Un
año más la Sagrada Escritura del nacimiento del Hijo de Dios se ha cumplido; hace
un par de días, en un portalito de Belén oscuro y llenito de telarañas, María daba
luz al Salvador de la Humanidad.
Y
lo hacía en una noche de Nochebuena,
a pesar del empeño de unos cuantos en pisotear la esencia de esta fiesta del
calendario.
A
estas horas, me imagino que San José
ya habrá arreglado las ventanas para que el relente de la tarde no siga
haciendo de las suyas y la Virgen María
-ya recuperada del parto-, de seguro que andará guardando silencios de dolor
por las esquinas del horizonte.
En
breve, sus Majestades los Reyes Magos de
Oriente seguirán el camino de una estrella para postrarse ante un pesebre
de madera y presentar oro, incienso y mirra como regalos con los que la
humanidad da la bienvenida al Rey de
Reyes, pero querido Jesús, tú no
te fíes…
No
te fíes de esta costilla podrida esculpida a tu imagen y semejanza,… pues con
el tiempo se ha alimentado de los vicios más mundanos que existen sobre la Tierra.
No
te fíes del Hombre, pues por nuestras
venas recorren todos los pecados capitales de la humanidad, y a cada paso que
damos demostramos nuestra soberbia, nuestra avaricia, nuestra pereza,…
No
te fíes de esta figura de barro, pues por nuestras miradas se agolpa la
envidia, ese veneno que hace que juremos en arameo cuando vemos que a los demás
la vida empieza a sonreírles y dejamos así de perseguir nuestros sueños.
No
te fíes de un ser que no tardará en traicionarte, que apenas quiere saber de
Ti, que muy pronto te venderá, te escupirá, te vejará, te abofeteará… y que
atravesará el costado de tu bondad con su maldita y denostada prepotencia.
Querido
Jesús, no te fíes de tu mayor creación…
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