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XL EVOCACIÓN DE LAS SIETE PALABRAS DE CRISTO EN EL CALVARIO

 


XL EVOCACIÓN DE LAS SIETE PALABRAS DE CRISTO EN EL CALVARIO

INDICE

 

1.   EN UNA CRUZ DEL CALVARIO..

 

2. AGRADECIMIENTOS

 

3. DIOS CREÓ AL CRISTO

 

4. EL CRISTO EN MI VIDA

 

5. LUISA Y EL CRISTO

 

6. LA TARDE DEL CRISTO

 

7. ¿CÓMO SERÍA LA VIDA SIN ÉL?

 

8. OH LA SAETA AL CANTAR…

 

9. AHORA QUE ESTAMOS A SOLAS…



En una Cruz del Calvario..

 

En una Cruz del calvario

amortajado entre vientos

el mejor de los nacidos

expiró sin más aliento

que Jerez en sus entrañas

El Campillo en sus lamentos.

 

En una Cruz del calvario

El Cristo detuvo el tiempo

horquillando su mirada

a un velero de sustentos

que supuran las heridas

bajo el sol de barlovento.

  

En una Cruz del calvario

San Juan cuenta desalientos

mientras Valle va hilvanando

un sin fin de pensamientos

a una enagua de silencios

y a un reguero de tormentos.



En una Cruz del calvario

dejó Dios sus argumentos

envueltos en siete palabras

acunadas por advientos

cuaresmas y primaveras

besamanos y mil rezos

entornándole los ojos

al horizonte del cielo

entreabriendo su pechera

pasó a paso, tiento a tiento

batallando con la muerte

un ocaso de fragmentos.

 

Y es que El Cristo nunca muere

a pesar de los intentos

de un mundo egoísta y cruel

que se desvive por dentro

envenenado por fuera

carente de todo credo

y que piensa que Jesús

el llamado “El Nazareno”

es sólo una gota más

del mar de los marineros.



El Cristo siempre agoniza

verseando sobre cerros

Corredera, Sol, Cruz Vieja

San Miguel, Barja (y) San Telmo

sin que las fronteras puedan

detener a este destierro

hijo de José y María

agitanado por versos

con saetas libertarias

y lágrimas de despechos

que brotan cuando se cruzan

las sombras de los destellos

en un arrabal dormido

al claudicar los destiempos.

 

El yunque y el martinete

la fragua de los sin techo

los que pierden la esperanza

los rotos, los desechos

los que no encuentran salida

los que viven sin remedio

todos encaran sus pasos

al Cristo y sus deseos.

 

Dime… ¿quién te hizo Enmanuel

quién gubió tus alfabetos

esos que son pura vida

si eres digno de un museo?

 

No hay palabras suficientes

que definan el misterio

de esta Carne hecha madera

que eclipsa a los firmamentos.

  

La luna, el sol, los mares

todos buscan el encuentro.

 

Los relojes, las promesas

se enervan en sus adentros.

 

Las luces de carboncillo

afilan todos sus nervios

para mirarle la cara

y aprender de su Evangelio.


Evangelio que resuena

entre paredes y lienzos

que crece como los ríos

entre meandros y almendros.

 

Yo quisiera, Cristo vivo

escribirte un testamento.

 

Yo quisiera, Cristo vivo

gritarte aquí lo que siento.

 

Yo quisiera, Cristo vivo

que esta noche de febrero

tus penas de pozo oscuro 

se perdieran sin aprecios

diciéndole al sur del sur

que bien vales un imperio.

  

En una Cruz del calvario

tres clavos le sostuvieron.

  

En una Cruz del calvario

el Valle empezó el sepelio.

  

En una Cruz del calvario

se rasgó el velo del templo

El Cristo más plateado

el que alumbra los luceros

se encaprichó del levante

por esquinas sin senderos

para gritarle a Jerez

-     a la hora de los toreros -

que el cielo puede esperar

pero no así los te quiero.

 

Por eso, permitidme hoy

que detenga al relojero 

que grafíe mis palabras

que le implore al carcelero

que rebusque en mis cenizas

que desvele mis secretos 

y que mis monedas paguen

con anversos y reversos 

lo que mis latidos sienten

ante este Dios verdadero 

pues nunca me olvidaré 

-     yo jamás me olvidaré –

que aquí fui su pregonero.


Agradecimientos

 

       Muy buenas noches a todos…

 

Como dijo en su día Barbeito, “parece que es la hora…” y aquí estamos, desenvolviendo uno de esos regalos que a uno le hace la cuaresma al reflejar sueños.

 

He de confesaros que alguna vez que otra he fantaseado con ser Evocador de las Siete Palabras del Cristo… y me habéis nombrado cuando menos me lo esperaba, y cuando la hermandad vive días de tranquilidad y rosas…

 

Supongo que serán las cosas del Campillo…

 

Pero aquí estoy, con un puñado de palabras en los bolsillos y el alma a medio sonreír…

 

Ha costado llegar hasta aquí, pero aquí estamos, sabiendo que, si El Cristo me ha alumbrado a mí para este cometido, de seguro que el vuestro también saldrá bien.

 

De corazón, gracias por confiar en mí… y por hacerme ver que el mes de febrero es un mes extremadamente corto…

 

Han sido varias semanas de infarto, de escribir a contramano, de engañar al despertador y de volver a enfrentarme a la hoja en blanco.

 

No sé cuáles han sido mis méritos para estar detrás de este atril, pero gracias de verdad a los hermanos del Cristo, a los que esta noche me estáis acompañando, a los que me habéis aguantado durante estos días, a los que me habéis preguntado y arropado, a los que veis en mí a algo más que un simple juntaletras.

 

Voy a huir de formalismos, porque ante El Cristo todos somos iguales, y recibid un saludo todos los aquí presentes, siendo la excepción de la regla un Guardia Civil que es hermano de esta hermandad y que es el culpable directo de que este año haya podido disfrutar a media de los carnavales de Cádiz.

 

Pepe, con lo que me gusta a mí un domingo de coros, y que por tu culpa ese día me quedara en casa componiendo versos para tu Cristo.

 

Esas cosas no se le hace a un amigo…

 

Aún recuerdo esa invitación que me hiciste para ver la salida de tu hermandad desde aquí dentro, y mi ausencia a la misma por una fiebre que me dejo varios días en cama.

