Tras más de mil lunas esperando, una tarde inesperada volvieron a encontrarse cerquita de la parada de un deseo.
No hizo falta decir nada.
Sólo les bastó aspirar el aroma de los silencios y ambos se vieron reflejados en el espejo de los nervios.
Se atrevieron entonces a hablar, a reír, a acariciarse...
Y entre quimeras y rescoldos aún con vida, surgió aquel único beso.
Sus labios -al rozarse-, borraron de un escalofrío todos los miedos, todas las dudas, todas las noches en vela mirando por los pasillos del tiempo que aquella voz que les hacía feliz regresara a tiempo para arroparle y dibujar sobre las sábanas una dulce madrugada.
Por un segundo, la sangre se les aceleró tanto que creyeron que el corazón se les iba a desbocar; los ojos cayeron en un sueño tan profundo que sintieron brillar al sol cuando la luna era la que reinaba en el cielo; y las manos, las manos quisieron anudar ese instante a la cintura de los versos para que estos compusieran el romance perfecto.
Jamás sintieron algo parecido al entregarse al deseo de amar y ser amado..
Jamás sintieron un pellizco sobre la comisura de sus labios..
Jamás sintieron que un solo nombre podría cabalgar a sus anchas por la estrechez de sus venas..
Pero ninguno de los dos sabe a día de hoy porque andan esquivando la huella de la felicidad que se les tatuó aquella tarde en la piel de sus miradas.
P.D. Artículo rescatado de Facebook, con fecha 8 de julio de 2016
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