Me contaron que se dejaron de hablar sin saber muy bien los motivos reales de sus silencios.
Fueron dejando pasar los días, esperando que uno de los dos diera el primer paso, y se convirtieron en dos perfectos desconocidos a la hora de comer.
La situación llegó a tal punto que se esquivaban, evitando mirarse a los ojos y volver a sentirse uno parte del otro; una vez que uno se sienta en la silla del orgullo, poco a poco los pies se van alejando más del suelo, y lo que realmente se teme es caerse y perder ese sitio de privilegio, más por el que dirán que por lo que uno es capaz de decir.
Con lo fácil que hubiese sido entonar el mea culpa y pedir perdón…
Pero que difícil se nos hace rebuscar esa palabra en nuestro interior y soltadla de vez en cuando; quizás la culpa de todo esto sólo la tenga este ser humano que nace, crece y se reproduce en un mundo tan cambiante y en el que usted y yo estamos incluidos, conformando una sociedad que por día que pasa más aislada se encuentra de sí misma, despersonalizándose a cada paso que intenta dar, encorsetada a una serie de valores que, al actualizarse, nada tienen que ver con los originales.
Y es una pena, una lástima que algo que se nos inculca desde pequeño se convierta en algo frío, por el simple hecho de que dar la cara es algo que ya no se lleva.
Pedir perdón por un mal gesto, por una mala contestación, por una mala gestión…mirándonos a la cara es algo que está pasado de moda gracias en parte a las nuevas tecnologías, bueno, mejor dicho, al uso que de ellas hacemos; si me mosqueo contigo o veo que en algo te he fallado, recibirás una notificación mía en forma de mensaje, y ya cuando te conectes, lo lees y lo valoras en su justa medida.
Así funcionan las cosas ahora, y así me enrabio cada vez que veo que este valor se nos está yendo de las manos, creando generaciones con muy poca personalidad a sus espaldas.
Los entendidos en materias de este tipo dicen que esto se debe al devenir de los tiempos; pues malditos tiempos venideros nos esperan por vivir.
Nos creemos con miles de derechos, y apenas somos capaces de cumplir con un deber tan sencillo como el de acariciar una piel cuando en un momento determinado la hemos herido.
Son cosas que cuando uno la ve a lo lejos puede sentir dolor, pero cuando uno la vive en primera persona lo que siente es una tristeza que se vacía cada noche al son de latidos inquietos.
Y tan difícil no es pedir perdón, aunque hay personas que por lo visto evitan pedirlo porque les han dicho que los labios se gangrenan y una especie de lepra puede asomarse por ese balcón que utilizamos para comunicarnos.
Empiezo dando ejemplo, y si en algo te he fallado, acepta mis disculpas, pero mírame a los ojos para que pueda verme reflejado en ellos.
Te lo agradeceré.
Publicado en espaciodigital.es
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