Cuando se oyeron en la calle los últimos pasos del mayordomo buscando éste el descanso de su hogar, a esos de las dos de la madrugada, en la Iglesia del discípulo de Pablo se hicieron las miradas y se escucharon los ecos de los latidos a contratiempo. En la oscuridad de aquellas naves reinó desde ese instante el silencio, aquel convidado de piedra que tendió sus manos arrugadas a todos aquellos que no se atrevieron a hablar, a aquellos que no sabían que decir, a aquellos que no alzaron la voz por el miedo a ofender a la historia, esa que se perfilaba en los rostros de dos vírgenes encontradas en sus advocaciones. Fue en ese instante cuando Dolores tendió sus dedos para que Esperanza se aupara a su altar; fue en ese instante cuando Esperanza le tomó del brazo para acurrucarse sobre su pecho. Lo que ambas se...