INDICE
1. EN UNA CRUZ DEL CALVARIO..
2. AGRADECIMIENTOS
3. DIOS CREÓ AL CRISTO
4. EL CRISTO EN MI VIDA
5. LUISA Y EL CRISTO
6. LA TARDE DEL CRISTO
7. ¿CÓMO SERÍA LA VIDA SIN ÉL?
8. OH LA SAETA AL CANTAR…
9. AHORA QUE ESTAMOS A SOLAS…
En una Cruz del Calvario..
En una Cruz del calvario
amortajado entre vientos
el mejor de los nacidos
expiró sin más aliento
que Jerez en sus entrañas
y El Campillo en sus lamentos.
En una Cruz del calvario
El Cristo detuvo el tiempo
horquillando su mirada
a un velero de sustentos
que supuran las heridas
bajo el sol de barlovento.
En una Cruz del calvario
San Juan cuenta desalientos
mientras Valle va hilvanando
un sin fin de pensamientos
a una enagua de silencios
y a un reguero de tormentos.
En una Cruz del calvario
dejó Dios sus argumentos
envueltos en siete palabras
acunadas por advientos
cuaresmas y primaveras
besamanos y mil rezos
entornándole los ojos
al horizonte del cielo
entreabriendo su pechera
pasó a paso, tiento a tiento
batallando con la muerte
un ocaso de fragmentos.
Y es que El Cristo nunca muere
a pesar de los intentos
de un mundo egoísta y cruel
que se desvive por dentro
envenenado por fuera
carente de todo credo
y que piensa que Jesús
el llamado “El Nazareno”
es sólo una gota más
del mar de los marineros.
El Cristo siempre agoniza
verseando sobre cerros
Corredera, Sol, Cruz Vieja
San Miguel, Barja (y) San Telmo
sin que las fronteras puedan
detener a este destierro
hijo de José y María
agitanado por versos
con saetas libertarias
y lágrimas de despechos
que brotan cuando se cruzan
las sombras de los destellos
en un arrabal dormido
al claudicar los destiempos.
El yunque y el martinete
la fragua de los sin techo
los que pierden la esperanza
los rotos, los desechos
los que no encuentran salida
los que viven sin remedio
todos encaran sus pasos
al Cristo y sus deseos.
Dime… ¿quién te hizo Enmanuel
quién gubió tus alfabetos
esos que son pura vida
si eres digno de un museo?
No hay palabras suficientes
que definan el misterio
de esta Carne hecha madera
que eclipsa a los firmamentos.
La luna, el sol, los mares
todos buscan el encuentro.
Los relojes, las promesas
se enervan en sus adentros.
Las luces de carboncillo
afilan todos sus nervios
para mirarle la cara
y aprender de su Evangelio.
Evangelio que resuena
entre paredes y lienzos
que crece como los ríos
entre meandros y almendros.
Yo quisiera, Cristo vivo
escribirte un testamento.
Yo quisiera, Cristo vivo
gritarte aquí lo que siento.
Yo quisiera, Cristo vivo
que esta noche de febrero
tus penas de pozo oscuro
se perdieran sin aprecios
diciéndole al sur del sur
que bien vales un imperio.
En una Cruz del calvario
tres clavos le sostuvieron.
En una Cruz del calvario
el Valle empezó el sepelio.
En una Cruz del calvario
se rasgó el velo del templo
y El Cristo más plateado
el que alumbra los luceros
se encaprichó del levante
por esquinas sin senderos
para gritarle a Jerez
- a la hora de los toreros -
que el cielo puede esperar
pero no así los te quiero.
Por eso, permitidme hoy
que detenga al relojero
que grafíe mis palabras
que le implore al carcelero
que rebusque en mis cenizas
que desvele mis secretos
y que mis monedas paguen
con anversos y reversos
lo que mis latidos sienten
ante este Dios verdadero
pues nunca me olvidaré
- yo jamás me olvidaré –
que aquí fui su pregonero.
Agradecimientos
Muy buenas noches a todos…
Como dijo en su día Barbeito, “parece que es la hora…” y aquí estamos, desenvolviendo uno de esos regalos que a uno le hace la cuaresma al reflejar sueños.
He de confesaros que alguna vez que otra he fantaseado con ser Evocador de las Siete Palabras del Cristo… y me habéis nombrado cuando menos me lo esperaba, y cuando la hermandad vive días de tranquilidad y rosas…
Supongo que serán las cosas del Campillo…
Pero aquí estoy, con un puñado de palabras en los bolsillos y el alma a medio sonreír…
Ha costado llegar hasta aquí, pero aquí estamos, sabiendo que, si El Cristo me ha alumbrado a mí para este cometido, de seguro que el vuestro también saldrá bien.
De corazón, gracias por confiar en mí… y por hacerme ver que el mes de febrero es un mes extremadamente corto…
Han sido varias semanas de infarto, de escribir a contramano, de engañar al despertador y de volver a enfrentarme a la hoja en blanco.
No sé cuáles han sido mis méritos para estar detrás de este atril, pero gracias de verdad a los hermanos del Cristo, a los que esta noche me estáis acompañando, a los que me habéis aguantado durante estos días, a los que me habéis preguntado y arropado, a los que veis en mí a algo más que un simple juntaletras.
Voy a huir de formalismos, porque ante El Cristo todos somos iguales, y recibid un saludo todos los aquí presentes, siendo la excepción de la regla un Guardia Civil que es hermano de esta hermandad y que es el culpable directo de que este año haya podido disfrutar a media de los carnavales de Cádiz.
Pepe, con lo que me gusta a mí un domingo de coros, y que por tu culpa ese día me quedara en casa componiendo versos para tu Cristo.
Esas cosas no se le hace a un amigo…
Aún recuerdo esa invitación que me hiciste para ver la salida de tu hermandad desde aquí dentro, y mi ausencia a la misma por una fiebre que me dejo varios días en cama.
Aún recuerdo aquella llamada para ser evocador, y los primeros versos que te mande naciendo entre nosotros dos una amistad evocadora.
