La Semana Santa es la excusa que tenemos los cofrades para dejar claro nuestras creencias y trazar con sombras de tiza que el Dios que mora en el sagrario palpita a pecho descubierto entre lágrimas de cristal.
La Semana Santa es un compendio de tradiciones y recuerdos, de vivencias y de abrazos, de lo que fuimos y de lo que un día -si el que manda quiere- llegaremos a ser.
La Semana Santa es la vida encorsetada en siete lunas que, al llegar el Sábado Santo, los románticos la ven bostezar y los ilusos la ven esconderse entre la rabia y la pena al saberse presa de sus propios contraluces.
Qué difícil resulta definir lo que es la Semana Santa, ¿verdad?...
Pero algo tengo claro…
Sin Dios, nada de esto tendría sentido…
Sin María, nada de lo escriturado de forma sagrada se hubiese consumado…
Y sin nosotros, el mundo carecía de sentido, y los planes del Altísimo no terminarían por acabar saliendo siempre bien.
Como ven, Dios nos necesita… y nosotros lo necesitamos a Él… y los dos protagonistas de este relato con final feliz necesitan de unas entrañas que acunen ambos latidos: los celestiales y los terrenales.
Y todos sabemos que esos latidos se aceleran, se contraen, se disparan cuando hablamos de la Madre…
cuando nos encomendamos a Ella…
cuando nos refugiamos en sus ojos…
Pero también -no lo podemos evitar- sentimos a esos mismos latidos desbocarse cuando la primera cruz de guía se posa bajo el dintel de una iglesia;
o cuando un cofrade descuelga su mortaja silente para cumplir un año más con el Rito y la Regla;
o cuando un nazareno te regala una estampa en la esquina de siempre, con la sonrisa de siempre, bajo el nerviosismo de siempre…
Bendita manera de creer…
Bendita forma de acercarnos a Dios…
Bendito privilegio el haber nacido donde el sol viene a embotellar sus sombras y las penas se deshojan entre palos cortaos y caballos con mando en plaza.
La Semana Santa es una costura en la femoral de los escalofríos, es un cordón umbilical con el legado del tiempo, es el verbo esperar conjugado cuando desandamos recuerdos…
Así, la Semana Santa… aparte de martillos, vestidores, costaleros y bandas… es la Amargura señoreando suspiros por la calle Bizcocheros;
es la mirada perdida del Mayor Dolor cuando se ve reflejada en el azulejo de la antigua plaza de los escribanos;
es la Piedad remendando sinsabores al dobladillo de sus penas.
Es el Prendimiento bamboleando rezos y te quieros entre lunares y miradas;
es el Cristo ajustando sus cuentas con su barrio y con la calle Sol;
es la espalda del Señor de San Mateo, un pregón en sí misma, un torrente de injusticias y un sinfín de diálogos desconsolados.
La Semana Santa es…
La salida del Señor de la Cena…
La recogida de la Esperanza…
La traición de un Judas que quisiera ser costalero para sambenitear como la gente del Polígono.
Es la estela con la que el Señor del Santo Crucifijo envuelve y acalla a San Miguel…
Es la plaza de San Miguel cuando se acalla y se envuelve del dolor que trasmina la Virgen del Humilladero…
Es un palio, yéndose, cadenciosamente, con las bambalinas cansadas y las perillas de los varales besando balcones…
La Semana Santa es la inocencia de un niño en pantaloncitos cortos, cogiendo cera sobre un mapamundi de goterones...
Es el ir y venir de un diputado de tramo, cual cid campeador entre sus huestes de luz…
Es esa madre que se queda en la puerta de casa viendo cómo su hijo el costalero se va a cargar con su Virgen de la Estrella, y no se queda tranquila hasta que no lo escucha dormir, soñando con lo recién sudado…
La Semana Santa suena a un sólo de corneta o a una banda ensayando en las noches frías de cuaresma…
A un izquierdo acompasado por empujones y reo de muerte.
A una saeta sostenida en un alambre de silencios…
La Semana Santa es la Entrega llegando al centro, las negaciones de Pedro por martinetes, el Perdón pasando por el Arco del Arroyo, queriendo huir de ese cáliz de tormento.