 

Aún recuerdo aquella llamada para ser evocador, y los primeros versos que te mande naciendo entre nosotros dos una amistad evocadora.

 

Si algo me ha regalado las cofradías a lo largo de los años, sin duda alguna son… las amistades…

 

Si algo tengo claro, es que me gusta tenerte en mi vida…

 

Has sido confidente, te has ilusionado, has hablado en público por mi culpa, y llámame desde hoy para lo que haga falta, excepto para una mudanza… para eso no…

 

Gracias amigo por acordarte de mí…

 

Gracias por querer a Inma como la quieres…

 

Gracias por criar a Pepe en la fe verdadera…

 

Eres (sois) una persona excepcional…

 

No pierdas nunca la sonrisa, ni las ganas de amar al Cristo

 

Y vete preparando algún día para ser Evocador… yo te presento… hoy te has dado cuenta de que el atril no quema (da miedo, pero no quema)

 

De corazón, gracias por tus palabras…

 

 

 

 

Dios creó al Cristo

 

Dicho esto, y calmado un poco los nervios, permitidme que os cuente algo.

 

Relatan los vientos una vieja leyenda de que Dios creó al mundo en seis días, y que el domingo por la tarde, descansado y orgulloso por lo que había creado, oteó la grandeza de su obra y sintió que a la misma le faltaba algo.

 

Entonces cogió su paleta de colores y esbozó un rinconcito donde el sol, desde entonces, anda encaprichado, donde las albarizas se saborean en los labios como un palo cortado o un fino de estrellas, y la mano empezó a sonreírle al dibujar el flamenco y la hondura de las penas.

 

Luego trazó el barrio de San Miguel, el arrabal de San Mateo, las manos del Prendimiento.

 

Los ojos de la Merced, la bóveda morada de la Por Vera, los balcones de la Tornería.

 

Los lamentos de Remedios, la soledad de Soledad, la infinita agonía del Mayor Dolor.

 

Con el morado, pinto el sempiterno dolor de Traspaso.

 

Con el negro, dibujó un corazón con siete puñales ensangrentados por la pena.

 

Y con el blanco, dibujó la pureza de Misericordias y la inocencia de los niños que piden cera.

 

Ese rinconcito tenía duendes por sus calles, lamentos en sus ventanas, reflejos de amor entre las espinas y los vencejos.

 

La calidez de los colores era tal que hasta la Judería tenía detalles de historia, almenas de recuerdos y un sinfín de puertas donde los abrazos se reencontraban.

 

Al terminar su obra, Dios respiró de felicidad, pero los vientos se sentaron junto a Él y le dijeron:

 

-     Has dibujado un paraíso en la tierra, pero a ese paraíso le falta alma.


Entonces Dios, en ese momento, les entregó sus pinceles a los vientos y les dijo:

 

-     Si sois capaces de insuflar alma a ese paraíso, os dejaré por siempre vivir en él.

 

Y los vientos, con los pinceles en sus manos, empezaron a surcar todas las sacristías y todas las esquinas, todos los vericuetos y todas las colinas, todas las casapuertas, los zaguanes, las campiñas.

 

Hasta que llegaron a la Ermita, entornaron sus mareas y dibujaron al Cristo.

 

Y lo hicieron expirando 

no queriendo morir

agonizando

pero sin rencores, sin querer sufrir

con la mirada sonriente

las manos abuleradas

el torso valiente.

 

Lo cincelaron 

con una fuerza de tal calibre que rompió en dos los cristales del tiempo.

 

Lo tallaron

finamente, con escoplos y gubias de promesas, barnizándole los nudos de su madera con leyendas de espumas.

 

Lo enmarcaron 

a una cruz de lamentos que en sus entrañas llevaba plata y nervios.

 

Le cosieron 

a diestra y siniestra 

el sol y la luna, como recordatorio de que esa imagen era el día y la noche, 

el principio y el final, 

el alfa y el omega de todos los caminos inexplicables del cielo y de la tierra.

 

Le colocaron un paño de purezas cuyo dobladillo por siempre llevaría el nombre de todos los jerezanos.

 

Sobre los pies puntearon los besos de todos aquellos que se acercan hasta Él para pedirle, para rogarle, para llorarle cuando la vida es un desquicio de horas, un manantial de por qué sin tildes, un 

 

mar embravecido de olas que te tumban cuando crees que tienes fuerza suficiente para salir ileso y alcanzar la orilla.

 

Y en su mirada le dibujaron una estampa de firmamento, un lienzo descosido por duelos, un miserere que lleva acordes de muerte en los adentros de sus pupilas.

 

Los vientos, extenuados, se sentaron en el primer banco de la Ermita, y sintieron que esa imagen era la imagen del Hijo de Dios, pero al igual que les pasó al contemplar el mundo, ambos advirtieron que les faltaba algo.

 

Entonces Dios, que todo lo ve, que todo lo puede, que todo lo espera, entornó la puerta y vio cómo los aires reflejaron en la tierra el reflejo de sus ojos, y fiel a su palabra, se acercó al Cristo, y sintió un escalofrío por la espalda que el alma le atravesó sus hechuras de hacedor.

 

Postrado delante de Él, puso su mano derecha sobre su pecho, se extirpó un trozo de su sombra, la subió a la altura de la boca y sopló con tanta ternura que embadurnó al Cristo con todo su ser y le otorgó una unción que perdura por los siglos de los siglos.

 

Los vientos, agazapados en esa esquina, se rindieron a la grandeza de Dios

 

Dios, sonriendo por lo bajini, les dijo a los vientos.

 

-     Quedaos a vivir en Él, y decirle al mundo que el Hijo de Dios por siempre y para siempre expirará en este rincón donde los delirios taconean por bulerías. 

 

Y desde ese día, los vientos corretean por las hechuras del Cristo, recorren sus miradas, algún que otro hermano se tiene que atrever a retirarle su melena desde algún balcón la tarde del Viernes Santo con una horquilla, Jerez lo espera, Él espera a Jerez, …y este rayo de sol, y esta luna de primavera hacen que Jesús navegue por nuestras calles enmudeciendo hasta el aire.

 

Desde ese día, los que no somos gitanos y los que tienen sangre calérezan al mismo sagrario, a la misma cicatriz, al mismo reloj de arena.

