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Mostrando entradas de febrero, 2024

Los Costaleros

  En las frías noches de invierno, cuando la ciudad busca el calor de los braseros, un calambre y una ilusión les hace buscar del altillo sus viejas ropas de costaleros.   Nadie sabe lo que les mueve, pero algo se precipita en sus adentros para fajarse los sueños entre amigos de fatigas, para alpargatear las calles bajo voces de mando, para dar un testimonio silente de fe que va más allá de izquierdos y  levantás .   Solo ellos y sus almas saben sus motivos arcanos para obedecer, para servir, para llevarnos al  Hijo de   Dios  y a su  Madre  bendita a rezarle una vez al año fuera de sus altares.   Solo ellos y sus molías, o sus costales, se reconocen en sudores, promesas y quimeras que les hace vivir, bajo ese mundo de las trabajaderas, conversaciones con el  Dios  de sus adentros.   Los costaleros son titanes que, efímeramente, dibujan pellizcos sobre nuestras retinas para despertar, para agradecer, para encomendarnos a lo que creemos, a lo que necesitamos, a lo que nos hace respirar

Un templete de Consuelos..

     Quiso el primer lunes de esta cuaresma que los relojes se apretaran despacio, que el frío no llegara hasta la medianoche y que por las calles de nuestra ciudad caminara un  Consuelo  de ternuras.   Quiso el primer lunes de esta cuaresma recién parida que hasta la luna se asomara a las azoteas de los empujones.   Quiso el primer lunes de esta cuaresma que regresáramos a casa oliendo a sosiego e inciensos.   Centrado en un templete de ruegos, los hermanos del Trasporte pusieron el corazón para que el rezo del  Vía Crucis en la Santa Iglesia Catedral  fuera el primer pellizco de azahar sobre los labios de la espera.   Majestuoso y con reflejos de tronío grande, el  Señor   del   Consuelo  se reencontró con una ciudad y unas calles que sólo otea cuando la  Merced  abre las ventanas de la  Basílica  y ambos se cuentan los avatares y las desventuras de una ciudad que no sabe aún quererse como es debido. Y de querer al  Señor   del   Consuelo  saben mucho por la  Merced .   Lo saben sus

La Esperanza..

  En una bóveda del tiempo, la vida guarda un cofrecito de jaramagos, yerbabuenas y vientos, y el espejo de este pequeño tesoro tiene el nombre de  Esperanza .   Cuando la vida se ahoga, o se atropella, o te deja desnudo y sin huesos que roer, ese cofrecito se abre de par en par para calmar las mareas, para apaciguar las espumas, para acunar la rabia y el dolor.   En ese cofrecito habita el último aliento, el último tango, el ultimo baile de salón con las luces a medio apagar.   Ese cofrecito tiene hilvanado todas las promesas que el ser humano no dice, pero susurra cuando ya no puede llorar más.   En ese cofrecito, uno puede encontrar a  Dios  una tarde de abril dibujando arco iris de papel, y a la  Esperanza  tendiéndole el color verde… el mismo con el que con los ángeles juguetean en el cielo.    Y así, cuando tras la lluvia uno ve ese ramillete de vida danzar por las nubes, en el color verde se puede sentir la sonrisa de la  Esperanza .   Porque la  Esperanza  es esa soga a la que

El amor..

Le preguntaron una tarde a la  vida  que qué era el amor…   Y la  vida  guardó silencio, rebuscó en sus costuras y dejó que sus ojos brillaran con la más simple de las respuestas.   Porque el  amor  es eso. Simpleza y sencillez. Evidencia e ingenuidad.  Es la grafía con la que los suspiros suspiran.   El  amor  es algo más que un hilo rojo que envuelve almas por los pasadizos del tiempo.   El  amor  es algo más que una caricia cuando te has entregado al sudor de una cama.   El  amor  es algo más que decir te quiero con la garganta rota y sin eco.   Porque el  amor  son esas miradas que uno divisa entre un mar de gotas.    El recuerdo que te hace sonreír con el primer café del invierno.    El tembleque que te entra en el ombligo cuando sientes que tus labios desangran deseos, medias y tacones.   El  amor  es aquello que mueve el mundo; o en este caso, mi mundo desde que apareciste aquella tarde de febrero en Cádiz para sacudirme las lágrimas.   El  amor  es la tranquilidad de llegar a c