La Semana Santa de este año 2014 llegó a su fin y
centenares de cofrades jerezanos -y no tan jerezanos-, guardarán entre
recuerdos, estampitas y dolor de pies esta semana donde la lluvia ha tenido el
detalle de no sacarse su papeleta de sitio.
Fue
en el momento en el que los cuatro zancos del palio de la Piedad arriaron
definitivamente su pena callada en la capilla del Calvario cuando todo se
consumió y las agujas del reloj comenzaban a rondar las cuatro de la mañana.
A
esa hora las fuerzas ya flaqueaban, y los rostros delataban cansancios en todos
aquellos que buscamos a Dios y a su bendita Madre a través de la devoción de
las maderas talladas y de los sentimientos que sólo un izquierdo, una saeta o
una candelería encendida nos puede trasmitir.
Pero
los que amamos esta forma de amar estamos hechos de otra pasta, y nos
recomponemos con facilidad del golpe que supone abrir las puertas a la nostalgia.
Ya
solo nos quedan 51 domingos para que todo vuelva a su sitio, para que la ciudad
vuelva de nuevo a sentirse impregnada de inciensos y de azahares, y para que nosotros
volvamos a vivir en primera persona aquello que no dejamos nunca de revivir en
tercera.
Si
no me entienden, déjenlo, pues esto que les cuento no es para explicarlo, sino
más bien para sentirlo, para apreciarlo, para respirarlo.
En
una semana los cofrades acunamos el todo y la nada de nuestra vida; nos rendimos
ante la cera gastada y desabrochamos el nudo de las promesas; buscamos
resquicios de lo que no somos ante un cortejo de imperfecciones y acariciamos
el dolor de lo que somos en una despedida, en una espera, en una papeleta de
sitio, en una lagrima ahogada, en una bulla,…
Y
todo esto en una semana… ¿se imaginan que tuviésemos más tiempo?
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