Se hizo esperar su llegada, pero los pies degastados de Jesús Nazareno ya están presidiendo de nuevo los rezos por Cristina.
Al verlo otra vez postrado en aquella casa, resonó en mi memoria a qué sabe la espera de una promesa, recordé a mi abuela Teresa y le di las gracias eternas a mi madre por haberme parido jerezano.
Al acercarme a aliviar mis penas en el túnico de sus lamentos, mi piel fue recorrida por nervios, por abrazos, por pellizcos de tantos hermanos y devotos que clavan a diario sus rogativas en unas aves frías que protegen mejor que nadie su encorvado cuerpo.
¿Quién no le ha rezado alguna vez a Jesús Nazareno?
¿Quién no conoce a alguien de esta singular Hermandad?
¿Quién no entiende sus formas y sus maneras, y pasado el tiempo las acepta y las hace suyas?
Por San Juan de Letrán sabían del regreso del Hijo Pródigo, y con mimo colorearon hasta las humedades con aromas de festejos.
Y hasta esa casa fui, poniendo rumbo a mis huellas para un nuevo encuentro con ese Padre que prefiere quedarse en esta tierra a estar vagando por el más eterno de los cielos.
Al verlo de lejos, supe que Él me estaba esperando.
Aceleré el paso, lo busqué entre la gente y en el dintel de la puerta me quedé, sin hacer nada.
Sin intentar nada.
Sin perseguir nada,…
excepto dibujar mis suspiros en el aire.
Desde pequeño siempre me ha impresionado, siempre me ha empequeñecido, siempre me ha dolido… sobre todo esa postura suya con la que carga con la cruz de nuestras faltas, conmoviéndome esa expresión de fatiga y de muerte que se le refleja en su rostro escarnecido.
Lo tengo delante y no soy capaz de mirarle a la cara porque siento que lo he negado más de tres veces; porque no he querido saber nada de Él cuando mis días se han posado sobre alfombras de felicidad; porque dudo mucho de que yo perdone a mis iguales setenta veces siete… tal y como hace Él antes de expirar cada tarde por mis pecados.
Lo tengo delante y no soy capaz de mirarle a la cara porque he descargado contra su templanza mi rabia; porque he escupido sobre su sombra, manoseado su nombre, esquivado su piel cada vez que una piedra en mi camino me ha hecho tropezar; porque he apartado el cáliz de sus moratones y vendido su estampa por menos de treinta monedas... más veces de las que me hubiera gustado.
Lo tengo delante y no soy capaz de mirarle a la cara porque las espinas de su sien atraviesan mis palabras…
Pero en este último encuentro, tras su restauración, los latidos de mi corazón me dijeron basta, gritándome que me acercara hasta perderme en su martirio, haciendo que las miradas guardaran silencio.
Y lo guardaron…
En ese momento, mi alma comenzó a secar surcos de sangre.
Las cadenas comenzaron a soltarse.
Las propias sombras se desangraron entre arrullos de secretos.
Y nos bastó un simple guiño para ajustar cuentas, esas que ambos escribimos sobre pergaminos morados; y fue entonces cuando le dije aquello de…
La noche de mi pregón
te conté con voz bajita
estando de Ti, cerquita
desnudé a mi corazón...
contando cada renglón
de mi túnica morada
la eternamente hilvanada
a recuerdos y latidos
a silencios y suspiros
del eco de madrugadas.
La noche de mi pregón
nos bastó un par de miradas
cogidas sin más, cazadas
del fondo de la ilusión
sabiendo que la razón
pierde los cinco sentidos
al verte sufrir sin ruidos
con la cruz de mi carey
la que grita que eres Rey
y el mejor de los nacidos.
La noche de mi pregón
yo te conté tantas cosas
volviendo la rima en prosa
dibujando así el balcón
de Teresa, mi pasión
la que cuida de tus males
cada vez que de aquí sales
yendo contigo hasta Triana
resonando las campanas
entre purezas y ruanes.
La noche de mi pregón
mi infancia fue una cuaresma
que al fin convocó respuestas
a nudos de mi cordón
dejando en este borrón
ante la luz que más brilla
en tu casa, mi capilla
curas para mis heridas
en la vida, florecidas
si no escuchan tus horquillas.
La noche de mi pregón
te ofrecí mi alma, sin mudas
mis pecados, con sus dudas…
dejé hablar al corazón
y éste encontró el eslabón
que arrebató las espinas
de este atril, de esta esquina
donde encuentro mi camino
este bendito destino
que es tu casa de Cristina.
Bienvenido a casa, Nazareno.
P.D.: Cuando Jesús Nazareno regresó a casa tras su última intervención por parte de Pedro Manzano, allá en Triana, la Hermandad de Cristina invitó a una serie de pregoneros a que le dieran la bienvenida.
Estas son las palabras que le dediqué como pregonero suyo que fue en el año 2012.
Un lujo haber formado parte de elenco de escogidos.
Comentarios
Publicar un comentario