Son las mariquillas de la niña de los ojos verdes, los pespuntes del paño de la Verónica, la mirada al cielo del Señor de la Bondadpidiendo a Jerez misericordias.
La Semana Santa es el Señor de San Rafael tomando su cruz para que le sigamos hasta el Calvario de su barrio…
Es el Señor de la Sed, encarándose con sus propias tinieblas, aunque el sol patine sus nudos de madera con luces acarameladas…
Es el Señor de la Viga empequeñeciendo a toda una Catedral de Jerez.
Son las manos del Cautivo de mi hermano Caña…
Es la blancura sin fronteras de la Virgen de las Misericordias, esa que en la Merced le cuenta sus penitas a la patrona.
Es la O por calle Gaitán…
Son las lágrimas de Vera Cruz…
El costado sangrante de la Basílica del Carmen…
Es un palco de gloria, donde los nuestros brindan con catavinos de espuma entre nubes de algodón y guiños de nostalgias.
La Semana Santa es el cansancio acumulado en los riñones al despertarse el Domingo de Resurrección…
Es el querer detener el tiempo mientras el tiempo se detiene en un zaguán de los quereres…
Es el aire que insufla de vida los pulmones de los que nos llamamos cofrades… estos renglones torcidos para algunos cuyo bautizo nos llegó con la primera ceniza de cuaresma…
La Semana Santa son las vísperas, los besamanos, el encargo de un nuevo esparto porque nuestra cintura ha crecido a su antojo.
Son los capirotes de rejilla, la quedada en el bar de la casa de hermandad, el ritual de ensayos con los que los escogidos ocupan las calles y los capataces fajan sus voces de mando para mayor gloria de sus nombres.
La Semana Santa es una semana que dura toda una vida…
Es una vida que se cuenta por estaciones de penitencia…
Es una estación de penitencia donde los pies nos llevan siempre al mismo sitio…
La Semana Santa es ese reguero de mujeres tras el Señor Caído…
Es un Puente y Aparte al llegar el Sábado Santo…
Es el avión de la Virgen de Loreto…
Las batallas que la Virgen del Consuelo le cuenta a Patrociniocuando la luna le pide la venia a la primavera.
Es la calle Ancha llorando sin lágrimas cuando va de recogida el Señor de la Buena Muerte…
Son las preguntas sin eco de la Soledad…
Las palabras sin acento de la Virgen de los Remedios…
Las manos encalladas por espinas de la Virgen de Amor y Sacrificio…
La Semana Santa es una amalgama de óleos del ayer, el sinvivir de los priostes, la nostalgia que se queda a vivir en nuestras retinas cuando una cofradía te llega, se desmelena ante tus ojos y se vuelve a alejar de tus labios, dejándote un sabor con pozo de miel en la mirada.
La Semana Santa es ese Cristo de las Almas que, por Santiago, aflamenca silencios sobre un sagrario de rezos.
La Semana Santa es
la razón de mi existencia
y la más simple creencia
en un Dios y sus porqués.
Es un rezo sin chaqués
un amor que sobrepasa
una daga que te abrasa
un principio y un final
un legado sin igual
y una fe que nos traspasa.
La Semana Santa es
un cortejo por Medina
y una bulla que camina
con las huellas del revés.
El cansancio de después
tras siete lunas de plata
que al brillar nos desbarata
y nos saca una sonrisa
que se escapa a toda prisa
al tornase en escarlata.
La Semana Santa es
la certeza de mis días
al decir Ave María
y relatar mis traspiés.
Es querer sin pagarés.
Es callar y ser callado.
Es llamar sin ser llamado.
Y es mirar al Nazareno
lagrimeando sereno
antes de ser entregado.
La Semana Santa es
la ilusión de mis desvelos
la prisión de mis pañuelos
y el Amor que no se ve
por un Cristo que en Jerez
tornea su sangre en vino
señalando los caminos
que nos llevan a la Gloria
al perseguir la victoria
del mejor de los nacidos.
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