Una vez alguien me dijo que me fijara en el 4.
Y lo que vi al verlo, me enamoró de tal manera que, aún sigo soñando con sus pases al hueco y esa visión de juego que más de una vez me provocó un infarto de felicidad.
Porque ese 4 era Guardiola.
Un jugador con una inteligencia futbolística superlativa, por encima de la media, cuyo talento se basaba, sobre todo, en su primer toque.
Pero claro, para poder dar ese toque de precisión cirujana, antes había que posicionar el cuerpo, ocupar un espacio, otear el horizonte, saber dónde estaban los compañeros, señalar con una x en el rabillo del ojo izquierdo por donde estaban los rivales, el árbitro, los recogepelotas; el de las palomitas, el de la cámara, el del bocadillo de jamón con chorizo.
Guardiola ocupaba la punta inferior del diamante en el centro del campo, y con sus diagonales y sus ofrecimientos siempre constante hizo que el fútbol fuera un lugar feliz.
Guardiola era vehemente con la palabra, con los gestos, con la pasión, … pero a su vez, estaba entregado a pasear el balón por confines sin reino, llevarlo hasta lugares seguros, decirle una y otra vez que lo amaba con el alma y con la piel.
Guardiola dio nombre a una posición en el campo; todos los equipos querían y siguen queriendo tener un Guardiola en sus onces iniciales.
Cuando empezaba un partido, la pelota lo buscaba a él entre la multitud para salir a bailar.
Después del pitido final, la pelota sólo quería dormir entre esos brazos que lo habían besado, lánguidamente, bajo el rumor de los focos.
Alguien me dijo una vez que me fijara en el 4…
Desde que lo hice, mis ojos cambiaron y mi mirada comenzó a sonreír.
Comentarios
Publicar un comentario