 

Desde ese día, Jerez tiene un principio, una primera hoja, una primera esquina.

 

Una primera vela, un primer faro, una primera neblina.

 

Un mástil donde agarrarse, un puerto sin mar, un primer recuerdo en la retina…

 

Y es que…

 

Cuentan que Dios creó al mundo

repleto de paraísos

con lugares con encanto

con rincones tan precisos

que el aire se entrecortaba

romanceaban los guiños

las puestas de sol reían

se enamoraban los niños

las palabras se callaban

se recorrían pasillos

por fronteras y zaguanes

por balcones y castillos

y la paz nos sosegaba

y se calmaban delirios.

  

Ese mundo era un vergel

de atardeceres con vicios

de promesas incumplidas

de lágrimas y maleficios

que ni el mismo Dios podía

tranquilizar sus hospicios.

 

Pero al crear a Jerez

albarizo sus nudillos

y las mismas jacarandas

sombrearon sus ojillos

y en una Ermita de versos

un fandango de oro fino

embotelló al Rey de Reyes

al que llamaron El Cristo.

 

El Cristo de los milagros

el del amor más sencillo.

  

El Cristo de los abrazos

entre amigos y enemigos.

 

El Cristo que siempre está

amainando los asilos.

 

El Cristo que cada viernes

le ronea a los postigos

y le pide a sus vecinas

que le cuenten muy bajito

a que saben los pucheros 

y los ruegos infinitos

a un cielo que pocas veces

Él los pinta de bonito.

 

Pero El Cristo es un regalo

una bendición de siglos

que se prende a la memoria

que hiere a base de gritos

que fondea entre los males

que lo deja todo escrito

en un quiebro de sus ojos

como un pincel de grafito.

 

Y en esos ojos se ve

la gloria de los nacidos

en este rincón del sur

que aflamencan sus gemidos

cuando llaguean las penas

y todo es un sinsentido

que Él es capaz de aplacar

con el sol como chasquido

y la luna bordeando

la estela de sus navíos.

 

El Cristo de las carteras

El Cristo de los perdidos

El Cristo de los poemas

El Cristo de los sentidos

El Cristo del alboroto

El Cristo de los olvidos

El Cristo de los silencios

El Cristo de los crujidos

El Cristo de los despiertos

El Cristo de los dormidos

El Cristo de las abuelas

El Cristo de los vencidos

El Cristo de los pesares

El Cristo sólo es El Cristo

el más grande entre los grandes

el que nunca fue abatido

y el que expira eternamente

y a la muerte tiene en vilo

entonando sus palabras

siete calvarios de abismos

sobre un cadalso de plata

que nortean los despidos.

  

Cuentan que Dios creó al mundo

repleto de paraísos

y los vientos le dijeron

sobre un jazmín clandestino

que ese mundo no tenía

ni corazón ni latido

ni Palabra ni pellizco

ni calma ni desatino

porque al mundo le faltaba

y el mundo necesitaba

el vendaval...

el bendito vendaval

que solo provoca 

que solo arrebata

que solo desboca

el alma… el alma del Cristo.

 

 

 

 

 

El Cristo en mi vida

 

Y una vez que Dios creó al Cristo, y lo alojó en este sumidero de piedra que es la Ermita, os voy a relatar porque ando enamorado de Él.

 

Y es que yo fui un niño que echo los dientes en el barrio de Torresoto, y que durante ocho años todas las mañanas y todas las tardes bordeaba la Ronda de Muleros para ir al Oratorio Festivo.

 

Era la época en la que el colegio de ahí enfrente se llamaba “Grupo Franco”, mis heridas eran de leche y mis sueños de verano era ser un contador de historias…

 

Quien me iba a decir a mí que treinta años después de salir de las faldas de mi pequeña virgen salesiana iba a estar aquí desabrochando mis palabras ante El Cristo.

 

Una imagen de la que me siento devoto y que me atrapó una tarde en la que lo vi colarse por la calle Sol y la cofradía fue un lienzo pintado con ceras de color cansancio.

 

Una imagen a la que le rezo cuando la velita de la esperanza se me apaga por tanto pedirle.

 

Una imagen que busco, que deseo, que necesito sentirla cuando sus horquillas arriban a San Miguel, y hasta la bella durmiente de la ciudad le despeja el sudor de la cara.

 

Gracias al cariño de Diego Saborido, tuve la suerte de cargarlo con mi maltrecho hombro una vez que encaró la calle Tornería.

 

He narrado con mis palabras y mis medios cómo se despidió del Señorde la Vía Crucis y de la Esperanza callada una tarde en la que me puse delante de Él para volver a ser un hombre de radio.

 

Y de los primeros sitios a los que vine a solas con mi hijo superando mis miedos y mis fobias fue a esta Ermita, cuando los besapies se transformaron en veneraciones, y las mascarillas ocultaban a medias la maldad del ser humano. 

 

Recuerdo que desde este mismo lugar le dije adiós a la Virgen del Carmen cuando hace meses puso sus tirabuzones a secar allá en Puertas del Sur, y saco pecho cuando presumo ante mis amigos foráneos al hablarles de una imagen que enraíza sus quereres en el fondo de una tinaja de penas.

 

Pero sin duda alguna, el día que Él y yo firmamos tabla y nos dijimos de todo sin apenas hablar fue cuando esta Hermandad invitó a unos hermanos de Jesús al traslado del Señor hasta su paso de salida.

 

Esa noche el tiempo se detuvo.

 

Esa noche Dios se hizo presente entre cirios y medallas desgastadas.

 

Esa noche sentí al Cristo sobre mí, y desde entonces, una huella de calma se dibuja en mis ojos cada vez que me persigno.

 

En esos momentos, entendí a José de Arimatea y a Nicodemo, pues sobre mí llevaba al Hombre en quien confío por encima de las nubes y los silencios.

 

Entendí a qué sabe la luz del otoño, la nostalgia de los besos, el fulgor de lo inexplicable.

 

Asumí que soy algo tan pequeño, tan pequeño, tan pequeño… que un granito de arena a mi lado es un universo sin fronteras.

 

Dios estaba sobre mí, sosteniendo el aliento para regalarme la Gloria, y yo solo pude silabear arrullos de miserias.

 

Dios estaba sobre mí, descarnado, mudo y jadeante, y yo solo pude cerrar los ojos y dejar que los suyos me atravesaran la piel.

