Ya saben, una noche se celebra que Dios vuelve a alumbrar los cielos; otra noche nos tomamos las uvas en familia y una mañana todos volvemos a ser como niños al levantarnos de la cama.   Y en medio de toda esta marabunta de esperas, uno recibe decenas de mensajes, unos brotados del fondo del corazón y otros impostados por la costumbre, oliendo cada coma a falsedad y compromiso. Llegan estos días y nos empeñamos en quedar bien con los demás, en pretender agradar a todo el mundo, en buscar la sonrisa y el afecto en los que tenemos cerquita de casa y lejos de nuestra barriada,… ¿y el resto del año? Creo que nos iría mucho mejor si el resto del año también nos mirásemos a los ojos y alzáramos nuestras copas por nuestras preocupaciones, nuestras ilusiones, nuestro día a día. Al fin y al cabo, somos el mejor r