Si algo me ha regalado las cofradías a lo largo de los años, sin duda alguna son… las amistades…
Si algo tengo claro, es que me gusta tenerte en mi vida…
Has sido confidente, te has ilusionado, has hablado en público por mi culpa, y llámame desde hoy para lo que haga falta, excepto para una mudanza… para eso no…
Gracias amigo por acordarte de mí…
Gracias por querer a Inma como la quieres…
Gracias por criar a Pepe en la fe verdadera…
Eres (sois) una persona excepcional…
No pierdas nunca la sonrisa, ni las ganas de amar al Cristo…
Y vete preparando algún día para ser Evocador… yo te presento… hoy te has dado cuenta de que el atril no quema (da miedo, pero no quema)
De corazón, gracias por tus palabras…
Dios creó al Cristo
Dicho esto, y calmado un poco los nervios, permitidme que os cuente algo.
Relatan los vientos una vieja leyenda de que Dios creó al mundo en seis días, y que el domingo por la tarde, descansado y orgulloso por lo que había creado, oteó la grandeza de su obra y sintió que a la misma le faltaba algo.
Entonces cogió su paleta de colores y esbozó un rinconcito donde el sol, desde entonces, anda encaprichado, donde las albarizas se saborean en los labios como un palo cortado o un fino de estrellas, y la mano empezó a sonreírle al dibujar el flamenco y la hondura de las penas.
Luego trazó el barrio de San Miguel, el arrabal de San Mateo, las manos del Prendimiento.
Los ojos de la Merced, la bóveda morada de la Por Vera, los balcones de la Tornería.
Los lamentos de Remedios, la soledad de Soledad, la infinita agonía del Mayor Dolor.
Con el morado, pinto el sempiterno dolor de Traspaso.
Con el negro, dibujó un corazón con siete puñales ensangrentados por la pena.
Y con el blanco, dibujó la pureza de Misericordias y la inocencia de los niños que piden cera.
Ese rinconcito tenía duendes por sus calles, lamentos en sus ventanas, reflejos de amor entre las espinas y los vencejos.
La calidez de los colores era tal que hasta la Judería tenía detalles de historia, almenas de recuerdos y un sinfín de puertas donde los abrazos se reencontraban.
Al terminar su obra, Dios respiró de felicidad, pero los vientos se sentaron junto a Él y le dijeron:
- Has dibujado un paraíso en la tierra, pero a ese paraíso le falta alma.
Entonces Dios, en ese momento, les entregó sus pinceles a los vientos y les dijo:
- Si sois capaces de insuflar alma a ese paraíso, os dejaré por siempre vivir en él.
Y los vientos, con los pinceles en sus manos, empezaron a surcar todas las sacristías y todas las esquinas, todos los vericuetos y todas las colinas, todas las casapuertas, los zaguanes, las campiñas.
Hasta que llegaron a la Ermita, entornaron sus mareas y dibujaron al Cristo.
Y lo hicieron expirando
no queriendo morir
agonizando
pero sin rencores, sin querer sufrir
con la mirada sonriente
las manos abuleradas
el torso valiente.
Lo cincelaron
con una fuerza de tal calibre que rompió en dos los cristales del tiempo.
Lo tallaron
finamente, con escoplos y gubias de promesas, barnizándole los nudos de su madera con leyendas de espumas.
Lo enmarcaron
a una cruz de lamentos que en sus entrañas llevaba plata y nervios.
Le cosieron
a diestra y siniestra
el sol y la luna, como recordatorio de que esa imagen era el día y la noche,
el principio y el final,
el alfa y el omega de todos los caminos inexplicables del cielo y de la tierra.
Le colocaron un paño de purezas cuyo dobladillo por siempre llevaría el nombre de todos los jerezanos.
Sobre los pies puntearon los besos de todos aquellos que se acercan hasta Él para pedirle, para rogarle, para llorarle cuando la vida es un desquicio de horas, un manantial de por qué sin tildes, un
mar embravecido de olas que te tumban cuando crees que tienes fuerza suficiente para salir ileso y alcanzar la orilla.
Y en su mirada le dibujaron una estampa de firmamento, un lienzo descosido por duelos, un miserere que lleva acordes de muerte en los adentros de sus pupilas.
Los vientos, extenuados, se sentaron en el primer banco de la Ermita, y sintieron que esa imagen era la imagen del Hijo de Dios, pero al igual que les pasó al contemplar el mundo, ambos advirtieron que les faltaba algo.
Entonces Dios, que todo lo ve, que todo lo puede, que todo lo espera, entornó la puerta y vio cómo los aires reflejaron en la tierra el reflejo de sus ojos, y fiel a su palabra, se acercó al Cristo, y sintió un escalofrío por la espalda que el alma le atravesó sus hechuras de hacedor.
Postrado delante de Él, puso su mano derecha sobre su pecho, se extirpó un trozo de su sombra, la subió a la altura de la boca y sopló con tanta ternura que embadurnó al Cristo con todo su ser y le otorgó una unción que perdura por los siglos de los siglos.
Los vientos, agazapados en esa esquina, se rindieron a la grandeza de Dios…
Y Dios, sonriendo por lo bajini, les dijo a los vientos.
- Quedaos a vivir en Él, y decirle al mundo que el Hijo de Dios por siempre y para siempre expirará en este rincón donde los delirios taconean por bulerías.
Y desde ese día, los vientos corretean por las hechuras del Cristo, recorren sus miradas, algún que otro hermano se tiene que atrever a retirarle su melena desde algún balcón la tarde del Viernes Santo con una horquilla, Jerez lo espera, Él espera a Jerez, …y este rayo de sol, y esta luna de primavera hacen que Jesús navegue por nuestras calles enmudeciendo hasta el aire.
Desde ese día, los que no somos gitanos y los que tienen sangre calérezan al mismo sagrario, a la misma cicatriz, al mismo reloj de arena.
Desde ese día, Jerez tiene un principio, una primera hoja, una primera esquina.