 

Dios estaba sobre mí, y mis latidos se desbocaron con tanto brío que a mi alrededor sólo pude oír campanas de agua.

 

Señor, perdóname porque no supe lo que hice en ese momento al tenerte sobre mí.

 

Señor, permíteme estar a la diestra de tu paraíso cuando todo acabe, todo llegue, todo cobre sentido.

  

Señor, concédeme el regalo de ver a tu Madre, tal y como Ella te vio en el Monte del Gólgota.

 

Señor, no me abandones a mi suerte.

 

Señor, sacia mi sed cuando tenga hambre, sacia mi hambre cuando tenga sed.

 

Señor, ábreme los ojos cuando todas las luces de mis suspiros se apaguen con tu aliento.

 

Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu, mi sangre, mi voz; 

mis errores, mis aciertos, mi soledad;

mis sueños, mis nostalgias, mis amores desgarrados;

lo que fui, lo que soy, lo que seré;

lo que no tengo, lo que perdí por mis torpezas, los pasos huecos de mis caminos;

mis testamentos de ramos, mis ciénagas y mis orillas, los libros que me quedan por leer;

esos otoños que se dibujan en mi ayer, esas mariquillas de almíbar, esa oscuridad de mí que ni yo mismo se cómo alumbrar; 

los espejos vencidos de mis silencios, los cestos rotos de mis pupilas, la locura de escribir sin tinta ni papel.

 

Cuando eche la vista atrás, yo podré decirle al mundo que tuve al Cristo sobre mi hombro…

 

Yo podre gritar que lo llevé una vez más hasta la soga de su noche…

 

Yo renací por Él sobre un pabilo de derrotas. 

 

Pero mientras ese día se descuelga del calendario, yo le sigo señalando con el dedo, yo le sigo gritando a Barrabás, yo lo sigo vendiendo por treinta míseras monedas.

 

No sé cómo explicaros lo que El Cristo supone para mí.

 

No sé cómo deciros que sin El Cristo el laberinto de mi vida solo tendría puerta de entrada.

 

No sé cómo llamarlo, ni citarlo, ni mencionarlo… porque El Cristo

 

El Cristo es un rayo que te parte en dos todas las palabras, todas las agallas, todas las proclamas.

 

El Cristo es una carta de amor perfumada por los ruegos.

 

El Cristo te embiste, te desbarata, te destroza todos los pensamientos con sólo mirarle a la cara.

 

El Cristo es una fuente de alivios, el calmante de los labios, la verónica altiva de la Semana Santa.

 

El Cristo es el recorte de un periódico, la esquela de una familiar, el bastón de mando con el que la memoria escribe renglones torcidos.

 

El Cristo es la saeta que huele a pescado al llegar a la plaza, el olor a tierra mojada, el derroche de un jaleo de palmas cuando el compás se viste de gitanería.

 

El Cristo es el canto de los pájaros cuando la mañana se despierta.

 

El Cristo es una calle que recorres mil veces y siempre, siempre, siempre te calma los pasos.

 

El Cristo es la cadena que a Jerez lo encadena a un valle de quimeras.

 

¿Qué más le puedo decir al Cristo?

 

Si ante Él, hasta la muerte se ha rendido.

 

Si ante Él, las nubes buscan cobijo.

 

Si ante Él, uno solo sabe querer hasta perder el sentido.

 

Yo lo miro, y Él me calla.

 

Yo le hablo, y Él se amuralla.

 

Yo lo busco, y Él se descalza por la espuma de mis ruegos, por el borde de mis lágrimas.

 

Cuando me pongo delante

solo se guardar silencio

y mirarle de reojo

y recordar esos besos

que el tiempo le ha regalado

y se pierden por su cuerpo.

 

Cuando me pongo delante

noto sangrar a mi pecho 

y lo noto sonreír

y callar al mismo tiempo.

 

Cuando me pongo delante

yo no sé ni lo que siento

por El Cristo de los mares

el que balancea sueños

por estribor y babor

por toditos los infiernos 

devolviéndome la fe

al calor de sus inviernos.

 

Lo he intentado…

 

Creedme de verdad que lo he intentado…

 

Me he llevado noches y madrugadas en vela para explicaros lo que siento por El Cristo.

 

Y tengo la sensación de haber fracasado, de haberos engañado, de decepcionaros…

 

Si es así, os pido perdón…

 

Pero una cosa os diré…

 

Si conocéis a alguien que respire en esta tierra que pueda explicarlo con palabras, probablemente esa persona no sea de este mundo.

 

Porque El Cristo no lo es…

 

Porque El Cristo no vive en él…

 

Y porque El Cristo simplemente es El Cristo






Luisa y El Cristo

 

El Cristo es una imagen que traspasa lo conocido, que impone su magnetismo desde el nombre hasta que uno se despide de Él.

 

Es la forma más bonita que Jerez tiene el Viernes Santo de ir cerrando la llave de la Pasión y dibujando una madrugada donde la Soledad y las penurias del Valle trazan estrellas de nostalgias.

 

El Cristo no necesita ecos, ni extraordinarias formas de llamar la atención, ni si quisiera un catecismo moderno para quererle. 

 

Él se basta solo con su presencia para desmontar en retales todos los estribillos de la memoria. 

 

Él encara la tarde…

 

Él adormece a los miedos…

 

Él te dice “ven…” sin apenas abrir la boca.

 

Él se enfrenta a los enredos…

 

Él desenreda enfrentamientos…

 

Él marca los compases y los silencios del tiempo.

 

Él Cristo es el trébol de cuatro hojas que nos encontramos en nuestro caminar de vuelta a casa, y tiene una figura, una estampa, una impronta del que todos somos prisioneros sin que sepamos que la condena sería no tenerlo a Él bordeando nuestros sueños.

 

El Cristo es quizás de las primeras devociones que se nos queda a vivir en el umbral de la infancia, cuando los padres nos llevan de besamanos y juegan con nosotros al veo veo al pasar una cofradía.

 

Y al hilo de esto que os estoy contando, hace unos meses escribí queEl Cristo es Jerez

Y Jerez lo sabe

 

Hoy, pasadas varias lunas, retomo estas palabras para confesaros que El Cristo trasciende de nuestra ciudad, de nuestras fronteras, de nuestros ombligos.

