Y de nuevo ante ti,
la garganta se me seca,
las palabras balbucean,
y el corazón se me acelera;
y al perderme en tu mirada,
buscándome en tu consuelo,
me doy cuenta de que no soy nada,
solo uno más,
que desde el suelo,
de nuevo te pide favores,
en nuestro fugaz reencuentro;
pero soy incapaz de escucharme,
soy incapaz de estar atento,
por que me embeleso en tus manos,
y en tu andar de Nazareno.
Y entonces elevo mi oración,
y desfila mi arrepentimiento,
dejando que las lágrimas sean,
testigo de nuestro encuentro;
Pero por más que intento concentrarme,
mis palabras se las lleva el viento,
por que empiezo a soñar,
que de madrugada,
volviste a mostrar tu magisterio;
que las manecillas se detuvieron,
en los confines del tiempo,
que de fondo sonaría “saeta”,
y que rompías los sentimientos,
al pasearte por las callejuelas
que rodean a tu templo.
Déjame Padre ser,
el confidente de tus lamentos,
déjame Padre que sea,
el pedestal que pisas en tu sufrimiento,
déjame que sea la cruz
que abrazas a cada momento
para aliviar tu dolor,
para aliviar tus tormentos,
déjame soñar con ser la “llamá”
que te saque de ese infierno,
déjame soñar con ser,
la estrella que más brille en el firmamento
para poder estar cerquita de ti,
aquí en la tierra, y allá en cielo.
la garganta se me seca,
las palabras balbucean,
y el corazón se me acelera;
y al perderme en tu mirada,
buscándome en tu consuelo,
me doy cuenta de que no soy nada,
solo uno más,
que desde el suelo,
de nuevo te pide favores,
en nuestro fugaz reencuentro;
pero soy incapaz de escucharme,
soy incapaz de estar atento,
por que me embeleso en tus manos,
y en tu andar de Nazareno.
Y entonces elevo mi oración,
y desfila mi arrepentimiento,
dejando que las lágrimas sean,
testigo de nuestro encuentro;
Pero por más que intento concentrarme,
mis palabras se las lleva el viento,
por que empiezo a soñar,
que de madrugada,
volviste a mostrar tu magisterio;
que las manecillas se detuvieron,
en los confines del tiempo,
que de fondo sonaría “saeta”,
y que rompías los sentimientos,
al pasearte por las callejuelas
que rodean a tu templo.
Déjame Padre ser,
el confidente de tus lamentos,
déjame Padre que sea,
el pedestal que pisas en tu sufrimiento,
déjame que sea la cruz
que abrazas a cada momento
para aliviar tu dolor,
para aliviar tus tormentos,
déjame soñar con ser la “llamá”
que te saque de ese infierno,
déjame soñar con ser,
la estrella que más brille en el firmamento
para poder estar cerquita de ti,
aquí en la tierra, y allá en cielo.
Es precioso Alberto, me lo ha pasado Cristina el enlace...
ResponderEliminarUn beso