Nuestros latidos desandaban las aceras con los segunderos a medio escribir, con el eco del “mañana” como excusa para vernos, con la línea del horizonte tatuando besos por la espalda.
Pero todo cambio de repente.
En un abrir y cerrar de ojos. En el instante que se esfuma un bostezo de gato. En lo que se tarda en franquear la cerradura de la puerta de casa.
En estos días, estamos aprendiendo a mirar por la ventana como el que mira un recuerdo con las esquinas desgastadas por el tiempo.
Mientras unos deshojan las hojas impares de la memoria, otros han encontrado en el silencio, en las paginas de un libro, o en el compás infinito de una canción inacabada el salvavidas a su día a día.
Yo me conformo con ondear al viento mis sueños. Desarmar mis aplausos con una mirada de preocupación. En saber quien está a este lado de la orilla de mis días.
Éramos libres…
Como esas nubes que todo el mundo observa, pero nadie consume; como esos vientos arremangados por las prisas que nadie puede encerrar; como esos amantes que en el filo de los labios se dejaban el alma, y ahora se extrañan por las esquinas de la cama.
Quizás nos venga bien este encierro de pasos descalzados. Este dejar que la tierra se lama las heridas. Este otear la vida desde la atalaya de las preferencias.
Nos creíamos seres superiores, supremos, intocables, … y ahora tenemos las manos atadas a unas cadenas en forma de guantes y un bozal para salir a la calle cada vez que nos ponemos unas mascarillas.
Nos creíamos lluvia, luz, sombras.
Nos creíamos dueños de esta vida, de la de nuestros antepasados, de la de nuestros hijos.
Éramos libres…
Espero que aprendamos de esta lección que Dios nos está dando, porque sino, el poeta volverá a clavar una daga en mis esperanzas al entonar aquello de “libertad para que, si luego nadie sabe que hacer con ella.”
Foto: Fran Silva
Artículo publicado en la web https://capitaneados.com
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