 

Y sino, permitidme que os comparta una pequeña historia cuya protagonista… cuya protagonista tiene el nombre de Luisa.

 

Y es que Luisa nació y creció con el hambre cambiándole los pañales.

 

Cada mañana, se plantaba su roete y su delantal a cuadros mientras engañaba al estómago y buscaba en sus adentros qué potaje plantear para su familia.

 

Atravesada por arrugas y por alambradas de espinas, miraba al ocaso del atardecer desde una silla de enea, unos cuantos nietos alrededor de sus piernas, y un caramelo de azúcar rondándole por los bolsillos.

 

Viuda y sin compañero de confidencias desde hacía más de una década, la vida se había cebado con ella por el mero hecho de respirar, renovando su DNI no por años, sino por cicatrices.

 

Cansada de bregar con el insomnio de madrugada, escuchaba la radio sin apenas darle voz y hacía punto de cruz para esquivar a las preocupaciones de un mes que llegaba a su final antes del día quince, justo cuando el del ocaso llamaba a la puerta y ella se aferraba a su fe para tenerlo todo al día como se aferraba al primer y único café de la mañana.

 

Sencilla. Humilde. Sin estudios. 

 

Sólo sabía escribir su nombre, pedir la vez en el centro de salud de San Telmo y las cuatro reglas para que no la engañaran en el Mercado de Abastos.

 

Casó a sus cuatro hijos y le dio lo que pudo, blanqueando las paredes de su casa días antes para que en las fotos no se vieran ni la humedad, ni las calichas, ni la tristeza.

 

Todo el barrio la quería, y todo el barrio conocía su inquebrantable confianza en el Cristo… su Cristo

 

Un Cristo que presidía su pequeño patio delantero en forma de azulejo.

 

Un Cristo que olía a hierbabuena y a especia de caracoles en forma de almanaque en la cocina.

 

Un Cristo ante el que ella entreabría su corazón en forma de estampita ajada por el tiempo y que, junto a un vasito de agua, cobijaba los sueños de la noche.

 

Para ella El Cristo, su gitano, era más que una imagen, era más que una devoción, era más que una talla de madera.

 

Porque El Cristo era su refugio, su muro de las lamentaciones, su silabeo constante sobre los labios descarnados del ayer.

 

El Cristo era el luto de sus abrazos, el calor que abrigaba sus sábanas de verano, ese suspiro que siempre rondaba por casa para alivio de las varices.

 

Sin su Cristo, el cielo sería un balcón azul de desengaños.

 

Gracias al Cristo, su vida seguía latiendo por un por qué, por un dónde, por un cómo.

 

Cuando El Cristo descontó esperas en el convento de San Francisco, Luisa equilibró sus miedos para ir a verlo; a ÉL, y a San Judas, no fuera a ser que el santo se encelara al no tenerlo presente en sus rezos.

 

Pero los años se fueron poco a poco apoderando de sus carnes, y cada vez le costaba más trabajo atravesar el umbral de su casa, pues no le tenía pavor al hambre, sino a caerse y ser una carga para los suyos.

 

Gracias a su nieta la mayor, aprendió a pespuntear avemarías delante de una pantalla donde El Cristo, en palabras textuales de Luisa…  “era el gitano más guapo del mundo…”, sabiendo que en el fondo no era lo mismo pedirle desde su mesa camilla que desde este recodo de lágrimas y vientos.

 

A veces, la distancia no es el olvido.

 

A veces, el olvido solo se cura con distancia.

 

Luisa echaba de menos ese silencio que le rompía en dos los gritos cuando su gitano le buscaba los ojos la tarde del Viernes Santo.


Y Luisa se encomendaba a Él cada vez que lo veía como última voluntad en esta tierra antes de amarlo por los siglos de los siglos.

 

Y Luisa esperaba que, al abandonar para siempre su barrio, El Cristofuera quien la tomara de la cintura y apagara las luces de su casa.

 

Antes os comenté que El Cristo es Jerez, 

y Jerez lo sabe.

 

Dejadme que me corrija, y que deje por escrito esta noche que…

 

El Cristo es la Ermita.

El Cristo es la Hoyanca.

El Cristo son las bulerías.

 

El Cristo es el frío.

El Cristo es la noche.

El Cristo es el día.

 

El Cristo son las esquinas.

El Cristo son las promesas.

El Cristo son las espinas.

 

El Cristo es ese algo que te destroza los esquemas.

El Cristo es el bálsamo de las heridas.

El Cristo es esa ráfaga de chirimiri que te desarbola los sueños, los miedos, las caídas.

 

El Cristo es el espejo de lo que fuimos.

El Cristo es la sonrisa del viento.

El Cristo es lo que nos queda por ser cuando ya no seamos nada. 

 

El Cristo es la luz de media tarde.

El Cristo es un cirio esmorecio por trocitos de cera.

 

El Cristo es la campana que la gloria hará sonar cuando San Pedro apunte nuestro nombre en su libreta. 

 

El Cristo es la brújula de este rincón del sur que resucita por cuaresma.

 

El Cristo es la rendición del amor cuando el amor se rinde ante El Cristo.

 

Pero El Cristo… sobre todo es, 

fue 

y será 

Luisa…

 

Esa bella peregrina cuya vida no pasara a la historia, pero que El Cristo lleva subrayado en los adentros de sus costillas.


Estoy seguro de que ahora mismo, por vuestra mente está correteando alguna que otra Luisa.


Y es que los que amáis al Cristo no sois conscientes del tesoro que la vida os ha pedido que custodies.

 

 

Por eso…

 

El Cristo es una bandera

que va alumbrando a los ciegos

deshilvanando los ruegos

al llegar la primavera.

Y se convierte en frontera

de una promesa pendiente

que despierta, suavemente

al entornarle los ojos

esa sombra de cerrojos

que viven siempre presente.

 

A la sombra de su vela

le dibujaron la luna

como faro de fortuna

al rumor de las candelas.

Surgiendo así la acuarela

del sol y sus travesuras

entre rayos de ventura

y salvavidas valiente

encendiendo la simiente

de todas las singladuras.

  

Por eso, dejarlo libre

de ligaduras de siglos

que El Cristo sabrá soltarse

de todo lo establecido.

