En una hoguera de silencios
he ido estos meses quemando lo que fui,
y con las cenizas,
he manuscrito este testamento.
He dejado de odiar mi cuerpo.
He dejado de no quererme.
He dejado de no escucharme.
He dejado de no priorizarme.
He dejado de no confiar en mí.
He dejado de no aceptarme.
Tengo cicatrices nuevas en el alma.
Recuerdos del ayer que ya no me hacen daño.
Y una nueva ilusión -que no conoce el futuro-, circunda mi cintura.
He dejado de poner excusas para salir a correr o escribir esa novela que algún febrero verá la luz.
He dejado de mirarme en los espejos de enfrente.
Y he dejado de observar al mundo porque mi mundo tiene cuatro años y me llama papá.
He dejado de llorar por las esquinas por quien no merece ni siquiera volver a ser mencionada.
He dejado el pasado atrás, en un estante de casa, para saber de dónde vengo y a donde no quiero volver.
He dejado de no perdonarme para seguir viviendo.
He dejado de liberar lágrimas de sal.
He dejado de masticar envidias…
y estoy volviendo a sonreír.
He dejado de agachar la cabeza.
He dejado de mirar por encima del hombro…
y estoy volviendo a dormir desnudo de prejuicios y miedos.
Seguiré errando en mi día a día, pero aquí estoy, y aquí seguiré estando.
A los que me han acompañado en este camino: gracias…
A los que se han quedado atrás: gracias…
Y a mi familia… y a mis amigos… gracias…
Ya era hora de volver…
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