Cádiz,
ven.. déjame que te tome de la cintura para dar un paseo por la orilla de tus
susurros, y permíteme que dibuje sobre la caricia de cada ola la historia de un
niño que se hizo grande entre cobardes
y milagros.
Prometo que no te
entretendré mucho..
Sé que llevas unos días
cosiéndole al atardecer sombras y ecos donde los suspiros pedirán perderse
entre tipos y coloretes; sé que estas sacándole brillo a los zaguanes de las
casapuertas para que las voces que hablan por ti contagien de vida a propios y
a extraños; sé que te están dejando reluciente ese castillo de papelillos donde
las ilusiones se maquillan con esperas y nervios;… pero yo necesito contarte la
historia de uno de los tuyos.
Así que, descálzate y ponte
cómoda..
Se trata de uno de esos
requiebros al que tú le distes la
vida -un mes de febrero-, y que nació con el don de quererte y de llevarte
entre sonrisillas por todos los
confines del mundo.
Se trata de uno de esos
locos de atar que doremifalosean por tus calles y que
bajo los acordes de sus circunstancias te canta nanas para que te quedes
dormida entre sus brazos.
Se trata de un miserable que en la trinchera de sus latidos cuenta piropos,
calabazas y amistades perdidas… pero
al que le faltan dedos para recontar premios.
Ya sabes de quien te
hablo, ¿no?..
Pero Cádiz, léeme con
calma los labios.
Estos premios de los
que te hablo viven alojados en el respeto, en el cariño y en la admiración que
tantos y tantos y tantos seguidores le tenemos a alguien que se apellida El Niño y dice llamarse Martínez Ares.
Premios que se quedaron
a vivir unos cuantos años en el altillo de las nostalgias y que una ventolera de trece años hizo que
recobrarán vida en las gargantas no solo de hombres escogidos, sino en la
batalla que cada día miles de aficionados tienen en sus propias casas y que no
entenderían cómo siente el mes chiquito sin las uñas y dientes de una rumba
de fuegos envenenados.
Cádiz… sabes que te
amo.
Qué eres mi refugio y mi
paraíso. Mi pasión y mi locura. Mi acierto y mi desvelo…
Pero si te quiero como te
quiero y te necesito como te necesito es por culpa suya, ya que yo mismo he
sido un pirata que cada tarde ha
surcado las entrañas de tus calles en busca de un mar de carnavales.
Yo mismo me he creído
que era un revolucionario al cantar
historias de amor con una venda en los
ojos por ti.
Yo mismo me pierdo en
ti y en ti vuelvo a encontrarme cuando el sol se aleja de tu mirada y un brujo se despide de él canturreando
coplas cocinadas bajo el caldero de un pito de caña.
Cádiz, por culpa de ese
último romano nacido en el barrio de Santa María yo soy de ti, y soy de él, y
soy preso de tu carnaval,…
Así que, para uno que
te cuida, cuídamelo.
Para uno que te quiere,
quiérelo.
Para uno que te enamora,
enamóralo.
Deja que te cante, que
te diga, que te zarandee a su manera..
Niégale el premio de
tus labios cuando se equivoque,.. pero arrópale el alma cuando te desarme por
dentro; sabes que cuando eso pasa, tú misma pintas sobre la arena de tus
amaneceres el cosquilleo de su nombre.
Así que, haz que poco a
poco se olvide de ese manojo de llaves que un día silenció el mar de sus coplas,
y ve murmurándole al oído que su legado es eterno.
Al igual que tu luz,
tus sombras, y tu febrero… y al igual que su última comparsa escrita por y para
Ti: La Eternidad.
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