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Una Vieja Amiga.

    Hace un par de días volví a encontrarme con ella. Estaba intentando que mi piel fuera cogiendo su color veraniego de una forma natural, dejando que se tomara su tiempo, que cumpliera con cada una de sus fases de desarrollo sin prisas, y no encontré mejor crema que la de anclar mis pies descalzos bajo la orilla de una playa a media mañana, sentir el vaivén de una olas entre susurros y embestidas del aire, y advertir cómo los tobillos de uno se van solapando a los hilvanes de un mar que a esas horas ya se había pintado la cara con coloretes de inocencia.     Suelo hacerlo a menudo. Tanto en verano como en invierno. Me acerco de manera sigilosa hasta ese borde fronterizo que no deja claro donde acaba lo seco y donde empieza lo húmedo para oír, en parte, a ese mar del que tan preso soy, y para escuchar, por otra parte, lo que soy capaz de contarle entre murmullos de silencios. Sus respuestas, puestas en boca de esa espuma que se esfuma entre ...

El color del llanto.

  A lo largo de mi vida he visto deambular por mis mejillas multitud de lágrimas, señal inequívoca de que mi corazón desata sus costuras de vez en cuando para romper aquellos silencios incómodos e hirientes, para acallar a una rabia que por momentos no le deja articular palabra o para enfrentarse a una tristeza que se viste de miradas y abrazos envenenados. Es una manera simple y personal de vaciarnos por dentro, de zarandear a nuestras heridas, de acunar a nuestras nuevas cicatrices y de tomar aire para enfrentarnos a unos recuerdos que el tiempo irá tejiendo entre pespuntes de nostalgias. Reconozco que me cuesta romper a llorar, que a veces intento hacerme el fuerte ante situaciones que me desbordan, que me agarro con ímpetu a la barandilla de la hombría porque eso es lo que los demás esperan de mí, pero en el fondo soy igual de vulnerable que los demás y, cuando exploto a llorar, lo hago sin miramientos ni remordimientos. Así, y echando la vista hacía atrá...

Regalos sin envolver

                 Suelo enmarcar entre suspiros de asombro la cara que se me queda cada vez que tengo la suerte de recibir un regalo. Introvertido y poco dado a expresar en público lo que siento por miedo a condenarme a mis palabras o a mis gestos, reconozco que lo paso mal cuando en un momento dado soy yo el elegido para vivir una situación de esas, pues son los nervios y la incertidumbre los que toman de la mano las riendas de la alegría, y asisto con sorpresa cómo las tiras de papel se acumulan entre mis manos, oyendo de fondo las sonrisas del tiempo y los aplausos cómplices de los demás presentes. A día de hoy - y con más de treinta primaveras vividas bajo las huellas de mis sueños -, sé que tengo que aprender a enfrentarme a esos momentos con mayor tranquilidad; sé que tengo que vivirlos con mayor naturalidad; sé que debiera de disfrutarlos porque, al fin y al cabo, recibir un presente implic...

El aroma del Puerto.

         Tiene guardado en algún bolsillo de su memoria el lienzo de aquel rincón donde de pequeña correteaba buscando las risas cómplices de otros niños a la sombra de la tarde por la calle Luna. En su piel se confunden las arrugas de los años con las huellas de los granos de arena que embadurnaban su cuerpo antes de bañarse en las calas que ha bocados el mar ha atrapado para sus adentros, perfilando el perfil de aquella tierra sureña entre vientos y rocas. Sobre la ribera del puerto, vivió sus primeros amores. Apoyada sobre aquella baranda soñaba embarcar sus besos a bordo de aquellos barcos que zarpaban al atardecer diciendo adiós entre vaivenes de penas, y por la noche le gustaba regresar a casa despeinada, cogida de la cintura, robando suspiros a los silencios de los zaguanes donde la pasión se desataba a escondidas. Desde hace años no le hace falta mirar ningún calendario para saber que sus pies descalzos pronto vol...

Pétalos sin corona

          Sabía que existías en algún lugar. Sabía historias, retazos, leyendas que hablaban de Ti. Sabía que iba a ser un día grande para los hermanos de la Salle, un regalo para este pueblo, un fin de fiesta para los pies. Sabía que en las pupilas de tu mirada Sebastian Santos escondió los besos enloquecidos de una hija,… pero nunca imaginé que fueras así. Fui a tu encuentro vestido con el traje de inocencias, sabedor de que aquel no era mi sitio, de que aquel no era mi patio, de que allí no se escondía mi fe. Sólo quería verte pasar, no molestar y rezarte un Ave María cuando te tuviera enfrente, pues es la única forma que uno tiene para pedirte cosas sin alzar la voz - en este caso para que lo sigas cuidando -, y al final de la noche acabé con el traje oliendo a incienso y con los hombros llenos de pétalos de tu gracia. Me fui temprano para coger sitio. Lo miré todo con ojos inocentes; no me podía permitir el lujo de que se me escapara ningún detalle,...

El balcón de la abuela

                         Tengo un desván en algún lugar de mi alma donde voy acumulando los retazos, las vivencias, las quimeras; los desencuentros, las amistades, las lágrimas,… Los ato con fuerza a hilos de nostalgias, los envuelvo entre papeles tintados, los ordeno de menor a mayor, y de tarde en tarde suelo abrirlos, acariciarlos a escondidas, cogerlos de la mano y pasear junto a ellos por senderos de silencios. Los tengo siempre presentes. Son las huellas olvidadas del ayer donde encuentro las pisadas del hombre que camina hoy entre sueños encaprichados. Recuerdos que crecen entorno a unas sombras que como raíces, hacen que mis pies sigan anclados a una tierra que cada noche me devuelve a la realidad de mis días. Siempre digo que el que quiera conocerme sólo tiene que rebuscar entre los espejos encalados de mis palabras o buscarme entre las palabras que encalaron mis espejos. En ellas se esconden mis re...

El espejo del Escribano

         La luz que envuelve mi habitación una mañana de domingo tamiza mis recuerdos, mis fobias, mis sueños. Se cuela por la ventana, con la cabeza agachada, acariciando cada latido, cada victoria, cada derrota que se dibuja en los garabatos de mi memoria. Al mirarla cara a cara, la sombra que perfila sobre mi mesa me hace ver aquello que un día fui, aquello que actualmente soy y barrunta, sin decirme nada, aquello que algún día seré. A medida que el tiempo va ganándole terreno al minutero, esa luz busca acomodo entre los lomos de mis libros, entre las añoranzas de mis fotografías, entre las hojas tintadas de quimeras, hasta que se posa en un viejo espejo, recubierto éste por arrugas y por moratones. Es en ese espejo, cómplice de mis correrías y aliado de mis secretos, donde se van enmarcando mis días de vino y de rosas; días en los que las musas se arremolinan entorno a mis suspiros; días en los que la felicidad me pide cons...