La luz que envuelve
mi habitación una mañana de domingo tamiza mis recuerdos, mis fobias, mis
sueños. Se cuela por la ventana, con la cabeza agachada, acariciando cada
latido, cada victoria, cada derrota que se dibuja en los garabatos de mi
memoria.
Al mirarla cara a
cara, la sombra que perfila sobre mi mesa me hace ver aquello que un día fui,
aquello que actualmente soy y barrunta, sin decirme nada, aquello que algún día
seré.
A medida que el
tiempo va ganándole terreno al minutero, esa luz busca acomodo entre los lomos
de mis libros, entre las añoranzas de mis fotografías, entre las hojas tintadas
de quimeras, hasta que se posa en un viejo espejo, recubierto éste por arrugas
y por moratones.
Es en ese espejo, cómplice
de mis correrías y aliado de mis secretos, donde se van enmarcando mis días de
vino y de rosas; días en los que las musas se arremolinan entorno a mis suspiros;
días en los que la felicidad me pide consejo a mí; días en los que me siento el
amo del mundo porque -por unos instantes-, el mundo detiene su rumbo ante mis
pies.
Pero en ese espejo
también se reflejan mis fracasos como persona, mis desilusiones como maestro, mis
decepciones como amigo, mis desvelos como escribano, mis fallos como hijo, mis
preocupaciones a media tarde, las limitaciones de mi espalda, la soberbia que a
veces mastico, el orgullo con el que a veces guardo silencio, la prepotencia de
mis actos, las pisadas de mis lágrimas, los malabarismos para llegar a fin de
mes, las sonrisas que provoca el aire … y, por mucho que quisiera obviarlo, la tristeza
que envuelve mi alma cada vez que alguien deja de contar conmigo.
Hubo un tiempo en el
que, cuando alguien visitaba mi casa, procuraba limpiar ese cristal con fuerza
para evitar así que se vieran mis faltas, se palparan mis miedos o se sintieran
mis ataduras. Pero a día de hoy, a sabiendas de conocer cuales son las huellas que
han esculpido mis palabras, lo primero que enseño es ese cristal, rajado por la
mitad y vencido por la añoranza para que se sepa, sin paños calientes, quien soy
realmente.
A estas alturas del
camino, no tengo que esconderme de nada, no tengo que estar agachando mis
vergüenzas, no tengo que pisotear cabezas para alcanzar mi destino, no tengo
que ir mendigando de puerta en puerta un trozo de gloria, no tengo que estar
devolviendo favores a nadie pues mis cuentas ya están mas que saldadas.
Pero sigo sin
aprender la lección, sigo cometiendo los mismos errores del pasado, sigo
cayendo en la misma trampa de darlo todo para recibir sólo migajas, y no sé si
es el momento de volver a coger el lápiz rojo para tachar el nombre de una
nueva piel que cada tarde me ignora.
Reconozco que he cometido
-y seguiré cometiendo- errores, que he tropezado con guijarros y piedras, que a
veces la sangre que circula por mi cuerpo se vuelve caliente y egoísta, pero créeme, no soy tan malo como algunos de mis enemigos
me quieren pintar, esos infelices que cada noche siguen arropando su existencia
al abrigo de mi nombre. Y uno de los errores que jamás me perdonaría seria el
verte alojado en ese armario donde se confunden sus sombras entre polillas y
humedades.
Sé que el día menos
pensado volverás; sé que en algún momento volveremos a fundir nuestras sonrisas
entre abrazos; sé que estas sufriendo tanto como yo lo estoy haciendo, pero escúchame,
el día que quieras volver a reflejarte en ese espejo junto a mí, sólo tienes
que pasarte por casa. Ya va siendo hora de que sepas donde vivo, y no te
preocupes, la puerta la dejaré encajada para ti.
Allí te estaré
esperando.
Alberto, empiezo por decirte que la foto con la que lo has ilustrado es muy bonita y apropiada.
ResponderEliminarNo sé cuánto hay de autobiografía, pero aún eres muy joven y te queda mucho por ver y vivir. Ese espejo al que te refieres, al final es tu conciencia. La conciencia no se puede ni limpiar ni engañar. Siempre está ahí. Todo lo que haces te va marcando y al final eres tú. Lo único que queda es aceptarte como eres y que los demás te quieran con tus virtudes y defectos. Te doy mi insignificante aprobado y el ánimo para que sigas con tus narraciones.