Una primera vela, un primer faro, una primera neblina.
Un mástil donde agarrarse, un puerto sin mar, un primer recuerdo en la retina…
Y es que…
Cuentan que Dios creó al mundo
repleto de paraísos
con lugares con encanto
con rincones tan precisos
que el aire se entrecortaba
romanceaban los guiños
las puestas de sol reían
se enamoraban los niños
las palabras se callaban
se recorrían pasillos
por fronteras y zaguanes
por balcones y castillos
y la paz nos sosegaba
y se calmaban delirios.
Ese mundo era un vergel
de atardeceres con vicios
de promesas incumplidas
de lágrimas y maleficios
que ni el mismo Dios podía
tranquilizar sus hospicios.
Pero al crear a Jerez
albarizo sus nudillos
y las mismas jacarandas
sombrearon sus ojillos
y en una Ermita de versos
un fandango de oro fino
embotelló al Rey de Reyes
al que llamaron El Cristo.
El Cristo de los milagros
el del amor más sencillo.
El Cristo de los abrazos
entre amigos y enemigos.
El Cristo que siempre está
amainando los asilos.
El Cristo que cada viernes
le ronea a los postigos
y le pide a sus vecinas
que le cuenten muy bajito
a que saben los pucheros
y los ruegos infinitos
a un cielo que pocas veces
Él los pinta de bonito.
Pero El Cristo es un regalo
una bendición de siglos
que se prende a la memoria
que hiere a base de gritos
que fondea entre los males
que lo deja todo escrito
en un quiebro de sus ojos
como un pincel de grafito.
Y en esos ojos se ve
la gloria de los nacidos
en este rincón del sur
que aflamencan sus gemidos
cuando llaguean las penas
y todo es un sinsentido
que Él es capaz de aplacar
con el sol como chasquido
y la luna bordeando
la estela de sus navíos.
El Cristo de las carteras
El Cristo de los perdidos
El Cristo de los poemas
El Cristo de los sentidos
El Cristo del alboroto
El Cristo de los olvidos
El Cristo de los silencios
El Cristo de los crujidos
El Cristo de los despiertos
El Cristo de los dormidos
El Cristo de las abuelas
El Cristo de los vencidos
El Cristo de los pesares
El Cristo sólo es El Cristo
el más grande entre los grandes
el que nunca fue abatido
y el que expira eternamente
y a la muerte tiene en vilo
entonando sus palabras
siete calvarios de abismos
sobre un cadalso de plata
que nortean los despidos.
Cuentan que Dios creó al mundo
repleto de paraísos
y los vientos le dijeron
sobre un jazmín clandestino
que ese mundo no tenía
ni corazón ni latido
ni Palabra ni pellizco
ni calma ni desatino
porque al mundo le faltaba
y el mundo necesitaba
el vendaval...
el bendito vendaval
que solo provoca
que solo arrebata
que solo desboca
el alma… el alma del Cristo.
El Cristo en mi vida
Y una vez que Dios creó al Cristo, y lo alojó en este sumidero de piedra que es la Ermita, os voy a relatar porque ando enamorado de Él.
Y es que yo fui un niño que echo los dientes en el barrio de Torresoto, y que durante ocho años todas las mañanas y todas las tardes bordeaba la Ronda de Muleros para ir al Oratorio Festivo.
Era la época en la que el colegio de ahí enfrente se llamaba “Grupo Franco”, mis heridas eran de leche y mis sueños de verano era ser un contador de historias…
Quien me iba a decir a mí que treinta años después de salir de las faldas de mi pequeña virgen salesiana iba a estar aquí desabrochando mis palabras ante El Cristo.
Una imagen de la que me siento devoto y que me atrapó una tarde en la que lo vi colarse por la calle Sol y la cofradía fue un lienzo pintado con ceras de color cansancio.
Una imagen a la que le rezo cuando la velita de la esperanza se me apaga por tanto pedirle.
Una imagen que busco, que deseo, que necesito sentirla cuando sus horquillas arriban a San Miguel, y hasta la bella durmiente de la ciudad le despeja el sudor de la cara.
Gracias al cariño de Diego Saborido, tuve la suerte de cargarlo con mi maltrecho hombro una vez que encaró la calle Tornería.
He narrado con mis palabras y mis medios cómo se despidió del Señorde la Vía Crucis y de la Esperanza callada una tarde en la que me puse delante de Él para volver a ser un hombre de radio.
Y de los primeros sitios a los que vine a solas con mi hijo superando mis miedos y mis fobias fue a esta Ermita, cuando los besapies se transformaron en veneraciones, y las mascarillas ocultaban a medias la maldad del ser humano.
Recuerdo que desde este mismo lugar le dije adiós a la Virgen del Carmen cuando hace meses puso sus tirabuzones a secar allá en Puertas del Sur, y saco pecho cuando presumo ante mis amigos foráneos al hablarles de una imagen que enraíza sus quereres en el fondo de una tinaja de penas.
Pero sin duda alguna, el día que Él y yo firmamos tabla y nos dijimos de todo sin apenas hablar fue cuando esta Hermandad invitó a unos hermanos de Jesús al traslado del Señor hasta su paso de salida.
Esa noche el tiempo se detuvo.
Esa noche Dios se hizo presente entre cirios y medallas desgastadas.
Esa noche sentí al Cristo sobre mí, y desde entonces, una huella de calma se dibuja en mis ojos cada vez que me persigno.
En esos momentos, entendí a José de Arimatea y a Nicodemo, pues sobre mí llevaba al Hombre en quien confío por encima de las nubes y los silencios.
Entendí a qué sabe la luz del otoño, la nostalgia de los besos, el fulgor de lo inexplicable.
Asumí que soy algo tan pequeño, tan pequeño, tan pequeño… que un granito de arena a mi lado es un universo sin fronteras.
Dios estaba sobre mí, sosteniendo el aliento para regalarme la Gloria, y yo solo pude silabear arrullos de miserias.
Dios estaba sobre mí, descarnado, mudo y jadeante, y yo solo pude cerrar los ojos y dejar que los suyos me atravesaran la piel.
