Al besar, presionamos los labios contra la piel de otros labios como una expresión social de afecto, de saludo, de respeto o de amor. Es algo innato que el ser humano lleva en su ADN, y desde pequeño comparte con los demás, bien por imposición paterna, bien por imposición social. Besar es la quimera del amante, el bálsamo del verso enamorado, el trofeo que Cupido muestra orgulloso al recoger las flechas del suelo y marcharse a casa con la sensación de que su trabajo ha dado comienzo. Todo el mundo guarda entre sus recuerdos el primer beso de juventud, aquellos besos robados en los zaguanes de la imprudencia, los que fueron acariciados con la luna como testigo, los que venían con fecha de caducidad o los que en su día destilaron pasión, sábanas y desayuno. Pero hay un tipo de beso que es propio del cofrade; nacemos con él, nos criamos con él y necesitamos de él para ir sumando encuentros y cuaresmas. Es aquel que depositamos sobre la madera de un Dios que engalana su escarnio entre un
Persiguiendo un Sueño..