Quiso el primer lunes de esta cuaresma que los relojes se apretaran despacio, que el frío no llegara hasta la medianoche y que por las calles de nuestra ciudad caminara un Consuelo de ternuras.
Quiso el primer lunes de esta cuaresma recién parida que hasta la luna se asomara a las azoteas de los empujones.
Quiso el primer lunes de esta cuaresma que regresáramos a casa oliendo a sosiego e inciensos.
Centrado en un templete de ruegos, los hermanos del Trasporte pusieron el corazón para que el rezo del Vía Crucis en la Santa Iglesia Catedral fuera el primer pellizco de azahar sobre los labios de la espera.
Majestuoso y con reflejos de tronío grande, el Señor del Consuelo se reencontró con una ciudad y unas calles que sólo otea cuando la Merced abre las ventanas de la Basílica y ambos se cuentan los avatares y las desventuras de una ciudad que no sabe aún quererse como es debido.
Y de querer al Señor del Consuelo saben mucho por la Merced.
Lo saben sus hermanos de fila, los saben sus costaleros, y lo sabe su capataz, que cada vez que entornaba los ojos hacia el Señor, por el brillo de sus pupilas se dibujaba el alma de su pequeño tesoro.
Jerez necesita consuelo para supurar heridas y desengaños, y el Señor de la túnica blanca está ahí, con el pómulo abofeteado por el tiempo y dispuesto a seguir poniendo la otra mejilla por cada uno de nosotros.
Ayer el Señor del Consuelo fue al centro para levantar la voz de los silencios y dejar al mundo sin palabras.
Desde hoy nos toca a nosotros hablarle al mundo de su grandeza… y sentir cómo la paz nos abriga al nombrarlo.
Bendito regalo que Jerez tiene escondido en sus adentros..
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