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Cuando pase el tiempo


         Ahora que al fin dejas que mi pena se pierda por las costuras del sueño, que la soledad de mi camarín arropa sin clemencia mis remedios y que el tiempo ha ido devolviendo lo que es suyo a cada dueño, ahora, precisamente ahora, antes de que la primavera apadrine los cielos de recuerdos, déjame que sea yo quien remate el final de este cuento.

Así que pasa, ponte cómodo, busca el mejor asiento, que lo tengo que confesarte son desgarros paridos a contratiempo.

A día de hoy me apena lo que sucedió. No paro de darle vueltas al descansar entre viñas, al descalzarme en mi templo; creí conocer todas las dagas que atraviesan el alma sin apenas mancharse su hoja, pero me enseñaste una nueva.

Tuviste una oportunidad para gritarle al mundo que tus murallas, que tu historia, que tus fronteras se rinden ante mis plantas, pero tu carácter, ese regalo que de vez en cuando abres con malicia, hizo que estuvieras mas pendiente de dibujar utopías en el aire que de disfrutar de Mí por las calles de nuestra ciudad.

Sabes mejor que nadie que mis caminos son inescrutables, pero este camino que juntos íbamos a recorrer estaría cargado de Luz, de Paz, de cuentas de un Rosario que aparcó el orgullo para que volvieras a Mí, pero una vez más te pudo la apatía y la pereza.

Y lo que más me duele de todo esto es que sigues sin entender nada por esa manía tuya de compararte con los vientos, de adorar los espejos de los demás, de querer no quererte; y como siempre, la que paga los platos rotos soy yo.

Te conozco desde años, y créeme que ya no puedo más con esa indiferencia tuya, con esa ganas de pisotearlo todo, con esa indolencia, con ese frio que no solo se refugió en la Alameda Vieja aquella tarde, sino que dejaste que circulara por tus venas cuando te colgaste el escapulario de mis consuelos sobre tu pecho henchido.

Llevas algún tiempo perdido, avanzando sin rumbo fijo, con el pie cambiado, desorientado.

Apenas vienes a verme si no es para pedirme, para rogarme, para suplicarme que interceda por ti para que te colme de salud, de trabajo, de suertes que sosieguen tu maltrecho monedero, y cuando yo salgo a la calle dejando atrás los lienzos de mi pena sobre cruces que esta vez no me pudieran dar sombra, miras para otro lado y pisas con soberbia el trabajo de los demás.

Me engalanaron para ti. Me perfumaron para ti. Me desvelaron para ti. Pero  a veces, ni las galas, ni los perfumes, ni los desvelos sirven para zarandear tu corazón de piedra, ese que late a destiempo cuando no se hace lo que dictan tus sentidos.

Y si eres así conmigo, como no serás para tus iguales.

Dejé atrás el tenebrismo de mi pena, fui a tu encuentro pero no estabas, me deje llevar por las quimeras de unos cuantos, con la certeza de que a pesar de todo me amabas, pero no estabas por la labor, no quisiste darme la cara; y ahora te crees con el derecho de sacar pecho y decirme a Mí como debería de haber sido.

Cuando pase el tiempo te darás cuenta de todo lo que entre lágrimas hoy te he ido diciendo.

Y ahora, déjame, vete por dónde has venido. Vuelve a dejarme a solas, con mis tristezas, con mis desvaríos, quiero llorar en silencio por cada una de mis culpas, por cada uno de mis hijos; y a ver si acaba este miserable año de la Fe y vuelves a creer en Mí como yo lo hago contigo. 


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