Tal día como hoy -hace un año-, desnudé mi
alma ante los ojos de la Virgen de la
Amargura.
Hace un año me vacié
ante Ella.
Le regalé veintiún
suspiros, escritos con mi sangre y perfumados con la tinta indeleble de un amor
infinito hacia su corazón de Madre de Dios que mora sus rezos sobre
los adoquines de la calle Medina.
Recuerdo ese día como
uno de los días más felices de mi vida, a pesar de que aun duelen bajo mi piel
esas lágrimas que vertí cuando pronuncié su nombre antes de llegar al último
verso.
Ese día le dije a Ella que
sin Ella la vida sería menos vida.
Ese día Ella fue la que
me mostró la cara oculta de la vida; y os puedo asegurar que es maravillosa.
Aquí os dejo mis tres
últimos suspiros, mis tres últimos susurros, mis tres últimos latidos…
Eres el horizonte que diviso
al perseguir Tu nombre en mis cuadernos
escuchando mi voz y mis infiernos
cuando el silencio huele a paraíso.
Eres la musa, que sin previo aviso
se cuela en el salón de mis inviernos
escribiendo, con lápices maternos
Tu aliento, junto al verso que preciso.
Eres el tiempo envuelto por miradas
la tierra donde crecen los zafiros
y el eco de mis horas desveladas.
Eres la paz que buscan mis respiros
las heridas, curadas y aliviadas
y los sueños rimados con suspiros.
Eres el vendaval que paraliza
la sangre que me corre por las venas
y el cuento de mis noches nazarenas,
pentagrama desnudo que me hechiza.
Eres la venda que de mi fe desliza
sepultando las dudas en arenas,
preguntas que se visten con cadenas
grilletes, que Tu llanto, descuartiza.
Eres la luz que seca mis hechuras
con el pañuelo ardiente de Tu calma,
cuando la vida se respira a oscuras.
Eres el clavo verde que desalma
los cierros donde habitan las locuras
iluminando, con Tu rostro, mi alma.
Eres mi testamento azul soñado
las cenizas que encuentro en mis fogones
el reflejo dormido en mis balcones
y el futuro presente en mi pasado.
Eres ese latido acurrucado
en los pliegues silentes de mis sones
la Verdad que alimenta mis razones
y el guiño de este loco enamorado.
Eres el llanto, roto y sin sentido
que desato al perderme en Tu locura
al cumplir con el pacto prometido.
Y eres esa promesa sin cordura
de un “Te Quiero”, gritado y agradecido,
“Dios
Te Salve, Por Siempre, Mi Amargura”.
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