Dios estaba sobre mí, y mis latidos se desbocaron con tanto brío que a mi alrededor sólo pude oír campanas de agua.
Señor, perdóname porque no supe lo que hice en ese momento al tenerte sobre mí.
Señor, permíteme estar a la diestra de tu paraíso cuando todo acabe, todo llegue, todo cobre sentido.
Señor, concédeme el regalo de ver a tu Madre, tal y como Ella te vio en el Monte del Gólgota.
Señor, no me abandones a mi suerte.
Señor, sacia mi sed cuando tenga hambre, sacia mi hambre cuando tenga sed.
Señor, ábreme los ojos cuando todas las luces de mis suspiros se apaguen con tu aliento.
Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu, mi sangre, mi voz;
mis errores, mis aciertos, mi soledad;
mis sueños, mis nostalgias, mis amores desgarrados;
lo que fui, lo que soy, lo que seré;
lo que no tengo, lo que perdí por mis torpezas, los pasos huecos de mis caminos;
mis testamentos de ramos, mis ciénagas y mis orillas, los libros que me quedan por leer;
esos otoños que se dibujan en mi ayer, esas mariquillas de almíbar, esa oscuridad de mí que ni yo mismo se cómo alumbrar;
los espejos vencidos de mis silencios, los cestos rotos de mis pupilas, la locura de escribir sin tinta ni papel.
Cuando eche la vista atrás, yo podré decirle al mundo que tuve al Cristo sobre mi hombro…
Yo podre gritar que lo llevé una vez más hasta la soga de su noche…
Yo renací por Él sobre un pabilo de derrotas.
Pero mientras ese día se descuelga del calendario, yo le sigo señalando con el dedo, yo le sigo gritando a Barrabás, yo lo sigo vendiendo por treinta míseras monedas.
…
No sé cómo explicaros lo que El Cristo supone para mí.
No sé cómo deciros que sin El Cristo el laberinto de mi vida solo tendría puerta de entrada.
No sé cómo llamarlo, ni citarlo, ni mencionarlo… porque El Cristo…
El Cristo es un rayo que te parte en dos todas las palabras, todas las agallas, todas las proclamas.
El Cristo es una carta de amor perfumada por los ruegos.
El Cristo te embiste, te desbarata, te destroza todos los pensamientos con sólo mirarle a la cara.
El Cristo es una fuente de alivios, el calmante de los labios, la verónica altiva de la Semana Santa.
El Cristo es el recorte de un periódico, la esquela de una familiar, el bastón de mando con el que la memoria escribe renglones torcidos.
El Cristo es la saeta que huele a pescado al llegar a la plaza, el olor a tierra mojada, el derroche de un jaleo de palmas cuando el compás se viste de gitanería.
El Cristo es el canto de los pájaros cuando la mañana se despierta.
El Cristo es una calle que recorres mil veces y siempre, siempre, siempre te calma los pasos.
El Cristo es la cadena que a Jerez lo encadena a un valle de quimeras.
¿Qué más le puedo decir al Cristo?
Si ante Él, hasta la muerte se ha rendido.
Si ante Él, las nubes buscan cobijo.
Si ante Él, uno solo sabe querer hasta perder el sentido.
Yo lo miro, y Él me calla.
Yo le hablo, y Él se amuralla.
Yo lo busco, y Él se descalza por la espuma de mis ruegos, por el borde de mis lágrimas.
Cuando me pongo delante
solo se guardar silencio
y mirarle de reojo
y recordar esos besos
que el tiempo le ha regalado
y se pierden por su cuerpo.
Cuando me pongo delante
noto sangrar a mi pecho
y lo noto sonreír
y callar al mismo tiempo.
Cuando me pongo delante
yo no sé ni lo que siento
por El Cristo de los mares
el que balancea sueños
por estribor y babor
por toditos los infiernos
devolviéndome la fe
al calor de sus inviernos.
Lo he intentado…
Creedme de verdad que lo he intentado…
Me he llevado noches y madrugadas en vela para explicaros lo que siento por El Cristo.
Y tengo la sensación de haber fracasado, de haberos engañado, de decepcionaros…
Si es así, os pido perdón…
Pero una cosa os diré…
Si conocéis a alguien que respire en esta tierra que pueda explicarlo con palabras, probablemente esa persona no sea de este mundo.
Porque El Cristo no lo es…
Porque El Cristo no vive en él…
Y porque El Cristo simplemente es El Cristo
Luisa y El Cristo
El Cristo es una imagen que traspasa lo conocido, que impone su magnetismo desde el nombre hasta que uno se despide de Él.
Es la forma más bonita que Jerez tiene el Viernes Santo de ir cerrando la llave de la Pasión y dibujando una madrugada donde la Soledad y las penurias del Valle trazan estrellas de nostalgias.
El Cristo no necesita ecos, ni extraordinarias formas de llamar la atención, ni si quisiera un catecismo moderno para quererle.
Él se basta solo con su presencia para desmontar en retales todos los estribillos de la memoria.
Él encara la tarde…
Él adormece a los miedos…
Él te dice “ven…” sin apenas abrir la boca.
Él se enfrenta a los enredos…
Él desenreda enfrentamientos…
Él marca los compases y los silencios del tiempo.
Él Cristo es el trébol de cuatro hojas que nos encontramos en nuestro caminar de vuelta a casa, y tiene una figura, una estampa, una impronta del que todos somos prisioneros sin que sepamos que la condena sería no tenerlo a Él bordeando nuestros sueños.
El Cristo es quizás de las primeras devociones que se nos queda a vivir en el umbral de la infancia, cuando los padres nos llevan de besamanos y juegan con nosotros al veo veo al pasar una cofradía.
Y al hilo de esto que os estoy contando, hace unos meses escribí queEl Cristo es Jerez…
Y Jerez lo sabe…
Hoy, pasadas varias lunas, retomo estas palabras para confesaros que El Cristo trasciende de nuestra ciudad, de nuestras fronteras, de nuestros ombligos.
