Me contaron que se dejaron de hablar sin saber muy bien los motivos reales de sus silencios. Fueron dejando pasar los días, esperando que uno de los dos diera el primer paso, y se convirtieron en dos perfectos desconocidos a la hora de comer. La situación llegó a tal punto que se esquivaban, evitando mirarse a los ojos y volver a sentirse uno parte del otro; una vez que uno se sienta en la silla del orgullo, poco a poco los pies se van alejando más del suelo, y lo que realmente se teme es caerse y perder ese sitio de privilegio, más por el que dirán que por lo que uno es capaz de decir. Con lo fácil que hubiese sido entonar el mea culpa y pedir perdón… Pero que difícil se nos hace rebuscar esa palabra en nuestro interior y soltadla de vez en cuando; quizás la culpa de todo esto sólo la tenga este ser humano que nace, crece y se reproduce en un mundo tan cambiante y en el que usted y yo estamos incluidos, conformando una sociedad que por día que pasa más aislada se enc...