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Mostrando entradas de octubre, 2018

Llorar...

Hace unos días, en una clase de tres añitos, un par de inocentes alumnos me dieron una lección de esas que a cualquier persona debe de zarandearla por dentro y cicatrizarla por fuera. Uno se tropezó con la mesa, el otro se acercó para secarle el llanto y a ambos se les dibujó una sonrisa de felicidad plena. Fue un instante tierno, empático, humanitario. Un gesto natural y sencillo. Una señal solidaria. Si esto mismo le hubiera pasado a un par de adultos, muy probablemente el primero hubiera reprimido esas lágrimas de dolor y el segundo se hubiera reservado el consuelo, porque tenemos la creencia que el llorar en público es una señal de debilidad, cuando realmente es nuestra válvula de escape. Si nos reprimimos el llanto y no derramamos esas lágrimas cuando lo necesitamos, probablemente esa emoción se manifestará de forma más incontrolable. Y a mí me gusta hacerles caso a mis emociones, y suelo llorar cuando el cuerpo me pide hacerlo, y no me importa que sea e

Guardar silencio...

De un tiempo a esta parte, me gusta estar en silencio. De la radio, sólo escucho a De la Morena. De la televisión, sólo me interesa los partidos del Sevilla. Desde bien temprano prefiero rodearme de mis ecos, de mis libros de mis pensamientos… y de las preocupaciones que trae consigo ser un simple maestro escuela. Benditas preocupaciones, por otra parte. Bendito mi trabajo, sin lugar a dudas. Guardar silencio es un gesto de madurez, es ondear la bandera blanca cuando uno se da cuenta de que el egoísmo, la corrupción y la falsedad están incrustados en los tuétanos de la sociedad y que mis palabras juntadas no van a cambiar nada. Guardar silencio es una postura cómoda, placentera, holgada. Es una forma de no meterme en líos. De dejar las cosas pasar. De enrabietarme sólo con aquellas cosas que me hieren la piel. De pensar primero en mí, luego en mí, y más tarde, en mí, Guardar silencio es la respuesta que les brindo a mis enemigos, esos cobardes que están pendien

Una eterna Cigarrera..

Aunque a la Virgen de la Victoria le pongan una presea de oro, sus huellas seguirán remarcándose en el tiempo con los párpados caídos, con la mirada atragantada de humos y sabiendo que su advocación encierra un triunfo que se celebra más allá de las nubes de esta tierra. Pero… ¿Alguien ha pensado alguna vez en su día a día? ¿En su minuto a minuto? ¿En su suspiro a suspiro? El eco de su nombre se escribe con la tinta de la piedra angular de las Sagradas Escrituras. De sus entrañas nació la llave con la que San Pedro abre y cierra cada mañana el portón del cielo. Su vientre fue el refugio del Hijo de Dios, del Hijo del Alfarero, del Hijo que descuelga juramentos allá por los Remedios. Y ahora la vamos a coronar, pero… ¿Quién le sostiene la pena a la Virgen de la Victoria? ¿Quién le dice que esta batalla la tiene que seguir peleando cuando el flagelo de la impotencia, del drama, de la sinrazón… martiriza su dolor? ¿Quién le seca las palabras a

No podía faltar..

         En una hoja de Tu historia, con fecha de seis de octubre del año dos mil dieciocho, pusiste rumbo a casa después de unos cuantos años de ausencias alejado de tu Ermita. Todo se preparó para que ese día la luz tamizara sonrisas y agradecimientos entre abrazos y despedidas, y a la Esperanza de San Francisco le brotó -al verte partir-, una lagrima de pena en su anacarado rostro; solo Ella sabe cuánto te echara de menos. Y yo quise leer esa página de tu historia en primera persona, de ahí que fuera a buscarte, porque sabes que necesito de Ti. De esa mirada que reta al cielo cuando el cielo no es capaz de sostenerte la mirada. De ese instante que desespera al mismo tiempo porque el segundero de su alma aún sigue de brazos cruzados esperando a que expires, a que mueras, a que des por finalizado tu reino de carne y hueso. Fui a verte porque ambos necesitamos de ese dialogo bañado en silencios que Tu y yo tenemos cada vez que nos vemos entre la multitud, cad

No tardes en regresar..

No tardes en regresar... Virgen tiznada de plegarias Amante de las albarizas Eco sordo de los campanarios Horizonte enclavado en la Merced Adoquín sombrío de la ciudad Eterno silabeo por el que uno camina cuando apenas puede caminar.. No tardes en regresar.. Llave que encierra los rezos Pasadizo de los secretos Veleta que coquetea con los vientos Esperanza muda que tachan los presos No tardes en regresar... Y déjame decirte bajito                                Hasta el próximo latido                                Patrona de mi frontera                                de esta tierra, su bandera                                de este verso, su alarido                                refugio que llevo asido                                pues no tengo que gritarte                                 para salir a buscarte                                y contarte mis penitas                                dejando en una esquinita          

Sueño de domingo..

Triana, ese barrio que se enjuaga el acento en la orilla donde el sol desnuda a Sevilla, vio pasar a su Virgen de la Esperanza por los repelucos de sus rezos. Rezos silabeados en silencio.. Rezos cantados entre palmas.. Rezos susurrados al aire, para que solo Ella los pudiera escuchar.. Y es que Triana es así para sus cosas, y sus cosas necesitan ser custodiadas por la mirada de esa Virgen de la Esperanza que el arrabal se hizo a su medida en el fuego marinero del tiempo. La luz la vistió de Reina. El tiempo le coloreó la espera. Los vecinos se estremecieron al verla por las esquinas por donde su nombre florece cuando la soga del cuello aprieta, oprime, agobia. Hasta el mudo volvió a hablarle.. Hasta Ella volvió a sonreírle.. La Esperanza despertó al alba y se fue de puerta en puerta, de zaguán en zaguán, de altar en altar al son que marcó el minutero de su corazón, ese caramelo verde y blanco que sabe a vida eterna cuando los trianeros lo des