Y sino, permitidme que os comparta una pequeña historia cuya protagonista… cuya protagonista tiene el nombre de Luisa.
Y es que Luisa nació y creció con el hambre cambiándole los pañales.
Cada mañana, se plantaba su roete y su delantal a cuadros mientras engañaba al estómago y buscaba en sus adentros qué potaje plantear para su familia.
Atravesada por arrugas y por alambradas de espinas, miraba al ocaso del atardecer desde una silla de enea, unos cuantos nietos alrededor de sus piernas, y un caramelo de azúcar rondándole por los bolsillos.
Viuda y sin compañero de confidencias desde hacía más de una década, la vida se había cebado con ella por el mero hecho de respirar, renovando su DNI no por años, sino por cicatrices.
Cansada de bregar con el insomnio de madrugada, escuchaba la radio sin apenas darle voz y hacía punto de cruz para esquivar a las preocupaciones de un mes que llegaba a su final antes del día quince, justo cuando el del ocaso llamaba a la puerta y ella se aferraba a su fe para tenerlo todo al día como se aferraba al primer y único café de la mañana.
Sencilla. Humilde. Sin estudios.
Sólo sabía escribir su nombre, pedir la vez en el centro de salud de San Telmo y las cuatro reglas para que no la engañaran en el Mercado de Abastos.
Casó a sus cuatro hijos y le dio lo que pudo, blanqueando las paredes de su casa días antes para que en las fotos no se vieran ni la humedad, ni las calichas, ni la tristeza.
Todo el barrio la quería, y todo el barrio conocía su inquebrantable confianza en el Cristo… su Cristo…
Un Cristo que presidía su pequeño patio delantero en forma de azulejo.
Un Cristo que olía a hierbabuena y a especia de caracoles en forma de almanaque en la cocina.
Un Cristo ante el que ella entreabría su corazón en forma de estampita ajada por el tiempo y que, junto a un vasito de agua, cobijaba los sueños de la noche.
Para ella El Cristo, su gitano, era más que una imagen, era más que una devoción, era más que una talla de madera.
Porque El Cristo era su refugio, su muro de las lamentaciones, su silabeo constante sobre los labios descarnados del ayer.
El Cristo era el luto de sus abrazos, el calor que abrigaba sus sábanas de verano, ese suspiro que siempre rondaba por casa para alivio de las varices.
Sin su Cristo, el cielo sería un balcón azul de desengaños.
Gracias al Cristo, su vida seguía latiendo por un por qué, por un dónde, por un cómo.
Cuando El Cristo descontó esperas en el convento de San Francisco, Luisa equilibró sus miedos para ir a verlo; a ÉL, y a San Judas, no fuera a ser que el santo se encelara al no tenerlo presente en sus rezos.
Pero los años se fueron poco a poco apoderando de sus carnes, y cada vez le costaba más trabajo atravesar el umbral de su casa, pues no le tenía pavor al hambre, sino a caerse y ser una carga para los suyos.
Gracias a su nieta la mayor, aprendió a pespuntear avemarías delante de una pantalla donde El Cristo, en palabras textuales de Luisa… “era el gitano más guapo del mundo…”, sabiendo que en el fondo no era lo mismo pedirle desde su mesa camilla que desde este recodo de lágrimas y vientos.
A veces, la distancia no es el olvido.
A veces, el olvido solo se cura con distancia.
Y Luisa echaba de menos ese silencio que le rompía en dos los gritos cuando su gitano le buscaba los ojos la tarde del Viernes Santo.
Y Luisa se encomendaba a Él cada vez que lo veía como última voluntad en esta tierra antes de amarlo por los siglos de los siglos.
Y Luisa esperaba que, al abandonar para siempre su barrio, El Cristofuera quien la tomara de la cintura y apagara las luces de su casa.
Antes os comenté que El Cristo es Jerez,
y Jerez lo sabe.
Dejadme que me corrija, y que deje por escrito esta noche que…
El Cristo es la Ermita.
El Cristo es la Hoyanca.
El Cristo son las bulerías.
El Cristo es el frío.
El Cristo es la noche.
El Cristo es el día.
El Cristo son las esquinas.
El Cristo son las promesas.
El Cristo son las espinas.
El Cristo es ese algo que te destroza los esquemas.
El Cristo es el bálsamo de las heridas.
El Cristo es esa ráfaga de chirimiri que te desarbola los sueños, los miedos, las caídas.
El Cristo es el espejo de lo que fuimos.
El Cristo es la sonrisa del viento.
El Cristo es lo que nos queda por ser cuando ya no seamos nada.
El Cristo es la luz de media tarde.
El Cristo es un cirio esmorecio por trocitos de cera.
El Cristo es la campana que la gloria hará sonar cuando San Pedro apunte nuestro nombre en su libreta.
El Cristo es la brújula de este rincón del sur que resucita por cuaresma.
El Cristo es la rendición del amor cuando el amor se rinde ante El Cristo.
Pero El Cristo… sobre todo es,
fue
y será
Luisa…
Esa bella peregrina cuya vida no pasara a la historia, pero que El Cristo lleva subrayado en los adentros de sus costillas.
Estoy seguro de que ahora mismo, por vuestra mente está correteando alguna que otra Luisa.
Y es que los que amáis al Cristo no sois conscientes del tesoro que la vida os ha pedido que custodies.
Por eso…
El Cristo es una bandera
que va alumbrando a los ciegos
deshilvanando los ruegos
al llegar la primavera.
Y se convierte en frontera
de una promesa pendiente
que despierta, suavemente
al entornarle los ojos
esa sombra de cerrojos
que viven siempre presente.
A la sombra de su vela
le dibujaron la luna
como faro de fortuna
al rumor de las candelas.
Surgiendo así la acuarela
del sol y sus travesuras
entre rayos de ventura
y salvavidas valiente
encendiendo la simiente
de todas las singladuras.
Por eso, dejarlo libre
de ligaduras de siglos
que El Cristo sabrá soltarse
de todo lo establecido.
