Ahora
que los caminos que llevan hasta tu aldea rebosan por las marismas plegarias que
se anudan al cuello de los peregrinos, déjame que te confiese en la distancia que
nos une aquello que nunca he sido capaz de contarte cuando he estado lejos de Ti.
Apenas quedan
secretos ya que desvelarte.
Conoces como nadie
a que huele la senda de mis latidos; vislumbras en el horizonte la nostalgia de
mis atardeceres cuando te pregunto por mis ausencias y sabes -como sólo lo sabe
el aire-, que en las orillas de mi carácter se van acumulando los rencores de aquellos
que un día me apreciaron.
Tranquila, haré
caso de tus consejos y seguiré sin echarles ni cuenta; me estoy acostumbrando a
convivir con ello; todo lo contrario a lo que me sucede cuando Pentecostés se
asoma por el calendario.
Y es que no me
acostumbro a cohabitar con esta moda pasajera que tanto daño te está haciendo cuando
veo a tantos rocieros de temporada
que solo llevan un par de rocíos sobre sus huellas y que enarbolan la bandera
de la auténtica fe en Ti sin detenerse en preguntar a qué dirección manda uno sus
rezos.
Y es que no me
acostumbro a tener que dar explicaciones sobre mis luces y mis sombras, esas
que sólo tu azulejo difumina cuando me persigno al pasar por delante de Santo
Domingo.
Y es que no me
acostumbro a tener que escuchar cada año las mismas explicaciones sobre aquello
de lo que es el camino o deja de serlo; a ver cuándo se enteran que no hay
mayor ofensa que la de sentirse ofendido.
Sabes que yo no
soy rociero, pero en mi memoria hay pasadizos donde se reflejan los recuerdos
de tu rostro oponiéndose al miedo, bien en forma de estampa, bien en forma de cordón
renegrio, bien en forma de ramillete
de romero.
Sabes que yo no
soy rociero, pero en mi sien hay sonidos clavados donde se confunden inicios de
sevillanas con presentaciones de hermandades al llegar el mediodía del sábado.
Sabes que yo no
soy rociero, pero sobre mis dedos aún quedan restos de aquella vez que me
abracé con tanta fuerza al frio de tu reja y la sangre rompió a llorar por mi
nariz en aquel antiguo cuarto de las velas.
Y sabes mejor
que nadie lo que me está doliendo perder poco a poco a esa niña que solo vive
pendiente de Ti; al menos apriétale la mano para que respire otros veintiún y
cuéntale cuando la veas que la echo de menos.
Me niego a estas
alturas de mi vida a renunciar a tu nombre, a esquivarte la mirada o a perderme
en la infinidad de tu gracia, pero yo al menos soy sincero y ante Ti descubro mi
alma de cofrade a la que le falta el pespunte de tus mañanas, el festejo de tu
llegada o el canto de tus poemas.
Si aun así quieres que me pase a verte; si aun así me
aceptas como hijo; si aun así eres capaz de perdonarme, sombréame una sonrisa
que yo iré a rezarte, aunque yo no sepa quererte como lo hacen los demás.
No se que decirte, yo Rociera de los Caminos duros y alegres, de cuando no existía ni nieve para refrescar las bebidas, y los conejos y los pollo iban en las arcaja bajo la carreta.
ResponderEliminarSolo me sale decirte. Buen Hermano que la Virgen te acompañe y te guié por los Caminos de la vida..un abrazo.
La quieres como hay que querer al Señor y a su Bendita Madre, como se debe quererlos..., en la intimidad de tu corazón. No hay mejor sevillana que la que se canta, disfrazada de oración, en el cabecero de la cama.
ResponderEliminarSigue queriéndola así.