El
pasado sábado el Teatro Villamarta apenas pudo conciliar el sueño, pues cada
vez que cerraba las bambalinas para descansar veía en escena el rostro de
felicidad de un “popero andaluz” que
de pequeño escuchaba a los Beatles y que, por cosas del destino, vive en Madrid
pero tiene la veleta de sus pulsos mirando hacia el sur.
Éste se presentó
elegante, con una corbata negra que de seguro su madre habrá guardado entre
barcos de papel y pétalos marchitos, pues lleva cosida a sus costuras el aroma de
la satisfacción al sentirse - al fin-, profeta en su tierra.
Y lo hizo precisamente
ahora, cuando Otras Vidas, el último aliento salido de su corazón, comenzó a dar
sus primeros pasos en nuestra tierra, en nuestra casa, en su casa, esa que tuvo
que ver cómo su música se vendía un día para no volver.
Les hablo de David de
María, ese jerezano que correteaba de pequeño por San Miguel y que se perdía por la calle Cantarería, ese
que lleva por bandera, en sus caminos de ida y vuelta, su amor innegociable
hacia su tierra, ese que con la guitarra al hombro sigue perfumando soledades.
Aquella noche pude
escuchar a qué suena tu rio, cómo respira tu sonrisa, a qué suenan tus
desgarros, y sentí, desde el patio de butacas, cómo un amigo alcanza sus sueños.
Aquella noche
cautivaste tus miedos, abriste de par en par el eco de tu voz, le susurraste a
Jerez que era preciosa, que era tuya y conseguiste, sin saberlo, sin
proponértelo, que sus fronteras se encelaran por no tenerte cerca.
Aquella noche no
quisiste problemas, y aunque terminaras cansado y malherido, encerraste para
siempre, entre lazos de eclipses y desaires, tu talento, tu voz, tu arte.
Sólo te pido, querido
amigo, que nunca dejes de cantar y que nunca dejes de ser ese loco enamorao.
Felicidades.
Me sumo a tus felicitaciones.
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