Resulta curioso escuchar cada cierto tiempo el discurso de algunos iluminados que conviven dentro de mi sociedad acerca de temas que ni les va ni les viene.
Tienen esa necesidad social de compartir sus inquietudes intelectuales, sin preguntarnos al menos a los demás si necesitamos escuchar sus discursos vacíos y exentos de contenidos.
Expertos en desviar la atención y eludir sus responsabilidades con cortinas de humo, viven alojados en la continua confrontación de ideologías -esas que mastican entre odios y envidias-, y se les intuye removerse de sus catacumbas cuando la luna cambia de ciclo.
Pero hay que andarse con cuidado…
Sobre todo porque consiguen enervarnos y hacer que entremos al trapo de sus juegos sucios y ruines; y ahora la pieza que quieren eliminar del tablero es el crucifijo que cuelga de mi cuello.
Y se lo estamos poniendo en bandeja porque por desgracia, sólo nos tenemos a nosotros mismos para defender algo tan arcano e intangible como es nuestra fe,… ese pellizco que es capaz de mover montañas… pero incapaz de descorrer cerrojos y vidrieras…
Pero no van a poder conmigo, porque cada vez que escupen sobre las raíces de aquello en lo que creo,… más motivos me dan para poner la otra mejilla y aferrarme al horizonte donde empieza y acaba mi gloria.
Tengo esa suerte… Y con eso me basta.
La suerte de caminar por la vereda de Su verdad.
La suerte de anclarme a sus innumerables llagas cada vez que algunos de estos sanedritas vomitan por su boca miedos y falsas creencias.
La suerte de encontrar en su figura silente el abrazo que acalla al Barrabás que llevo dentro y que a veces prefiere callar haciendo mutis por el foro.
Desde mi pequeña parcela,… yo respeto sus ideales, apenas los pongo en duda, no los pisoteo ni los cuestiono… pero ellos… ellos se declaran en rebeldía cada vez que uno de los nuestros se persigna ante un azulejo macerado de promesas.
Artículo publicado en el portal Inriinformacion el 7 de agosto de 2015
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