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Mostrando entradas de febrero, 2014

Golpe de Estado

Crecí con la frase esculpida a fuego en los labios de algunos maestros y admirados escritores que dice aquello de que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Cada vez que la escucho me acuerdo de aquel profesor de Historia al que le dije que los pueblos pasan olímpicamente de su propia historia y lo que menos le gusta hacer a un sociedad es girar su cabeza para ver el camino que va dejando tras de sí. Quince años después sigo firme en mis convicciones. La prueba la tengo en la efemérides que se celebra hoy, ya que estoy seguro de que pasaría inadvertida para la mayoría de nosotros si no fuera por el bombardeo que los medios de comunicación le darán desde primera hora de la mañana. Supongo que a algunos estamentos de poder les interesará que no nos olvidemos lo que pasó aquel 23 de febrero del año 1981, pero permítanme que me quede con lo esencial: los gritos de Tejero y los disparos que aún se conservan en el Congreso de los Diputados.

Días de fiesta

Apareciste en mi vida de repente, sin apenas hacer ruido, caminando de puntillas para no despertar a una mañana que se estaba vistiendo de festejos con los pliegues de tu mirada. El camino que hemos recorrido desde entonces no ha sido fácil; ha habido miedos y dudas que como buenos seres humanos pidieron refugio en nuestras cinturas y hemos sido cómplices el uno del otro para taparle la boca a unos cuantos envidiosos que jamás le ganaran la batalla al sol cuando éste se pierda por el horizonte. Podría contaros cómo es la mujer que la vida me ha regalado, pero permitidme que guarde silencio para seguir anclándome a sus manos cuando la multitud ocupe las calles y dejadme que busque el roce de sus dedos en el momento en el que las aceras caminen vacías. Me siento el ser más grande de la tierra cuando estoy a su lado, y cuando estoy a su lado me falta tierra por muy grande que ésta sea para poder sentirla.   Sus ojos son la armadura que protegen a los míos, en su boca

La verdadera iglesia

                      De pequeño me enseñaron la diferencia que existe entre la Iglesia como institución y jerarquía y la iglesia que se da entre un grupo de personas. La que se escribe con i mayúscula (I) hace referencia al edificio físico en sí, ese que sólo pisamos en bautizos, bodas, entierros y comuniones, mientras que la que trazamos con la i en minúscula (i) se corresponde a la que se da cuando un grupo de personas se reúnen en torno a la figura de Jesucristo. Algún erudito en la materia tomará la palabra para corregirme y para indicarme que mis pasos andan equivocados, pero por mi experiencia de vida he dejado de creer en esa Iglesia que esconde sus miserias en cepillos con candados para acercarme más a la otra, esa que componen miles y miles de creyentes que se adhieren al anonimato para ayudar al prójimo sin pedir - ni recibir-, nada a cambio. Les hablo de los que dejan su casa y su familia durante un par de horas al día y se van a dar de comer a los que po

Apretar los dientes

                  La vida, ese regalo del que no somos merecedores, se acuesta a los pies de nuestra cama siendo muy injusta en las noches de luna llena. Algunas veces se pasea por entre suspiros y abrazos dejando un aroma de impotencia y de rabia a su alrededor, y se jacta de ir marcando cicatrices que tardan en curarse.   Una de ellas acaba de nacer sobre la piel de Teresa. A sus veintipocos años cumple con el mandato de perseguir su sueño yendo a una universidad fría y desangelada para graduarse -algún día-, como una abogada que pueda defender a los demás, sin que nadie la defienda a ella. Hace eso que los profesores tanto demandan en los alumnos de hincar los codos, desde bien temprano hasta bien tarde, saliendo de su cuarto solo para respirar y para almorzar.  Por su sangre lleva la constancia, eso don que tanto le envidio y que hace que sus notas, año tras año, la hagan sentirse orgullosa de sí misma y de sus innumerables esfuerzos.   Y como premio a