Despojado de su escolta romana. Desprovisto de
capirotes morados. Privado de izquierdos, cornetas y plumas que cuentan sus madrugás y sus papeletas de sitio por
centurias, así me gusta ir a buscarte.
Solo
necesitamos que el calendario se rotule con tu nombre para que la luna se asome al alfeizar de las
azoteas y entre el gentío nos miremos.
Y
sólo nos miramos cuando los ojos se posan en Ti, se reflejan en Ti, te buscan a
Ti,… como un espejo de pureza que deja que tu alma se eleve en lo inabarcable
de los secretos.
Es
entonces cuando tu barrio le echa la llave a las puertas y a los zaguanes carcomidos
por las ternuras para ir en tu búsqueda, con los nervios en la cintura y el
rezo apocado en los labios.
Es
entonces cuando las almenas de las murallas que circunvalan tus latidos se
tiznan de sombras macarenas, de liturgias macarenas, de ritos macarenos.
Y
es entonces cuando siento que tu mirada acaricia el suelo, derriba el arco por
donde el tiempo se detiene a suspirar y me desnudas con tu Verdad.
Una
Verdad trasparente, cristalina, diáfana,… que se doblega sobre el cordel de las
penumbras y camina descalza sobre las bullas que se arremolinan en torno a tus
relojes de arena.
Una
Verdad cruda, descarnada, severa,… que cubre tus llagas, tus azotes y tus penas
con bordados cosidos por manos de barro.
Una
Verdad que me hace ver que estas sólo, que caminas sólo, que respiras a solas a
pesar de estar rodeado por una muchedumbre que de una manera u otra sigue
siendo la misma que te llevó a morir sobre una cruz de pecados para que se
cumplieran las Sagradas Escrituras de
nuestros destinos.
El
mío es ir a tu encuentro, mientras que el Tuyo es salir a encontrarme.
El
mío es rebuscarme en Ti, mientras que el Tuyo es no negarme.
El
mío es quererte, de manera humana y mundana, mientras que el Tuyo es morirte
para que mi vida tenga sentido.
Y
cuando aquella noche nuestras miradas se volvieron a cruzar, el silencio se
apoderó de mí y fue tu soledad la que me gritó que no te abandonara, que no me
lavara las manos como hizo el cobarde de Pilatos, que no renegase de tu nombre
si me tropezaba con la siguiente piedra de nuestro camino.
Yo
que fui a descoserme por dentro me fui descosido por tus afueras.
Señor de la Sentencia, que tu mirada sea por siempre el ancla donde poso
mis ojos de Esperanza.
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