Hoy
domingo se celebra la jornada Mundial de las naciones, es decir, el DOMUND, el día en que la Iglesia universal reza por
los misioneros y misioneras, colaborando con ellos y por su labor
evangelizadora, labor que se desarrolla la mayoría de las veces más allá de nuestras fronteras.
Al llegar este día
siempre recuerdo el consejo de un viejo cura de pueblo cuando le puso freno al
ímpetu de un compañero de clase al comentarle éste que quería irse a las
misiones para serle útil a la sociedad.
El cura, con la experiencia
que da unos alzacuellos con arrugas, calmó sus ilusiones animándole a que se
formara, a que creciera, a que buscara su propio camino para que siempre
pudiera regresar a casa con la cabeza alta.
Demasiadas cosas le
pidió este cura en esos momentos a un amigo que ese día llevaba los zapatos
cambiados.
Pero es cierto que cualquiera
no sirve para ser misionero; hay que estar formado, hecho, preparado para saber
recomponer un corazón que cada dos por tres se va a romper en mil pedazos ante
la barbarie humana; hay que dejar atrás una casa, unos amigos, una familia,…
para dar abrazos y besos a otras pieles que nada tienen que ver con la nuestra;
hay que dejar a un lado comodidades y privilegios para ver otras puestas de sol
y sentir otros amaneceres.
Loable por tanto la
labor que hacen estas personas, labor que me hace pensar que a veces soy un ser
humano ruin y mezquino, desagradecido y conformista, miserable y egoísta al
cruzarme de brazos -como hice ayer-, mientras veía a otros hijos de Dios rebuscar
entre los contenedores de basura buscando un simple bocado que llevarse a la
boca al caer la tarde.
En el pecado de
respirar llevo la penitencia de vivir, pero yo te pregunto a ti, ¿tú serías un
misionero?
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