Leer es un placer personal, solitario, sencillo.
Un hobbie que nunca pasa de moda, que siempre nos salva del tedio del aburrimiento. Que consigue que tus miedos se queden sentados en el suelo sin saber qué hacer.
Un libro es un tesoro sin mapa. Una veleta enamorada de vientos. Una conversación suave con palabras escritas que sólo resuenan en el eco de tu voz.
Cuando leo, soy libre.
Cuando leo, el tiempo se queda mirándome.
Cuando leo, sólo quiero leer.
Si me despojaran de mi memoria, que me encierren en una biblioteca con las ventanas abiertas al horizonte, la luz atrapada en una vela de cera, y decenas de libros a medio arrugar, a medio besar, a medio conquistar.
Soy lo que soy porque un día fui lo que mis ojos leyeron.
Y ese legado me lo guardo para mí, para mis adentros, para mis afueras, sobre todo cuando veo que el mundo en el que vivo es un lugar detestable del que sólo me salva el amor de mi hijo, la piel de mi soledad y los susurros tallados en papel de aquellos en los que un día fijé mis pasos y por ellos me convertí en lector.
Lean.
A los clásicos. A los vencidos. A los atrevidos.
Lean.
De noche. De día. Bajo la luna o bajo el sol.
Lean.
En compañía de sus mascotas o en la soledad de sus suspiros.
Pero háganlo sin mirar atrás. Entendiendo que no hay nada nuevo cuando la frontera del mar se aleja de la orilla de la playa.
¿No les parece maravilloso sentir que un libro puede salvarles la vida?
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