Hay una mañana de septiembre que le pertenece a Ella, y sólo a Ella.
Ese día, el alba se desviste de sueños.
Los vencejos de su plaza se asoman a los pretiles.
Y el tiempo se queda a vivir en una esquina de la calle Sol para verla cuando la pena le atormenta la garganta.
Lleva en sus brazos los desvaríos de la humanidad, y parece que está acunando a un recién nacido.
En sus Angustias la vida enhebró la muerte a la esperanza, el día a la noche, el amor al desamor.
En su rostro el aire talló con gubias de pena las plegarias junto a los silencios.
Por sus manos se cuentan las sombras que cada uno de nosotros llevamos alojados en los bolsillos y que nadie sabe calmarlas.
Ella, en calma, recorre los pasadizos de la luz porque la luz es Ella recorriendo océanos y tinieblas.
Ella le devuelve la visita a sus vecinas en una mañana de domingo que se despierta cuando sus ojos claudican entre estertores.
Ella es mí delirio.
Y el de mis hermanos.
Y el de todo aquel que la visita, le reza, se enjuga los labios con su aroma y ha encontrado en su regazo un refugio para sus tristeza.
Virgen callada y sencilla.
Virgen humilde y llorosa.
Virgen con alma de arcilla.
Virgen rosa…
Virgen piadosa.
Que nadie dude nunca del amor que le tenemos a ese dulce asilo donde las horas caminan despacio, pues cada vez que Ella marque los tiempos, ahí estaremos para secarle las lagrimas.
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