Acabo de llegar a casa. Vengo del centro y estas tres
palabras deambulan por mi mente de manera insistente, como queriéndome decir algo.
…pero
algo tiene…
Es
el final de un rezo evocado en su último traslado, en ese instante en el que su
agonía se acomodaba a las nubes de la tarde, al nervio pasmado de los
edificios, al ritmo pausado de las cortinas envueltas en sorpresas.
…
pero algo tiene…
Y
tras mirarle en ese altar prestado del centro, de norte a sur, y de este a oeste, me he quedado pensando… “pues
claro que tiene algo… no lo va a tener… si Tú eres el Cristo.”
El
Cristo…
Ese
Hijo de Dios que anclado a una cruz de plata, con el torso desnudo y las cicatrices
abiertas,… desafía al silencio errante del miedo.
El
Cristo…
Ese
enviado que enroscó a sus huellas el número tres…tres fueron los Reyes… tres
fueron sus presentes… y tres fueron los clavos que taladraron su piel al
sinsentido de este oscuro mundo.
El
Cristo…
Esa
astilla que quebró las gubias del artesano, ese verso suelto del romance donde habita
el pellizco, ese bolsillo de las entrañas donde nos esperan las cuentas por cumplir.
El
Cristo…
El
Cristo es la espuma del mar que se aloja en nuestros recuerdos, la sombra
humeante de un cirio cuando expira, la certeza absoluta de que somos un simple
grano de arena en mitad de una orilla que vagabundea al atardecer.
El
Cristo es un alumbrado de miradas que se clavan a la suya, es un soplo de alma
que rompe en dos a la inquietud, es la vida desafiando a la muerte desde la
escritura sagrada del leño, desde la vela donde el viento juguetea a ser de
barro, desde la atalaya de una Ermita de sueños escritos sobre el trazo
impasible del tiempo...
El
Cristo es el refugio de los mendigos, las manos envueltas en impotencias, el
reencuentro con lo vivido; es el reverso de las cadenas de oro, el brillo de
los azulejos supurando nostalgias emigrantes, el rastro de decenas de lágrimas
que resucitan a cada instante; es la promesa que te hice cuando perdí las ganas
de vivir, es la vida a punto de escaparse, es el umbral que persigo cuando no sé
a dónde ir;…
Manantial
donde brotan las pisadas de lo cotidiano, epicentro donde se alojan las
duquelas del dolor, rinconcito donde los secretos descorren pestillos para perderse
por las aceras pendientes del ayer.
Te
acercas hasta Su sombra, y Su misma sombra es capaz de asediarte, de acogerte,
de provocarte escalofríos en cada suspiro, en cada espasmo de aire, en cada
garabato que dibujas casi sin darte cuenta sobre el alambre de una fe que -ante
Su presencia-, cobra todo el sentido del mundo.
Nadie
sabe -ni nadie debería de saberlo-, donde radica Su fuerza.
Unos
dicen que en su mirada,… otros que en su gallardía…
Los
maestros le echan la culpa al sol cuando pespuntea su espalda con agujas de
traiciones… y los aprendices esperan que la culpa la tenga la luna; cuentan que
es el único que puede iluminar la noche cuando la noche lo ilumina todo.
Los
cuerdos no se ponen de acuerdo… los locos solo necesitan de sus besos… los enamorados de su bendición… los
inocentes sólo lo quieren para pedirle perdón… y los gitanos… los gitanos solo necesitan
hervir su nombre en los labios para entrar en el reino de los cielos…
…pero
algo tiene…
¿No
lo vas a tener si Tú eres El Cristo?
Nota: Fotografía cedida por Javier Romero Díaz
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