
Cuando el mes de Enero se va acomodando en los calendarios, si nos acercamos hasta la capilla del Humilladero, podremos ver como en el frío mármol de la nave principal se van desenterrando las huellas que la memoria de nuestra hermandad ha perfilado con el paso de los años.
Están ahí, se han ganado ese lugar de privilegio a base de cuaresmas y papeletas de sitio, no hacen ruido, apenas se mueven, comparten con el viento la eternidad y cada mediodía esperan la visita del sol para que éste vuelva a coquetear con ellas cuando se cuela por entre las vidrieras.
Si disponen de tiempo, pasen por esa capilla, siéntense en cualquiera de sus bancos, y después de agradecer el regalo de respirar cada día, claven su mirada en el suelo. No tengan prisa y podrán descubrir lo que pone en muchas de esas huellas.
Así, podrán leer por los bordes el nombre de todos aquellos que alguna vez han vestido esa túnica negra, salpicando de avemarías las costuras de las mismas. Pueden que sean capaces de palpar el rastro de los que cada día visitan nuestra humilde morada, personas anónimas que alzan su mirada para clavarse en el pecho de esa Madre - rota por el dolor-, y le suplican que sus pasos no pierdan la estela de su belleza. Incluso pueden que sean capaces de descifrar las plegarias que se han quedado grabadas, en forma de besos, entre los pliegues de cada besamanos.
Cuando la luna subraya en el orden del día que tenemos igualá en las Angustias, me detengo a buscar esas huellas, las rebusco por todo la capilla y, vencido por el cansancio, reposo mis pulsos en las que se encuentran ancladas entorno a los pies del camarín. Esas huellas tienen un latido distinto. Esas huellas aun tienen vida. Esas huellas son especiales.
Cuando al fin doy con ellas, cierro los ojos y pienso en los dueños de esas huellas, en todos aquellos que han tenido la bendita suerte de fajarse bajo esas andas y pisar los adoquines de algunas calles de nuestra ciudad, para rabia de algunas otras.
Desde que me aconsejaron que las mías no podrían quedarse por allí, sé que mis riñones no soportarán jamás el peso de la muerte, sé que mis pies sólo podrán reseguir el camino de las de ustedes, y os tengo que confesar que cuando os veo cada noche de ensayo siento envidia porque vuestras huellas están recubiertas de la gracia y del amor que os dispensa la dueña del luto que impregna la Corredera cada Domingo de Ramos.
Hoy de nuevo comienza a vislumbrarse el sueño, y lo hace con un leve roce sobre vuestros cuellos. Hoy os tallarán descalzos para colocaros en un “palo” donde los rezos se fundirán con los sudores. Hoy se acunarán vuestras promesas entorno a unos relevos y una molía. Hoy tenéis una cita con Ella y es hoy cuando os voy a mirar de frente para deciros lo que sois: unos privilegiados.
Privilegiados porque llevareis sobre vuestros hombros a la dueña de la historia. Porque el racheo de vuestros izquierdos perfumarán de puñales los azahares y porque amáis con el corazón abierto a una Madre que os ha escogido a vosotros para ser amados.
Privilegiados porque vuestros silencios se perderán en las memorias de los que os vean, y los que os vean solo podrán guardar silencio cuando se pierdan ante Ella.
Privilegiados porque estaréis cerquita de las entrañas del dolor, porque escuchareis cómo suenan las canciones de cuna que ángeles negros compusieron con su propio sangre, y porque recibiréis sobre vuestros cuerpos el peso de llevar la mirada más sencilla que Dios supo encargar a manos humanas.
Privilegiados por llevarla, por sentirla, por pasearla y por sufrirla, porque hay debajo también se sufre. Pero privilegiados al fin y al cabo porque tras esos respiraderos se ve la vida de otra manera.
Cuando el Domingo de Ramos vaya llegando a su ocaso y se cierre el portón de la calle, de nuevo Ella volverá a ser de nosotros, porque vosotros la traeréis a casa de vuelta. Viviremos varias chicotás entre la penumbra de los cirios calientes. Escucharemos como por la boca se os escapa la vida y como os falta el aire para seguir resoplando y será entonces cuando la encuentre, cuando tras mi cansancio aparezca Ella para secarme las lágrimas por estar un nuevo año a su lado, y es entonces cuando sé que daría mi vida por echaros una mano allá abajo.
Nunca perdáis el rastro que dejáis allá por donde vais, nunca permitáis que vuestra personalidad varíe por el antojo de otros y, sobre todo, nunca dejéis de quererla como la queréis, porque en definitiva, sois lo que sois gracias a Ella.