  

Por eso que nadie diga

lo que valen sus martirios

que Él expira, levemente

por mis sombras sin alivios

 

Por eso, que nadie esquive

la fuerza de sus dominios

sus reflejos, sus miradas

la maroma de sus vidrios

y todas las azoteas

que buscan sus alaridos.

  

El Cristo es una bandera

que ondea desde el principio

en las costuras del aire

de esta tierra de sumisos

  

Por eso,…

  

Que nadie nos lo sepulte

en un andén del olvido.

 

Que nadie nos lo arrebate

en un cruce de caminos.

  

Y que nadie ose decir

lo que duele no sentirlo

que Jerez es más Jerez

cuando se le reza al Cristo

como le rezaba Luisa

hasta el fin de su destino.

 

 




La tarde del Viernes Santo

 

      Tengo claro que la Semana Santa para mí es algo importante.

 

La he vivido de muchas maneras.

 

Desde dentro y desde fuera.

 

Desde los medios y desde el anonimato.

 

Y ahora, … 

 

Ahora necesito ir a buscarla y que ella me encuentra.

 

Y tengo que confesaros que el último Viernes Santo que he podido vivir en mis carnes me desmontó por completo.

 

Y es que verán ustedes…

 

Yo solo pensaba en ir a ver cofradías enlutado en mi traje de chaqueta, y lo que viví esa tarde me hizo regresar a casa entre lágrimas y harapos.

 

Y mucha culpa de ello, la tuvo El Cristo, y esa forma que Él tiene de decir las cosas.

 

El sol abrazaba los adoquines de la calle Empedrada.

 

La cofradía avanzaba en busca de la luna y de la noche.

 

Y en un balcón surgió una plegaria que miró al Cristo de frente, le enamoró las llagas y envolvió al sueño en un compás y en un desgarro que hasta los relojes se pusieron a aplaudir.

 

Las miradas se prendieron.

 

Los oles se sucedieron.

 

Y lo que esa garganta lloró, y esa guitarra dejó por escrito fue un ramo de rosas en un valle colmado por espinas.

 

Esa plegaria fue un rezo de siglos, un canasto de emociones, un abrazo y una garra con la promesa y el querer.

 


Esa plegaria fue lo que necesitaba El Cristo para seguir expirando entre bacalaos y racheos.

 

La plegaria del Cristo…

 

El recuerdo sonoro de la tarde…

 

El arrebato de una madre…

 

La forma que a veces tenemos de callarnos los ruegos…

 

La plegaria del Cristo…

 

Ese duelo con los nervios y con las ilusiones…

 

Ese privilegio de mirarle a Dios el alma y las costuras…

 

La forma que tiene Eva de pedirle al Cristo y al cielo que sus heridas se vayan curando poco a poco…

 


La plegaria del Cristo…

 

La que compuso Antonio Gallardo…

 

En la voz de Eva la del Cristo…

y su nieto a la guitarra Luis Gallardo…

 

(suena la plegaria)

 

Tras la plegaria, El Cristo siguió su camino.

 

 Se apalancó en la plazuela…

 

Y yo fui un convidado de piedra en ese encuentro entre el negro y el verde, entre la tarde y la noche, entre los besos y los silencios de El Cristo y la Esperanza.

 

Los dos faros del barrio.

Las dos devociones del aire.

 

La luz que alumbra las calles de este rincón de la ciudad cuando las estrellas pintan luceros entre pétalos y sueños. 

 

Como os digo, yo estuve allí, grabando con mi móvil y esta noche voy a desvelaros lo que allí pasó entre el alfa y el omega de este espejo jerezano.  

 

 

Entre el Cristo y la Yedra

la tarde del Viernes Santo

quiso el aire detenerse

y desgranar los encantos

de una Madre frente al Hijo

de un Hijo con sus quebrantos

deteniendo las agujas

del cristal de los espantos

para que el mundo supiera

a qué saben los fracasos.

  

La tarde era una acuarela

de rezos y de notarios

salpicada por barnices

de empujones y glosarios

y en el balcón del Cachorro

las gargantas se arañaron.

 

Tras el aplauso y los oles

el cortejo fue avanzando

para intercambiar las varas

y rezar sin sobresaltos.

 

Nadie quería perderse

las miradas, los flechazos

y hasta los politiquillos

allí se fotografiaron.

 

Y entonces el cuadrillero

detuvo allí el desembarco

de una vela con un mástil

que atravesó los espacios.

 


La Esperanzana más verlo

se enjugó todos los llantos

que va guardando uno a uno

bajo el zaguán de su paso

colocándose el delantal

presentable, por si acaso

al guiño de sus entrañas

le daba por quitárselo.

 


El Cristo, tras la Paquera

le cameló los desgarros

a la que parió sus ojos

con rumor de Reyes Magos

y lo envolvió en una cuna

entre pastores y gallos

para que luego, San Pedro

le negará al escucharlo…

 

Lo que los dos se dijeron

muy bajito lo contaron

con palabras de nostalgia

escritas sobre un relato

de yedra color de ensueño

y pañuelos emblancados. 

 

Esperanza, yo soy el Cristo

el del pelo alborotado

el que jugaba de niño

con virutas dando saltos

por las calles de Jerez

agitanando a los barcos.

  

Esperanza, yo soy el Cristo

el que nunca te ha olvidado.

  

Esperanza, yo soy el Cristo

el que expira por su barrio

el que mira de reojo

Jesús el sentenciado

el que doblega los tiempos

cuando todo ha terminado

el que sabe de tus penas

el que nunca se ha marchado

el que te pinta lunares

el que muere condenado

el que te dijo mamá

el que busca tus abrazos

el que te dice te quiero

el Cristo más jerezano

el Undivé de la Ermita

el Cristo de los gitanos

el de la fragua del cante

el que nunca te ha negado

el que cada primavera

vive de Ti enamorado

y sabe que tus hechuras

es un cielo iluminado.

 

Al oír estas palabras

-ante el pueblo congregado-

La Esperanza hecho a reír

con el corazón desarmado  

y una lagrima color verde

por su rostro desbocado

se prendió por su cintura

cerquita de su costado.


¿Qué te digo, mi locura?

¿Qué te digo, mi regazo?

¿Qué te digo, mi clausura?

¿Qué te digo, mi legado?

 


No digas nada, Esperanza

Que Jerez me está esperando.

