Dicen los entendidos que tomar pan en exceso engorda.
Dicen los entendidos que beber en demasía hace que la sed pierda sentido en nuestro cuerpo.
Dicen los entendidos que hay duelos que son eternos cuando los enhebra el amor de una Madre.
Lo que no saben esos entendidos es que cuando el Lunes Santo llama a nuestras puertas, la ciudad asiste a la Cena más importante de nuestra historia, esa en la que las hogazas de pan son espigas de la Sangre de Dios.
Y en esa cena, el vino que se bebe está maridado con los ojos de la Virgen del Amparo y los vientos de la zona sur que hoy secaran lágrimas por la collación del barrio San Miguel para que el Cristo de la Sed se asome por sus azoteas.
Y el duelo más negro de la ciudad será el mantel de ese alimento que nos nutre el alma, porque las manos de Amor y Sacrifcio lo tatuaron con su corazón para llorar entre espasmos, eternamente.
Lunes Santo… el día en el que la Paz de Fátima se reencuentra con su gente, con sus calles y con los que salvan vidas ante el fuego de las horas.
Lunes Santo… la tarde en la que la Candelaría recubre el rostro de su barrio de La Plata con un paño pespunteado de verónicas.
Lunes Santo… la noche en la que un palio bañado por la luz de San Marcos suelta palomas de la paz en forma de concordias y rezos.
Que la Virgen del Socorro siga endulzando la Viga de nuestras catedrales.
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