Por eso que nadie diga
lo que valen sus martirios
que Él expira, levemente
por mis sombras sin alivios
Por eso, que nadie esquive
la fuerza de sus dominios
sus reflejos, sus miradas
la maroma de sus vidrios
y todas las azoteas
que buscan sus alaridos.
El Cristo es una bandera
que ondea desde el principio
en las costuras del aire
de esta tierra de sumisos
Por eso,…
Que nadie nos lo sepulte
en un andén del olvido.
Que nadie nos lo arrebate
en un cruce de caminos.
Y que nadie ose decir
lo que duele no sentirlo
que Jerez es más Jerez
cuando se le reza al Cristo
como le rezaba Luisa
hasta el fin de su destino.
La tarde del Viernes Santo
Tengo claro que la Semana Santa para mí es algo importante.
La he vivido de muchas maneras.
Desde dentro y desde fuera.
Desde los medios y desde el anonimato.
Y ahora, …
Ahora necesito ir a buscarla y que ella me encuentra.
Y tengo que confesaros que el último Viernes Santo que he podido vivir en mis carnes me desmontó por completo.
Y es que verán ustedes…
Yo solo pensaba en ir a ver cofradías enlutado en mi traje de chaqueta, y lo que viví esa tarde me hizo regresar a casa entre lágrimas y harapos.
Y mucha culpa de ello, la tuvo El Cristo, y esa forma que Él tiene de decir las cosas.
El sol abrazaba los adoquines de la calle Empedrada.
La cofradía avanzaba en busca de la luna y de la noche.
Y en un balcón surgió una plegaria que miró al Cristo de frente, le enamoró las llagas y envolvió al sueño en un compás y en un desgarro que hasta los relojes se pusieron a aplaudir.
Las miradas se prendieron.
Los oles se sucedieron.
Y lo que esa garganta lloró, y esa guitarra dejó por escrito fue un ramo de rosas en un valle colmado por espinas.
Esa plegaria fue un rezo de siglos, un canasto de emociones, un abrazo y una garra con la promesa y el querer.
Esa plegaria fue lo que necesitaba El Cristo para seguir expirando entre bacalaos y racheos.
La plegaria del Cristo…
El recuerdo sonoro de la tarde…
El arrebato de una madre…
La forma que a veces tenemos de callarnos los ruegos…
La plegaria del Cristo…
Ese duelo con los nervios y con las ilusiones…
Ese privilegio de mirarle a Dios el alma y las costuras…
La forma que tiene Eva de pedirle al Cristo y al cielo que sus heridas se vayan curando poco a poco…
La plegaria del Cristo…
La que compuso Antonio Gallardo…
En la voz de Eva la del Cristo…
y su nieto a la guitarra Luis Gallardo…
(suena la plegaria)
Tras la plegaria, El Cristo siguió su camino.
Se apalancó en la plazuela…
Y yo fui un convidado de piedra en ese encuentro entre el negro y el verde, entre la tarde y la noche, entre los besos y los silencios de El Cristo y la Esperanza.
Los dos faros del barrio.
Las dos devociones del aire.
La luz que alumbra las calles de este rincón de la ciudad cuando las estrellas pintan luceros entre pétalos y sueños.
Como os digo, yo estuve allí, grabando con mi móvil y esta noche voy a desvelaros lo que allí pasó entre el alfa y el omega de este espejo jerezano.
Entre el Cristo y la Yedra
la tarde del Viernes Santo
quiso el aire detenerse
y desgranar los encantos
de una Madre frente al Hijo
de un Hijo con sus quebrantos
deteniendo las agujas
del cristal de los espantos
para que el mundo supiera
a qué saben los fracasos.
La tarde era una acuarela
de rezos y de notarios
salpicada por barnices
de empujones y glosarios
y en el balcón del Cachorro
las gargantas se arañaron.
Tras el aplauso y los oles
el cortejo fue avanzando
para intercambiar las varas
y rezar sin sobresaltos.
Nadie quería perderse
las miradas, los flechazos
y hasta los politiquillos
allí se fotografiaron.
Y entonces el cuadrillero
detuvo allí el desembarco
de una vela con un mástil
que atravesó los espacios.
La Esperanza, na más verlo
se enjugó todos los llantos
que va guardando uno a uno
bajo el zaguán de su paso
colocándose el delantal
presentable, por si acaso
al guiño de sus entrañas
le daba por quitárselo.
El Cristo, tras la Paquera
le cameló los desgarros
a la que parió sus ojos
con rumor de Reyes Magos
y lo envolvió en una cuna
entre pastores y gallos
para que luego, San Pedro
le negará al escucharlo…
Lo que los dos se dijeron
muy bajito lo contaron
con palabras de nostalgia
escritas sobre un relato
de yedra color de ensueño
y pañuelos emblancados.
Esperanza, yo soy el Cristo
el del pelo alborotado
el que jugaba de niño
con virutas dando saltos
por las calles de Jerez
agitanando a los barcos.
Esperanza, yo soy el Cristo
el que nunca te ha olvidado.
Esperanza, yo soy el Cristo
el que expira por su barrio
el que mira de reojo
a Jesús el sentenciado
el que doblega los tiempos
cuando todo ha terminado
el que sabe de tus penas
el que nunca se ha marchado
el que te pinta lunares
el que muere condenado
el que te dijo mamá
el que busca tus abrazos
el que te dice te quiero
el Cristo más jerezano
el Undivé de la Ermita
el Cristo de los gitanos
el de la fragua del cante
el que nunca te ha negado
el que cada primavera
vive de Ti enamorado
y sabe que tus hechuras
es un cielo iluminado.
Al oír estas palabras
-ante el pueblo congregado-
La Esperanza hecho a reír
con el corazón desarmado
y una lagrima color verde
por su rostro desbocado
se prendió por su cintura
cerquita de su costado.
¿Qué te digo, mi locura?
¿Qué te digo, mi regazo?
¿Qué te digo, mi clausura?
¿Qué te digo, mi legado?