Ya vendré a verte en silencio

con la luna y mis cansancios

y dibujaré saetas

 las mismas que me han cantado

y correremos gritando

cogiditos de la mano. 

 

No digas nada, Esperanza

que se cuelan los horarios.

 

No digas nada, Esperanza

que el viento se ha encaprichado

con mi melena rondeña

y mi porte engalanado

de plegarias y guitarras

que desandan por mis labios.

 

Y así, el Cristo se fue

entre soles y naranjos

en busca de Lola Flores

para jalearla un rato. 

 

Y así se quedó Esperanza

remangando sus harapos

entre cuentas y una vela

que por Sol fue navegando.

 

Y cuando todo acabó

y los suspiros cesaron

la cofradía avanzó

andando lo desandado.

  

Y cuando todo acabó

se despidieron mirando

a la estela de la muerte

que miraba de soslayo.

 

Y cuando todo acabó

yo recogí los pedazos 

de una Madre, medio loca

y de un Hijo, que expirando

quiso mirar para atrás

y consolar ese llanto

que suena por la Plazuela

a alfileres de quebranto

y que sólo se sosiega

en este encuentro soñado

cuando los vientos se encelan

y la Ermita es un cadalso

suspirando el almanaque

descosiéndose los trapos 

rompiéndose las camisas

sonriendo los hermanos… 

al ver tres cruces y un ancla

sobre versos descordados

al ver cómo se desborda

el amor más condenado 

al ver cómo se apuntala

lo vivido y consumado

al ver cómo se retrata

el tiempo de lo sagrado

al ver cómo se desata 

el reloj de lo negado

al ver cómo se enamoran

los que viven separados

al ver cómo se enloquecen

las llagas de lo esperado

y al ver cómo se despiden

-      vuestro Cristo y la Esperanza -

la tarde del Viernes Santo.

 

Y después de enmudecer con la plegaria…  

y después de vivir desde dentro ese encuentro…

a la tarde le faltaba una cita con el Valle.

 

Y ambos nos vimos a esa hora en la que los bostezos le piden la venia a la luna, y San Juan tenía que calmar a los jóvenes de la hermandad ante las ansías de cargar con el paso de los mayores.

 

Y aunque estemos en la Evocación del Cristo, dejadme que rellene estos folios con palabras que puedan consolar el llanto de una Madreque, desde el principio de los tiempos, sólo sabe llorar a espuertas por las esquinas sin nombre.

 

Y es que…

  

El Valle va caminando 

bajo un palio de oro fino 

sabiendo que su destino 

es vivir representando 

el dolor y los quebrantos 

de un oasis de ternura 

que se vuelven sepulturas 

y traspasan celosías 

cuando el viento se porfía

en puñales de Amargura.

  

En la enagua de su talle 

el Valle va desgranando 

sus penas, acompasando 

el azahar de las calles 

hilvanando sus detalles 

al rumor de los fracasos 

arañando con traspasos 

la sombra de sus latidos 

que caminan, descosidos 

por orillas sin ocasos.

 

Ella quisiera olvidar 

lo que sus ojos sufrieron 

al ver cómo destruyeron 

al que nos vino a salvar 

entregando su Verdad

en una cruz de negruras 

deshojando las hechuras 

y los sentidos del alma 

provocando que la calma 

la reclame entre locuras.

  

Ella quisiera vivir 

en el ayer de la historia 

negándole a la memoria 

el eco de su existir 

que comenzó con un sí 

envuelto en rosas y vino 

iniciando así el camino 

de alcanzar la eternidad 

y olvidar la oscuridad 

al doblegar los destinos.

  

Ella quisiera saber 

el porqué de los suplicios

antes de perder el juicio 

por asumir su deber 

y amar sin tener que ver 

al Hijo de sus costuras

esa bella desventura 

que el Cielo parió sin mancha 

provocando la avalancha 

de infinitas hendiduras.

  

Ella quisiera entender 

por qué se apagó su luz 

expirando en esa cruz 

el latido de su ser 

provocando que el querer 

desvaríe en agonías 

escarbando sinfonías 

que navegan como ríos 

abriéndose en regadíos 

las más dulces armonías.

 

Ella quisiera sentir 

el rachear de los sueños 

los que carecen de dueños 

al florecer su latir 

y quisiera subsistir 

en este mar descosido 

por su vientre desvestido 

en sangre y carne de hiel 

amoratando su piel 

hasta perder los sentidos.

  

Ella quisiera gritar 

y detener la tortura 

de amar sin más armadura 

e intentar disimular 

lo que supone esperar 

los resquicios de la muerte 

pues maldita fue su suerte

al ser la flor escogida 

engendrada y prometida 

por ser la mujer más fuerte.

 

Ella quisiera correr 

por callejones sin sombras

y pedirle al que se nombra

que borre ese anochecer 

pues le clavó un alfiler 

cegándole la mirada 

y todas las madrugadas 

las convierte en pasacalles

renaciendo de su Valle

abocetando alboradas. 

  

Cuídenla como un joyero 

mímenla como un tesoro 

récenle, yo se lo imploro 

y que el sol pinte luceros

emplumando sus tinteros 

a la orilla de la Ermita

sabiendo que en esa cita

la paz susurra a los llantos

y todos los desencantos 

agonizan si se agitan.

 

Sobre tres cruces calladas

del monte de los desquicios

expiró Dios como auxilio

de manera sosegada

dejando por terminada

el más noble Ave María

que convierte en melodías

el principio de este cuento

escrito con el acento

del Valle de su alegría.

 

 

 

 

 

 


 

 

¿Cómo sería la vida sin Él?

 

Ella se llama Ruth Martínez y es compañera mía del cole.

 Y él se llama Raúl Álvarez y a los dos los he metido en esta pequeña locura.

 

Muchas gracias.

 

Y hablando de locura…

 

¿Puedo haceros una pregunta?

 

No hace falta que levantéis la mano para contestar, pero…

 

¿Os imagináis vuestra vida sin El Cristo?

 

Difícil pregunta…

 

Respuesta imposible ¿verdad?

