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Mostrando entradas de diciembre, 2017

Tic-Tac...

Ahora que miro la última hoja del calendario de este año 2017, y no tengo que coger el rotulador rojo para tacharla, sino más bien puedo arrancarla y enviarla al cajón de los olvidos, me van a permitir que repose mis pensamientos y los comparta en este rincón juntando letras. Ante que nada, quiero pedir disculpas por las veces que he metido la pata, por las veces que me he ido de los sitios sin decir adiós, por las veces que he preferido callar y salir huyendo por la gatera de los silencios. Soy humano, y mis errores se cuecen a fuego lento. Aun así, si alguien se sintió ofendido, inclino mi cabeza y le pido perdón por contener latidos de barro y carne. De igual manera, quisiera agradeceros a muchos que siempre estáis ahí los alientos que me dais, los abrazos que me regaláis sin tocarme, las muestras de cariño que me dispensáis. Sentirse querido es el envoltorio que la vida nos regala cada tarde. A mis enemigos, deciros que hagáis sitio, que la lista sigue aumentando.

La luz del mundo...

En un par de horas el mundo asistirá de nuevo al nacimiento de la luz con la que se maquillan de sonrisas los horizontes, las montañas, los mares… Y lo hará como cada 24 de diciembre, en un portal pequeño, sucio, alejado del ruido y rodeado de ruidos lejanos, justo cuando un gallo entorne los ojos y unos pastores sientan escalofríos en la mirada. Como cada año, sus padres le pondrán por nombre Jesús. Su madre llorará por las esquinas del tiempo durante tres décadas para quedarse seca y sin lágrimas al leer el penúltimo verso de las Sagradas Escrituras, y su padre terrenal callará disimuladamente sus dudas de fe, entre astillas y clavos con sabor a muerte. Hoy nace de nuevo Jesús de Nazaret. El Hijo del Carpintero. El Mesías esperado, barnizado de piel y huesos. Pero para este escribano de barro que sólo sabe juntar letras hoy nace al mundo el alfa y el omega de sus suspiros. Aquél en el que creo de manera confiada; con el que me cabreo cada tres por cuatro; el qu

Y diciembre te trajo...

Y diciembre te trajo de nuevo al barrio de la Albarizuela, entre fríos y gargantas rotas, entre panderetas y listas de regalos de reyes, entre días finiquitados en el calendario y rezos deshilachados de espera. Las paredes se pintaron coloretes de zambombas en sus calichas. Las flores se perfumaron con olores a primavera. Las huellas de los que días atrás te buscaron en la nada sonreían al mirarte, entre la multitud, cogiendo cita para dar un paseo a solas de tu mano. Has regresado a casa en las vísperas de tu parto, en las excusas de las comidas en familia, bajo la lluvia de felicitaciones y deseos nacidos en una esquina del corazón, y has llegado con los barnices despejados, las pupilas afligidas y las manos envueltas en pañuelos de paz, consiguiendo en un par de horas que la paz y las aflicciones se despejaran de un plumazo al tenerte cerca, sentirte cerca, respirarte cerca.  Qué difícil es explicar una ausencia que desemboca en los labios, y qué fácil es ll

Lágrimas de Esperanzas...

Qué curioso resulta saber que, al cerrarse la puerta de tu casa, justo cuando las velas de cera silencian sus llamas y se dibujan con tiza blanca los aromas de las sombras, tu Hijo, ese manantial enterrado en maderas y clavos se despierta del sueño eterno y por tus mejillas comienzan a sangrar lágrimas de esperanzas. Es algo que sucede cuando nadie os ve, cuando la noche cabalga a lomos de la luna, cuando os sentáis los dos en un frío banco de San Juan de los Caballeros y un vaso de leche es testigo de ese amor que por nosotros os hizo y os hace sufrir, perpetuamente, por los pasillos del tiempo. Siempre he sentido esto que ahora te cuento cuando pronuncio tu nombre, Virgen de las Lágrimas, y esas silabas tienen eco de llanto, cobijo de llanto y sabor a llanto. Llanto amargo. Llanto ácido. Llanto incontrolado. Llanto agrio. Llanto roto. Llanto fracturado. Llanto triste. Llanto de tormentas. Llanto inacabado. Un llanto de esos que uno busca entre prisas y no

Si están Ellas...

Que Jerez es una ciudad de contrastes es algo que los adoquines de este bendito rincón llevan cosidos a la argamasa de sus huellas. Es dura consigo misma. Es experta en tirarse piedras sobre su tejado. Es única a la hora de hacerse daño. Parece que le gusta ahondar en la pena, cuando la pena es que no ahonde más en gustarse tal y como es, tal y como la parieron, tal y como la concibieron los vientos, las aguas y los jerezanos… esos convidados de  piedra que son expertos en mirar para otro lado. Pero no está todo perdido detrás de nuestras fronteras mientras que el cielo nos regale guiños de Amarguras y Esperanzas. Una reinó en la tarde del viernes, a pesar del alumbrado, el ruido infernal y los ávidos de zambombas; la otra despertó a la mañana del domingo como sólo una Madre sabe apaciguar a los sueños: susurrando nanas con sabor a caricias. Una me tiene el corazón a medio deshojar, a medio escribir, a medio suspirar; la otra tiene pendiente una cita conmigo, a

Vayan a su encuentro...

Hay una calle en Jerez, plagada de adoquines y sombras, que guarda en los escombros de las tardes el nombre de una dolorosa que no llora, agrieta de llanto los atardeceres. En esa misma calle, justo cuando la primavera anda pariendo azahares, es donde la grandeza de lo cotidiano se ha vuelto costumbre, es donde los hambrientos de fe calman sus dudas silabeando sonetos a medio voz, y es donde los azulejos de los apellidos son una cornada abierta a los recuerdos, a las nostalgias y a las hogueras donde el orgullo quema sus raíces. Y es precisamente en esa misma calle, levantada entre medinas y huellas descalzas, donde este escribano de barro suele posar la mirada sobre una reja de capirotes azules, precisamente cuando el ajetreo del día a día solo me da para nombrar a Dios entre un arrastre de prisas. Es lo malo de tener prisionero al tiempo en un reloj de pulsera. La calle, las sombras, los azahares... todo es un lienzo que Jerez tiene en la alacena de sus costuras, y presume