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Mostrando entradas de noviembre, 2019

Un carnaval eterno...

La vida es un regalo. Es un acorde de guitarra. Es una bola de cera desgastada por los años. La vida se puede resumir en una cuarteta de carnaval. Y si esa cuarteta se escribe con el compás que ofrecen dos miradas que se quieren, se respetan, se aman.. el eco de ese carnaval retumbará por siempre en el teatro de los sueños. Sueños cocinados entre fogones de risas, con el fuego bajito y lento, y un vino descorchado encima de la mesa esperando a ser compartido.. Sueños envueltos en torno a esos abrazos que alejan del frío y ahuyentan a los miedos, a la soledad, a las penitas que se cuelan sin previo aviso por las rendijas de la tarde.. Sueños que se tejen con el hilo de las palabras susurradas; que se acunan entre sábanas sudadas; que se alcanzan con esfuerzo, constancia y fe. Mucha fe. Esa es la mirada que todos ansiamos perseguir bajo la lluvia o encontrar entre una turba adormecida de inciensos, y convertir cada uno de los besos que nos queden por robar en harapos de le

La soledad de Tu mirada..

        Sin darnos cuenta, noviembre encendió hace unos días los braseros de picón entre bostezos de luna y comenzó a deshojar fríos de escarcha junto al calor de los abrazos. La luz de la primavera aguarda paciente en un zaguán del tiempo a desvestirse de tarde, y las calles de la ciudad  agiraldada  desandan las baldosas de los recuerdos a estas horas para secarle las penas a la  Amargura … Secarle las penas a la  Amargura .. bendita quimera de cofrade… Porque nadie puede secarle las lágrimas al eco mudo que respira soledades tras los muros de San Juan de la Palma. Ni siquiera ese Discípulo Amado que estos días acomoda sus silencios tras los cierros de su  sevillania  y que, cuando el cerrojo de la iglesia enmudece, corre despavorido hasta donde  Ella  remienda tinieblas y letanías para envolverla con las manos, con el alma, con la palabra ausente y callada. Pero es que en torno a  Ella  todo sabe a tinieblas y a letanías; todo huele a quebrantos y a preocupaci

Patrimonio Inmaterial...

Ahora que noviembre se apresura a arrancar hojas del calendario y que el frío se va desperezando por las rendijas de la noche, uno siente que vivir tras las fronteras de  Jerez  es un verdadero lujo. Siempre lo he sentido así. Siempre he presumido de ello. Y, sobre todo, siempre se lo he confesado a los vientos.  Y esos vientos, que son los encargados de ir moldeando lienzos, espadañas y rincones, también son los encargados de acariciar con mimo esos otros patrimonios inmateriales que están ahí y que nos hacen ser poderosamente ricos. Patrimonio  como esas nubes blancas con sabor a castañas asadas que salpican las esquinas de la costumbre o esas voces que ensayan villancicos para acunar un año más la llegada del  Niño Dios. Patrimonio  como esos ecos que el tiempo cose a sus entrañas cuando una guitara llora compases flamencos o una saeta se acomoda sobre el alambre  cuaresmado  de un puñado de adoquines. O  patrimonio  como el que se cuece a fuego lento tras los muros d