Me asomo al balcón de casa cada tres horas para estirar las piernas y engañar a mi manera al subconsciente. Son tres semanas encerrados entre libros y preocupaciones, y el cansancio va haciendo mella. Y para rematar la faena, las nubes dibujan en el cielo que hoy es Lunes Santo. Ese día en el que los izquierdos son punta de lanza. Las traiciones están a la vuelta de la esquina. La Vida florece tras la muerte. El Amor es un sacrificio bañado en aguas cristalina, bajo una temperatura constante, enajenada, perpetúa. Y como les decía, asomado en ese espacio minúsculo de libertad voy entendiendo a todo aquel que se queda en su hogar a comulgar silencios mientras a Dios se le anda mentando entre goterones de cera y bullas de adolescentes. Y entre esos hijos descarriados está mi vecino. Un hombre educado, pero ajeno a todo esto. Es curiosa la escena. Cada cual con sus miradas. Cada cual alimentando - a su manera- los fogones d...