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Mostrando entradas de junio, 2020

Campeones, ¡¡mil GRACIAS!!

           Como muchos de ustedes saben, soy  maestro escuela  por vocación. Y a pesar del estado de alarma, y de haber estado alejado varios meses de la escuela y de mis alumnos, les he seguido enseñando. Y lo he hecho a través de pequeños videos que cada semana fuí subiendo a mi propio canal de  YouTube , con la única pretensión de que mis pupilos movieran sus esqueletos y que de vez en cuando se acordarán de su profesor de  Psicomotricidad. Con la perspectiva que da el tiempo, pudiera parecer fácil y cómodo lo que hice, pero créanme que no lo fue por varios motivos. El  primero , me da pavor ponerme delante de una cámara; lo mío siempre fue la radio y juntar palabras al caer la noche. Segundo , porque no sabía si esa forma de enseñar podría gustar, molestar o pasar desapercibida. Y  tercero , porque mi zona de confort era tan grande que me acostumbré a vivir en ella sin ni siquiera molestarme en abrir las ventanas. Pero con el confinamiento algo tenía que hacer. No me podía quedar d

Grita..

Grita cuando tengas miedo. Cuando sientas que la vida no vale nada. Cuando veas que un grito es la única forma de liberarte. Soltar amarras. Y liberar a tu piel.   Grita y deja que tu voz te rompa y desgarre en mil pedazos los resquicios del silencio. Grita hasta quedarte afónico. Grita con tanta fuerza que hasta el eco que llevas alojado en tu interior sonría de complicidad cuando lo hagas.   Grítale a la luna cuando la veas aparecer por tu ventana.   Grítale a las calles cuando las recorras de esquina a esquina.   Grítale al mundo cuando el mundo te de la espalda.   Sabes hacerlo. Desde pequeño lo llevas haciendo. No lo has olvidado. Así que…   Grita. Date el gusto. Coge aire. Abre los brazos. Cuenta hasta cinco, diez. Y expúlsalo con tanta fuerza que te duela el alma y los sentidos al hacerlo. Reponte del esfuerzo. Y vuelve a la carga antes de que el tiempo se reponga del susto.   A veces, un gesto tan sencillo como gritar puede ahuyentar a tus demonios. O al menos, dejarles claro q

Mi Dios..

El  Dios  al que yo rezo cada noche no tiene rostro. Ni siquiera tiene piel. Y ni mucho menos desprende aromas. Pero su sombra cobija todos mis latidos desde antes que mi corazón empezara a latir. Él  sabe de mi todo lo que yo no se de mi mismo. Sé que existe porque existo yo, con mis bolsillos llenitos de moratones y estos ojos verdes que  Él  me regaló hilvanados con algunas luces remendadas por el atardecer. En nuestros diálogos a oscuras, yo le cuento, y  Él  me escucha. Yo me enredo entre silencios de alcoba, y  Él  me desenreda los suspiros en ventanales de esperanzas. Yo me callo, y  Él  me habla. Sin levantar la voz. Con las  Palabras  escogidas. Con las señales pintadas en el aire que a los dos nos separa… o a los dos nos une… depende del día, del momento, del rezo. Siempre lo he sentido galopar por mis miedos, esos que anidan en la boca del estomago cuando el hambre grita sus temores por los pasadizos del tiempo. Y siempre viene a mi encuentr

Escribir..

Tras dejar que la lluvia empapara los cristales y las bocacalles comenzaran a oler a tierra mojada, el pequeño aprendiz de escribano se sentó frente al folio blanco. De fondo, el tictac de un reloj jugueteaba con el silencio. -        Llevo observándote un buen rato -dijo el maestro -, y apenas has garabateado una palabra. El aprendiz de escribano levantó la cabeza, clavó sus ojos en los del maestro , y a duras penas contestó. -        No tengo nada que contar. Que describir. Que relatar. Siento que he perdido magia. Que las palabras me han abandonado. Que no merece la pena juntar palabras para que nadie las lea. Que quizás va siendo hora de cerrar el tintero de los sueños… El maestro , mesándose la barbilla, dejó que el aprendiz terminara su relato. Se levantó de su viejo sillón orejero. Se acercó hasta la ventana. Prendió sus manos tras su espalda. Y de manera pausada, dijo. -        Si no sientes la necesidad de escribir, deja el folio en blanco. Si no t