No digas nada, Esperanza
Que Jerez me está esperando.
Ya vendré a verte en silencio
con la luna y mis cansancios
y dibujaré saetas
las mismas que me han cantado
y correremos gritando
cogiditos de la mano.
No digas nada, Esperanza
que se cuelan los horarios.
No digas nada, Esperanza
que el viento se ha encaprichado
con mi melena rondeña
y mi porte engalanado
de plegarias y guitarras
que desandan por mis labios.
Y así, el Cristo se fue
entre soles y naranjos
en busca de Lola Flores
para jalearla un rato.
Y así se quedó Esperanza
remangando sus harapos
entre cuentas y una vela
que por Sol fue navegando.
Y cuando todo acabó
y los suspiros cesaron
la cofradía avanzó
andando lo desandado.
Y cuando todo acabó
se despidieron mirando
a la estela de la muerte
que miraba de soslayo.
Y cuando todo acabó
yo recogí los pedazos
de una Madre, medio loca
y de un Hijo, que expirando
quiso mirar para atrás
y consolar ese llanto
que suena por la Plazuela
a alfileres de quebranto
y que sólo se sosiega
en este encuentro soñado
cuando los vientos se encelan
y la Ermita es un cadalso
suspirando el almanaque
descosiéndose los trapos
rompiéndose las camisas
sonriendo los hermanos…
al ver tres cruces y un ancla
sobre versos descordados
al ver cómo se desborda
el amor más condenado
al ver cómo se apuntala
lo vivido y consumado
al ver cómo se retrata
el tiempo de lo sagrado
al ver cómo se desata
el reloj de lo negado
al ver cómo se enamoran
los que viven separados
al ver cómo se enloquecen
las llagas de lo esperado
y al ver cómo se despiden
- vuestro Cristo y la Esperanza -
la tarde del Viernes Santo.
Y después de enmudecer con la plegaria…
y después de vivir desde dentro ese encuentro…
a la tarde le faltaba una cita con el Valle.
Y ambos nos vimos a esa hora en la que los bostezos le piden la venia a la luna, y San Juan tenía que calmar a los jóvenes de la hermandad ante las ansías de cargar con el paso de los mayores.
Y aunque estemos en la Evocación del Cristo, dejadme que rellene estos folios con palabras que puedan consolar el llanto de una Madreque, desde el principio de los tiempos, sólo sabe llorar a espuertas por las esquinas sin nombre.
Y es que…
El Valle va caminando
bajo un palio de oro fino
sabiendo que su destino
es vivir representando
el dolor y los quebrantos
de un oasis de ternura
que se vuelven sepulturas
y traspasan celosías
cuando el viento se porfía
en puñales de Amargura.
En la enagua de su talle
el Valle va desgranando
sus penas, acompasando
el azahar de las calles
hilvanando sus detalles
al rumor de los fracasos
arañando con traspasos
la sombra de sus latidos
que caminan, descosidos
por orillas sin ocasos.
Ella quisiera olvidar
lo que sus ojos sufrieron
al ver cómo destruyeron
al que nos vino a salvar
entregando su Verdad
en una cruz de negruras
deshojando las hechuras
y los sentidos del alma
provocando que la calma
la reclame entre locuras.
Ella quisiera vivir
en el ayer de la historia
negándole a la memoria
el eco de su existir
que comenzó con un sí
envuelto en rosas y vino
iniciando así el camino
de alcanzar la eternidad
y olvidar la oscuridad
al doblegar los destinos.
Ella quisiera saber
el porqué de los suplicios
antes de perder el juicio
por asumir su deber
y amar sin tener que ver
al Hijo de sus costuras
esa bella desventura
que el Cielo parió sin mancha
provocando la avalancha
de infinitas hendiduras.
Ella quisiera entender
por qué se apagó su luz
expirando en esa cruz
el latido de su ser
provocando que el querer
desvaríe en agonías
escarbando sinfonías
que navegan como ríos
abriéndose en regadíos
las más dulces armonías.
Ella quisiera sentir
el rachear de los sueños
los que carecen de dueños
al florecer su latir
y quisiera subsistir
en este mar descosido
por su vientre desvestido
en sangre y carne de hiel
amoratando su piel
hasta perder los sentidos.
Ella quisiera gritar
y detener la tortura
de amar sin más armadura
e intentar disimular
lo que supone esperar
los resquicios de la muerte
pues maldita fue su suerte
al ser la flor escogida
engendrada y prometida
por ser la mujer más fuerte.
Ella quisiera correr
por callejones sin sombras
y pedirle al que se nombra
que borre ese anochecer
pues le clavó un alfiler
cegándole la mirada
y todas las madrugadas
las convierte en pasacalles
renaciendo de su Valle
abocetando alboradas.
Cuídenla como un joyero
mímenla como un tesoro
récenle, yo se lo imploro
y que el sol pinte luceros
emplumando sus tinteros
a la orilla de la Ermita
sabiendo que en esa cita
la paz susurra a los llantos
y todos los desencantos
agonizan si se agitan.
Sobre tres cruces calladas
del monte de los desquicios
expiró Dios como auxilio
de manera sosegada
dejando por terminada
el más noble Ave María
que convierte en melodías
el principio de este cuento
escrito con el acento
del Valle de su alegría.
¿Cómo sería la vida sin Él?
Ella se llama Ruth Martínez y es compañera mía del cole.
Y él se llama Raúl Álvarez y a los dos los he metido en esta pequeña locura.
Muchas gracias.
Y hablando de locura…
¿Puedo haceros una pregunta?
No hace falta que levantéis la mano para contestar, pero…
¿Os imagináis vuestra vida sin El Cristo?
Difícil pregunta…
Respuesta imposible ¿verdad?
