Con la luna encuaresmada en bostezos, la Madre de Dios se despoja de riquezas para revivir en su propia mirada cómo fue la primera de sus Cuaresmas.
Esos primeros cuarenta días de la Historia distan mucho de lo que hoy son, de lo que hoy vivimos, de lo que hoy sentimos.
Quizás, el azahar no perfumara las calles de las ciudades tal y como lo hace hoy.
Quizás, las túnicas no estuvieran oreándose en los salones o en las azoteas.
Quizás, nadie supo calibrar que la humanidad los reviviría en el tiempo para que el tiempo pudiera así revivirse.
Y son los días en los que María -vestida de hebrea- descose entre suspiros su pena, alejada de sus atributos de Reina, de su corona de Majestad, de sus bordados de Soberana, …
Bajo aquel sol y aquellas nubes, las Escrituras se hicieron de carne y hueso, y la Madre de Dios sólo tenia un sencillo manto azul con el que cubrirse los hombros, un pañuelo ajado de impotencias para secarse sus tristezas, y un reguero de lágrimas en los bolsillos con los que llorarle a la muerte.
De hebrea… así fue cómo el primer sagrario de la historia acompañó a su hijo hasta el monte del Calvario.
De hebrea… así vestida fue María recorriendo los pasadizos de sus tormentos y se extirpa una a una las dagas de sus dolores cuando acuna la espera del nacimiento de la Luna de Nissán.
De hebrea… así se refleja su corazón entre altares de culto y siente cómo se le vuelve a fragmentar, a romper, a estallarle en diez mil pedazos… tal y como sucedió aquella primera semana de pasión.
En estos días de preparación, de nervios y de sueños, acerquémonos a verla, fijémonos en sus ojos revestidos de humildad, y busquemos sus manos para recorrer, junto al brillo de su sonrisa, el verdadero sentido de esta espera que tanto bien nos hace, que tanto necesitamos, que tanto tarda en llegar.
Y es que cuando Ella se viste de hebrea… siento que mis rezos galopan de mejor manera por mis labios, los dos hablamos el mismo idioma sin tener que pronunciar palabra y la rueda de los sentidos vuelve a su punto de partida.
De hebrea… así es cómo anhelo encontrármela bajo el cielo de su nombre.
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