Cada vez que el
mes de mayo se acomoda en las persianas del atardecer, siento a los repelucos
de los recuerdos comenzar a batir sus alas, volviendo a sobrevolar los poros de
una piel que a estas alturas del año ya andan pidiendo los domingos por la
mañana la venia necesaria para mudar su color por un tono algo más oscurito.
Es quizás la
época del año donde más nostálgico me vuelvo, donde más me gusta repasar las
huellas de mi presente, y donde los pellizcos del mes de María denotan que sigo
siendo salesiano, le pese a quien le pese.
Así, sé que el
día que sale a la calle mi Virgen es el día de los encuentros, de los saludos,
de destapar la nostalgia y compartir la añoranza con los compañeros de banca y
con los profesores, cuando éstos sólo admitían que se les llamase de don y se les respetaba con sólo oler su
sombra.
Sé que el mes de
las flores sirve para buscarse en los espejos de lo que se es cuando los
reflejos de lo que somos se emborronan por culpa del vaho de las desilusiones.
Y también sé que
crecer bajo la mirada de un crucifijo, posado sobre una pizarra - ya sea de
tiza blanca o digital-, moldea nuestro carácter de manera especial; nunca nos
hicieron mejores, sencillamente, nos hace ser diferentes.
Y todo se lo
debemos al que desde este pasado viernes tiende su mano a las puertas del Santuario
de María Auxiliadora, lugar donde algún día el sueño de un sí quiero se hará
realidad, lugar donde encontré a la que unos cuantos me quisieron arrebatar.
Puedo decir
orgulloso que eche los dientes bajo las faldas de la que un día lo hizo todo, llevando
por siempre impreso ese legado sobre mi sangre; simplemente, tuve esa suerte.
Muy bonitos recuerdos, yo al contrario que a ti, este mes no me hace reflexionar o añorar, me hace el efecto de empezar a mover todo aquello que esta adormecido por el largo invierno ...saludos..
ResponderEliminar