 

Porque si a nosotros nos faltara El Cristo

 

a las rosas le faltarían sus espinas…

a los atardeceres el sol…

a las campanas sus ecos…

 

A los mares sus orillas…

a la luna sus poemas…

a los te quiero los escalofríos…

 

A febrero sus coloretes…

a la bulería su compás…

a los nazarenos sus cirios…

 

A los mapas sus escalas…

a las cartas sus remites…

a las canciones sus estribillos…

 

A la infancia los pantaloncitos cortos…

a las palomas sus vuelos…

al verano sus amores…

 

A las fuentes el agua…

a un hijo su madre…

a un caballo sus estribos…

 

A las palabras su grafía…

a las veletas el norte…

a los árboles sus nidos…

 

A las dagas su sangre…

a las despedidas las lágrimas…

a los relojes los olvidos…

 

A los pucheros la yerbabuena…

a los espejos los reflejos…

y a lo ganado lo perdido…

 

Si nos faltara El Cristo, nos faltaría la vida…

 

Y nos faltaría ese lienzo que llevamos los jerezanos anclados en nuestras retinas…

 

Y nos faltaría el resoplar de esos hermanos cargadores que llevan el rostro desencajado por el esfuerzo cuando lo traen de vuelta…

 

Y esas leyendas del ayer, 

y esas fotos en blanco y negro, 

y ese dolor en los pies, 

y esa melena al viento, 

y esa Cruz Vieja descalza queriendo para el tiempo para que El Cristose quede a dormir en sus adentros…

 

El Cristo es un Quijote que va venciendo molinos…

 

El Cristo es el vestigio de todo lo que hemos sido…

 

El Cristo es un clamor, un rugido y un aullido que nos acompaña desde que nacemos y que es el único que puede poner fin al último de nuestros latidos.

 

 

Si El Cristo se derrumbara

de la plata de los rezos

seríamos un tropiezo

desmembrado entre miradas.

Y nuestras voces calladas

clamarían su locura

en tinieblas y negruras

rogando que regresara

a esta tierra y sentenciara

la sombra de su tortura.

 

 

Oh la Saeta el cantar..

 

       Y si imaginarse una vida sin El Cristo es imposible, que El Cristoviva sin saetas a la ida y a la vuelta es algo que nos arañaría la tristeza.

 

En una saeta, el corazón habla…

 

En una saeta, el alma se desborda…

 

En una saeta, el compás se lamenta, la garganta se deshace, el tiempo se devora…

 

E Cristo y sus saetas…

 

Las saetas y El Cristo…

 

Y si hay una saeta que debe de sonar esta noche aquí, es la que Eva y Luis nos van a regalar…

 

¿Quién me presta una escalera

esta noche aquí en la Ermita

para quitarle los clavos

al Cristo de los Gitanos

mientras la voz le palpita…?

 


Ahora que estamos a solas..

 

Ahora que estamos a solas y que mis penas se han descalzado a la verita de tu cuerpo.

 

Ahora que todo ha pasado, que la garganta me duele y el corazón lo siento inquieto.

 

Ahora que soy un recuerdo de voz, y que en menos de un chasquido volveré a ser un triste destierro.

 

Dejad que muera en Él el último de mis pensamientos.

 

El día que Tu expiraste

entre ladrones y reos

se oscureció el sol

se anudó el atardecer

se extinguió el arco iris

se mudaron los silencios…

 

Las penas se desbocaron

las sombras se escaparon

se cristalizaron recuerdos

y la vida se escapó 

por una esquina del tiempo.

 

La luna se olvidó de alumbrarnos

los mares huyeron mar adentro

la tierra se evaporó en pedazos

las miradas temblaron sin aliento.

 

La lluvia (la lluvia) … no empapó los tejados

los versos no acentuaron sonetos

los búcaros se secaron

y la locura se prendió a los fuegos. 

 

Los vencejos lloraron

las palabras fracasaron

los abrazos se perdieron

los besos se apagaron.

                                                  

La música se ahogó

las pinturas se secaron

el baile se enmudeció

y las guitarras (las guitarras) … se rompieron.

 

Las calles se agrietaron

los delirios ni se oyeron

y el dolor fue tan cruel

tan inhumano y tan intenso…

que hasta tú mismo Padre

cerró los ojos pa no verlo.

 

El día que Tu expiraste

dejaste todo por escrito

y en un suspiro, a la muerte

le condenaste los auxilios.

 

El día que Tu expiraste

le desataste a los gritos

los espasmos de ternura

las caricias de papelillo

el tic tac de la noche

el destello de los ruidos

y un sinfín de mareas

que golpean los colmillos.

  

Tu muerte fue un precipicio

Tu muerte fue un sacrificio

Tu muerte fue un martirio

Tu muerte fue mi principio…

 

Ya no me quedan palabras, ni renglones, ni cuadernillos, con los que evocar tus palabras y llamarte El Cristo

  

Por eso, 

antes de que todo acabe

y los vientos se oscurezcan

y al respirar, me atragante

y las lágrimas florezcan

 surgirás de la nada

amainando mis torpezas

para calmar mis miedos

para abrazar mis dolencias.

 

Y cuando  quieras llamarme

a la gloria de tu senda

te llevaré estas palabras

envueltas en una ofrenda

y te diré, sutilmente

qué recuerdes la creencia

que tuve en Ti, de por vida

a pesar de mis carencias

y en tu Madre, la del Valle

la gitana más flamenca

que pasea bajo palio

por Jerez de la Frontera.

 

Y cuando  quieras llamarme

para abandonar mi tierra

llegaré despojaito

sin nada que me detenga

pero henchido de momentos

pellizcados por la esencia

que supuso, para este hombre

confiar en Tu presencia.

 

Y cuando  quieras llamarme

y en cenizas me convierta

déjame que te relate

que desnude mis vergüenzas

que Tu cruz divida en dos

mis latidos y mis quimeras

y perdóname las faltas

que dan luz a mi ceguera…

y que sepas que te quise

más allá de tus banderas

de tu Ermita, de tu altar

de tus vientos, tus grandezas

y acuérdate de mi nombre

de mis tropiezos y piedras…

y de esta sencilla oración

que quedará en mi cuaresma

y en el recuerdo perpetuo

de este simple juntaletras.

 

 

He dicho…

 

 

  


Esta Evocación de las Siete Palabras de Cristo ante el Calvario fue un regalo que El Cristo me hizo una cuaresma de febrero, en la que de nuevo me volví a sentír un escribano de barro.

 

El Cristo es Jerez


24 DE FEBRERO DE 2024



 

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