Porque si a nosotros nos faltara El Cristo…
a las rosas le faltarían sus espinas…
a los atardeceres el sol…
a las campanas sus ecos…
A los mares sus orillas…
a la luna sus poemas…
a los te quiero los escalofríos…
A febrero sus coloretes…
a la bulería su compás…
a los nazarenos sus cirios…
A los mapas sus escalas…
a las cartas sus remites…
a las canciones sus estribillos…
A la infancia los pantaloncitos cortos…
a las palomas sus vuelos…
al verano sus amores…
A las fuentes el agua…
a un hijo su madre…
a un caballo sus estribos…
A las palabras su grafía…
a las veletas el norte…
a los árboles sus nidos…
A las dagas su sangre…
a las despedidas las lágrimas…
a los relojes los olvidos…
A los pucheros la yerbabuena…
a los espejos los reflejos…
y a lo ganado lo perdido…
Si nos faltara El Cristo, nos faltaría la vida…
Y nos faltaría ese lienzo que llevamos los jerezanos anclados en nuestras retinas…
Y nos faltaría el resoplar de esos hermanos cargadores que llevan el rostro desencajado por el esfuerzo cuando lo traen de vuelta…
Y esas leyendas del ayer,
y esas fotos en blanco y negro,
y ese dolor en los pies,
y esa melena al viento,
y esa Cruz Vieja descalza queriendo para el tiempo para que El Cristose quede a dormir en sus adentros…
El Cristo es un Quijote que va venciendo molinos…
El Cristo es el vestigio de todo lo que hemos sido…
El Cristo es un clamor, un rugido y un aullido que nos acompaña desde que nacemos y que es el único que puede poner fin al último de nuestros latidos.
Si El Cristo se derrumbara
de la plata de los rezos
seríamos un tropiezo
desmembrado entre miradas.
Y nuestras voces calladas
clamarían su locura
en tinieblas y negruras
rogando que regresara
a esta tierra y sentenciara
la sombra de su tortura.
Oh la Saeta el cantar..
Y si imaginarse una vida sin El Cristo es imposible, que El Cristoviva sin saetas a la ida y a la vuelta es algo que nos arañaría la tristeza.
En una saeta, el corazón habla…
En una saeta, el alma se desborda…
En una saeta, el compás se lamenta, la garganta se deshace, el tiempo se devora…
E Cristo y sus saetas…
Las saetas y El Cristo…
Y si hay una saeta que debe de sonar esta noche aquí, es la que Eva y Luis nos van a regalar…
¿Quién me presta una escalera
esta noche aquí en la Ermita
para quitarle los clavos
al Cristo de los Gitanos
mientras la voz le palpita…?
Ahora que estamos a solas..
Ahora que estamos a solas y que mis penas se han descalzado a la verita de tu cuerpo.
Ahora que todo ha pasado, que la garganta me duele y el corazón lo siento inquieto.
Ahora que soy un recuerdo de voz, y que en menos de un chasquido volveré a ser un triste destierro.
Dejad que muera en Él el último de mis pensamientos.
El día que Tu expiraste
entre ladrones y reos
se oscureció el sol
se anudó el atardecer
se extinguió el arco iris
se mudaron los silencios…
Las penas se desbocaron
las sombras se escaparon
se cristalizaron recuerdos
y la vida se escapó
por una esquina del tiempo.
La luna se olvidó de alumbrarnos
los mares huyeron mar adentro
la tierra se evaporó en pedazos
las miradas temblaron sin aliento.
La lluvia (la lluvia) … no empapó los tejados
los versos no acentuaron sonetos
los búcaros se secaron
y la locura se prendió a los fuegos.
Los vencejos lloraron
las palabras fracasaron
los abrazos se perdieron
los besos se apagaron.
La música se ahogó
las pinturas se secaron
el baile se enmudeció
y las guitarras (las guitarras) … se rompieron.
Las calles se agrietaron
los delirios ni se oyeron
y el dolor fue tan cruel
tan inhumano y tan intenso…
que hasta tú mismo Padre
cerró los ojos pa no verlo.
El día que Tu expiraste
dejaste todo por escrito
y en un suspiro, a la muerte
le condenaste los auxilios.
El día que Tu expiraste
le desataste a los gritos
los espasmos de ternura
las caricias de papelillo
el tic tac de la noche
el destello de los ruidos
y un sinfín de mareas
que golpean los colmillos.
Tu muerte fue un precipicio
Tu muerte fue un sacrificio
Tu muerte fue un martirio
Tu muerte fue mi principio…
Ya no me quedan palabras, ni renglones, ni cuadernillos, con los que evocar tus palabras y llamarte El Cristo…
Por eso,
antes de que todo acabe
y los vientos se oscurezcan
y al respirar, me atragante
y las lágrimas florezcan
Tú surgirás de la nada
amainando mis torpezas
para calmar mis miedos
para abrazar mis dolencias.
Y cuando Tú quieras llamarme
a la gloria de tu senda
te llevaré estas palabras
envueltas en una ofrenda
y te diré, sutilmente
qué recuerdes la creencia
que tuve en Ti, de por vida
a pesar de mis carencias
y en tu Madre, la del Valle
la gitana más flamenca
que pasea bajo palio
por Jerez de la Frontera.
Y cuando Tú quieras llamarme
para abandonar mi tierra
llegaré despojaito
sin nada que me detenga
pero henchido de momentos
pellizcados por la esencia
que supuso, para este hombre
confiar en Tu presencia.
Y cuando Tú quieras llamarme
y en cenizas me convierta
déjame que te relate
que desnude mis vergüenzas
que Tu cruz divida en dos
mis latidos y mis quimeras
y perdóname las faltas
que dan luz a mi ceguera…
y que sepas que te quise
más allá de tus banderas
de tu Ermita, de tu altar
de tus vientos, tus grandezas
y acuérdate de mi nombre
de mis tropiezos y piedras…
y de esta sencilla oración
que quedará en mi cuaresma
y en el recuerdo perpetuo
de este simple juntaletras.
He dicho…
Esta Evocación de las Siete Palabras de Cristo ante el Calvario fue un regalo que El Cristo me hizo una cuaresma de febrero, en la que de nuevo me volví a sentír un escribano de barro.
El Cristo es Jerez…
24 DE FEBRERO DE 2024
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