Disfrutad de nuevo hermanos, y mucha suerte.
Están ahí, se han ganado ese lugar de privilegio a base de cuaresmas y papeletas de sitio, no hacen ruido, apenas se mueven, comparten con el viento la eternidad y cada mediodía esperan la visita del sol para que éste vuelva a coquetear con ellas cuando se cuela por entre las vidrieras.
Si disponen de tiempo, pasen por esa capilla, siéntense en cualquiera de sus bancos, y después de agradecer el regalo de respirar cada día, claven su mirada en el suelo. No tengan prisa y podrán descubrir lo que pone en muchas de esas huellas.
Así, podrán leer por los bordes el nombre de todos aquellos que alguna vez han vestido esa túnica negra, salpicando de avemarías las costuras de las mismas. Pueden que sean capaces de palpar el rastro de los que cada día visitan nuestra humilde morada, personas anónimas que alzan su mirada para clavarse en el pecho de esa Madre - rota por el dolor-, y le suplican que sus pasos no pierdan la estela de su belleza. Incluso pueden que sean capaces de descifrar las plegarias que se han quedado grabadas, en forma de besos, entre los pliegues de cada besamanos.
Cuando la luna subraya en el orden del día que tenemos igualá en las Angustias, me detengo a buscar esas huellas, las rebusco por todo la capilla y, vencido por el cansancio, reposo mis pulsos en las que se encuentran ancladas entorno a los pies del camarín. Esas huellas tienen un latido distinto. Esas huellas aun tienen vida. Esas huellas son especiales.
Cuando al fin doy con ellas, cierro los ojos y pienso en los dueños de esas huellas, en todos aquellos que han tenido la bendita suerte de fajarse bajo esas andas y pisar los adoquines de algunas calles de nuestra ciudad, para rabia de algunas otras.
Desde que me aconsejaron que las mías no podrían quedarse por allí, sé que mis riñones no soportarán jamás el peso de la muerte, sé que mis pies sólo podrán reseguir el camino de las de ustedes, y os tengo que confesar que cuando os veo cada noche de ensayo siento envidia porque vuestras huellas están recubiertas de la gracia y del amor que os dispensa la dueña del luto que impregna la Corredera cada Domingo de Ramos.
Hoy de nuevo comienza a vislumbrarse el sueño, y lo hace con un leve roce sobre vuestros cuellos. Hoy os tallarán descalzos para colocaros en un “palo” donde los rezos se fundirán con los sudores. Hoy se acunarán vuestras promesas entorno a unos relevos y una molía. Hoy tenéis una cita con Ella y es hoy cuando os voy a mirar de frente para deciros lo que sois: unos privilegiados.
Privilegiados porque llevareis sobre vuestros hombros a la dueña de la historia. Porque el racheo de vuestros izquierdos perfumarán de puñales los azahares y porque amáis con el corazón abierto a una Madre que os ha escogido a vosotros para ser amados.
Privilegiados porque vuestros silencios se perderán en las memorias de los que os vean, y los que os vean solo podrán guardar silencio cuando se pierdan ante Ella.
Privilegiados porque estaréis cerquita de las entrañas del dolor, porque escuchareis cómo suenan las canciones de cuna que ángeles negros compusieron con su propio sangre, y porque recibiréis sobre vuestros cuerpos el peso de llevar la mirada más sencilla que Dios supo encargar a manos humanas.
Privilegiados por llevarla, por sentirla, por pasearla y por sufrirla, porque hay debajo también se sufre. Pero privilegiados al fin y al cabo porque tras esos respiraderos se ve la vida de otra manera.
Cuando el Domingo de Ramos vaya llegando a su ocaso y se cierre el portón de la calle, de nuevo Ella volverá a ser de nosotros, porque vosotros la traeréis a casa de vuelta. Viviremos varias chicotás entre la penumbra de los cirios calientes. Escucharemos como por la boca se os escapa la vida y como os falta el aire para seguir resoplando y será entonces cuando la encuentre, cuando tras mi cansancio aparezca Ella para secarme las lágrimas por estar un nuevo año a su lado, y es entonces cuando sé que daría mi vida por echaros una mano allá abajo.
Nunca perdáis el rastro que dejáis allá por donde vais, nunca permitáis que vuestra personalidad varíe por el antojo de otros y, sobre todo, nunca dejéis de quererla como la queréis, porque en definitiva, sois lo que sois gracias a Ella.
Disfrutad de nuevo hermanos, y mucha suerte.
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