Los Carnivales es una de esas comparsas que Antonio Martínez Ares nos ha regalado desde la simpleza de su pluma hasta el talento sempiterno de su música.
Es una obra redonda. Callejera. De esas que te atrapan los sentidos hasta dejarte seco en un estribillo de verdades.
Siempre la asociaré al nacimiento de mi hijo puesto que, lo primero que le canté al nacer fue aquello de “con las piernas temblorosas…” al sostenerlo por vez primera entre mis brazos.
Siempre la llevaré en mí como esa sudadera que la mujer de mi vida me regaló y que arropa su ausencia y su silencio.
Recurro a ella como el que recurre a una fuente de agua fresca cuando camina sediento, a sabiendas que siempre saciará mi sed.
Detrás de esta obra de arte carnavalesca se esconde lo que las coplas de Cádiz producen en muchos de nosotros: un amor ávido de sangre por la luz de la Tacita de plata.
De la mano de su popurrí puedes desglosar lo que esa semana de tablaos y risas supone para el carnaval.
De la mano de su presentación esas voces desgarradas te dejan muy a las claras del alba que como te descuides, el veneno del Dios Momo te atrapará para siempre.
Y de la mano de cualquier pasodoble, Antonio se sienta junto a ti para decirte: ves, esto se hace así, así y así…
Los Carnívales hace precisamente lo que nosotros hacemos con el carnaval todos los meses del año: te atrapa desde el primer acorde para dejarte el corazón en vilo, sangrando coloretes por un callejón del Pópulo, pero con un hilillo de vida desangrandote por la boca.
Lo que esconde esta comparsa es lo más parecido a un Carnival Row de la Viña, a un thriller por la Plaza Flagela, a una bruma que suele embrujar a Cádiz cuando Cádiz se clava sus propios colmillos de mala leche en la femoral de su existencia.
Disfrútenla.
Déjense atrapar por las olitas de su estribillo.
Y que Dios les coja confesao si pueden sobrevivir al yunque bendito del amado profeta inmortal.
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