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Mostrando entradas de mayo, 2020

La Calle..

No tengo dudas de que el ser humano necesita la calle para vivir, para ser, para estar. Nos hemos criado en ella y en ella hemos forjado parte de lo que hoy somos, fuimos y seremos. Pero desde hace unos días, tengo miedo de todo aquello que la calle en sí misma alberga. No entro en valorar si los que sacuden impotencias, banderas o cacerolas son de derecha, de izquierda o indignados marca  hacendado . Me da exactamente igual sus votos y sus ideologías. Sólo escribo lo que pienso, y lo que pienso es que me parece patético manifestarse así y saltarse por el arco del triunfo todas las recomendaciones de civismo y sentido común.   Pero tengo miedo. Miedo a que todo el esfuerzo que la mayoría hemos hecho en estos meses haya sido en balde. Miedo a que estos comportamientos se traduzcan en nuevas muertes, nuevas medidas de confinamiento y en nuevas represalias en forma de impuestos; porque no se engañen, esta pandemia la pagaremos de nuestros bolsillos. Y tengo miedo a que

Duele...

Querido  Capitán , tu ausencia duele. En el alma. En la piel. Hasta en la voz ya que, al canturrear tus canciones, se atropellan los recuerdos en mis labios. Con el paso de las lunas he descubierto que esta condena será bohemia, inmortal, peregrina… pero también está siendo devastadora, desconsolada, demoledora. Desde que te marchaste, la calle ya no es la misma. El mundo es menos feliz. Y los versos canallas se han quedado en el tintero de la cobardía, esa bandera que tu destrozabas cada vez que se abrían cortinas y hasta el mismo tiempo se detenía para escucharte, envidiarte, o sonreírte sin que le vieras; ya ves, otro que nunca supo disfrutar de tu grandeza. Pero  Capitán , duele el saber que eres una leyenda, un mito, un ejemplo a seguir… y andas descosiendo guitarras más allá de las nubes.  Y duele como duelen los amores de primavera. Los pasodobles interminables. Los  golferios  de barrio. Duele como sacarse una esquirla caliente del pecho o vert

Silabear bajito..

Ahora que los portones de las iglesias han vuelto a despegarse de sus confinamientos, y las lozas que presiden los altares han vuelto ha remarcar en el tiempo pisadas con nombres y apellidos, es cuando los rezos se han vuelto a silabear bajito delante de Dios. Los cristianos, y por defecto los cofrades, no necesitamos ver para creer. Esa es la base de nuestra creencia. Pero nos ayuda de sobremanera ver a la razón de nuestros latidos cerquita, a varios metros de nuestras preocupaciones, de nuestras miradas, de nuestras lágrimas. Y es que -si uno deja de estar- quizás el olvido comience a hacer de las suyas. Y créanme que no es lo mismo rezarle a una estampita que verle el rostro entumecido por el dolor a una  Madre  que siempre nos acoge con los brazos abiertos, sea la hora que sea, sea el día que sea, sea el motivo que sea. Como no es lo mismo imaginar que ver, intuir que sentir, soñar que vivir. La fe hay que cocinarla a fuego lento. Sin prisas. Pero con los

Bajo la lluvia...

D entro de mis muchas rarezas, delirios y manías, tengo una que lleva a mi lado desde que era un niño, y es la de mojarme bajo la lluvia. Lo reconozco. Me gusta empaparme. Me siento feliz bajo una manta de agua caída del cielo. Me siento pequeñito y vulnerable entre tantas gotas de agua sin dueño. Y si a esa sensación le sumas el que una mañana de mayo te pille un llanto del cielo mientras sales a trotar temprano por los alrededores de tus preocupaciones, el antojo se multiplica por mil al juntarse dos necesidades vitales. Porque me he dado cuenta que necesito escuchar ese canto de las aves despertando a la mañana. Ver a ese sol embebido de luz besando a las nubes. Contemplar a esa soledad que se queda a dormitar en las calles mientras me ando peleando con el mundo, le ando recortando segunderos a mis miedos y me voy dejando claro en cada zancada que voy dejando atrás que tengo cuatro décadas sobre mis espaldas y que estoy mayor para ciertas cosas.   Pero soy libre cuando

Horizontes..

Están ahí. A lo lejos. Dibujados con colores difusos. Enmarcados entre líneas borrosas. Sin apenas hacer ruido. Sin apenas hacerse notar. Cada uno los ve desde la atalaya del presente. Y el presente te los atalaya en torno a la mirada que en ese momento tengas. O quisieras tener. En ellos uno quiere encontrar lo que a día de hoy no encuentra. Y a veces, al otearlos, una sonrisa se dibuja ante ti sin que ellos lo sepan. Otras veces son lágrimas vivas, maceradas, huérfanas de por qué… y ellos tienen guardadas todas las respuestas. Nadie escapa de ellos. Es el camino a recorrer bajo el diapasón del tiempo. Es el lienzo que tus huellas dibujarán cuando tus huesos no cumplan años, sino décadas entre sus cicatrices de calcio. Desde que arribas bajo este sol, tienes uno delimitando tus costuras. O varios. Eso depende de la calidad de tus sueños. O de la cantidad de sueños que quieras cumplir y dejar remarcado en ese fondo de pantalla que nunca llegas a acariciar del todo c