Tú y yo teníamos una cita pendiente…
y sin darnos cuenta, nos volvimos a encontrar el día menos pensado, y con sonrisas enfrentadas firmamos en la hoja de los recuerdos.
Te aseguro que no tenía planeado el ir a verte así, con el cansancio acumulado de una noche de reencuentros… pero he ido aprendiendo a lo largo de mis años que hay cosas que sólo Tú sabes decir sin necesidad de levantar la voz.
Y tu voz -a veces resuena-, sin la necesidad de decir nada.
Pasará el tiempo y siempre me resultará curiosa esta manera tuya de decirme ciertas cosas…
Pero esta vez…
el que llegaba hasta tus plantas con las alforjas llenas de cosas por decir era un servidor…
buscándote en un mar de dudas para que me prestaras tus oídos y para que mis gritos -ora ahogados, ora enterrados-, fueran al fin escuchados en un oasis de soledades.
Unas veces eres Tú…
otras tengo que ser yo.
Para no perder la costumbre…
me senté en el penúltimo banco… ese que bordea el final de tu mirada, pero me acerca un poco más al compás de tus latidos.
Cuántos rezos entrecortados se habrán quedado a pasar la noche sobre aquellas maderas…
Y de nuevo me vino a la cabeza aquello que una vez hablamos de que si hay alguien que mirándote a la cara sea capaz de negar que tu mirada carece de vida…
seguramente es que ese corazón tenga los latidos alquilados.
Del mío poco más te puedo contar que Tú ya no sepas, aunque te confesaré que sigue aun viviendo porque Tú le andas dando vueltas al minutero de los latidos, contrayéndose al recorrer la cicatriz que conforma el más sencillo de tus suspiros.
Y ahí estuve.
Contemplándote.
De arriba abajo.
Sabiendo que, al hacerlo, una vez más eché a andar por entre las pisadas de las ilusiones…
Esta vez, los cimientos de las preguntas están desquebrajados.
Eta vez, las huellas de mis pisadas andan sin fuerzas.
Esta vez, el perfil de mis manos acaricia el sabor de otros pecados.
Pero en medio de la tempestad en la que a veces echo a corretear mis reojos, he venido a pedirte ayuda; con que me sostengas de los hilos de mis miedos me basta.
Tienes el don de darme tranquilidad… aunque los nervios acuchillen los poros de mi piel
Atravieso las ciénagas de mis días…. y en el fondo de mis abismos te encuentro.
Te necesito Esperanza.
Para respirar.
Para vivir.
Para quererte.
Pero la vida sigue siendo muy curiosa...
porque para una vez que vengo a contarte mil cosas, una vez más guardé silencio y lloré ante Ti como solo lloran los niños pequeños en busca del calor materno.
Ainssss Esperanza…
¿qué te digo para que me puedas escuchar?
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