Tu
corazón dejó de latir el día de la Esperanza, y desde entonces tu nombre brilla
con luz propia en el bolsillo de mis ausencias.
Fíjate
si eras especial, que hasta para marcharte escogiste el día más bonito del
calendario, dibujándose desde ese momento en mi cabeza infinidad de recuerdos
tuyos.
Comidas
en Sanlúcar, historias del banco, miradas de complicidad,…
Recuerdo
las veces que iba a saludarte al llegar a tu casa, y te encontraba sentado en
tu butacón azul, rodeado de esos papeles que eran tu mundo y tu refugio;
recuerdo lo mal que lo pasé en aquel primer viaje a Mérida,… y recuerdo lo mal
que lo pasaste tú en el que hicimos juntos a Granada porque querías conocer
dónde estaba estudiando el novio de tu hija; ainsssss si el asiento de mi coche
hablara…
Me
quedó pendiente el que me enseñaras a hacerme el nudo a la corbata; la verdad
es que nunca quise aprender porque me gustaba que me los hicieras tú.
Soy
el menos indicado para hablar de ti, pero necesitaba darte las gracias por todo
lo que me has dado, por todo el cariño y la confianza que me diste, y por darme
siempre un lugar al lado tuyo… hubo momentos en que supliste -sin darte cuenta-
al padre que desde hace años me falta.
Quizás
por eso nos bastaba un silencio para comprendernos…
Permíteme
que desde aquí te pida perdón por las veces que te he fallado, por las veces
que no estuve a tu lado, por las veces en las que el egoísmo hizo de las suyas;
has cerrado los ojos, y tengo la espina clavada de no haberte dicho adiós en persona.
Paco,
que duro se nos va a hacer la vida sin ti ahora.
Allá
donde estés, échanos de vez en cuando una miradita, y descansa en paz.
Un
fuerte abrazo.
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