El Valle va caminando
bajo un palio de oro fino
sabiendo que su destino
es vivir representando
el dolor y los quebrantos
de un oasis de ternura
que se vuelven sepulturas
y traspasan celosías
cuando el viento se porfía
en puñales de Amargura.
En la enagua de su talle
el Valle va desgranando
sus penas, acompasando
el azahar de las calles
hilvanando sus detalles
al rumor de los fracasos
arañando con traspasos
la sombra de sus latidos
que caminan, descosidos
por orillas sin ocasos.
Ella quisiera olvidar
lo que sus ojos sufrieron
al ver cómo destruyeron
al que nos vino a salvar
entregando su Verdad
en una cruz de negruras
deshojando las hechuras
y los sentidos del alma
provocando que la calma
la reclame entre locuras.
Ella quisiera vivir
en el ayer de la historia
negándole a la memoria
el eco de su existir
que comenzó con un sí
envuelto en rosas y vino
iniciando así el camino
de alcanzar la eternidad
y olvidar la oscuridad
al doblegar los destinos.
Ella quisiera saber
el porqué de los suplicios
antes de perder el juicio
por asumir su deber
y amar sin tener que ver
al Hijo de sus costuras
esa bella desventura
que el Cielo parió sin mancha
provocando la avalancha
de infinitas hendiduras.
Ella quisiera entender
por qué se apagó su luz
expirando en esa cruz
el latido de su ser
provocando que el querer
desvaríe en agonías
escarbando sinfonías
que navegan como ríos
abriéndose en regadíos
las más dulces armonías.
Ella quisiera sentir
el rachear de los sueños
los que carecen de dueños
al florecer su latir
y quisiera subsistir
en este mar descosido
por su vientre desvestido
en sangre y carne de hiel
amoratando su piel
hasta perder los sentidos.
Ella quisiera gritar
y detener la tortura
de amar sin más armadura
e intentar disimular
lo que supone esperar
los resquicios de la muerte
pues maldita fue su suerte
al ser la flor escogida
engendrada y prometida
por ser la mujer más fuerte.
Ella quisiera correr
por callejones sin sombras
y pedirle al que se nombra
que borre ese anochecer
pues le clavó un alfiler
cegándole la mirada
y todas las madrugadas
las convierte en pasacalles
renaciendo de su Valle
abocetando alboradas.
Cuídenla como un joyero
mímenla como un tesoro
récenle, yo se lo imploro
y que el sol pinte luceros
emplumando sus tinteros
a la orilla de la Ermita
sabiendo que en esa cita
la paz susurra a los llantos
y todos los desencantos
agonizan si se agitan.
Sobre tres cruces calladas
del monte de los desquicios
expiró Dios como auxilio
de manera sosegada
dejando por terminada
el más noble Ave María
que convierte en melodías
el principio de este cuento
escrito con el acento
del Valle de su alegría.
Violín: Ruth Martínez
Piano: Raúl Álvarez
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