Uno
cae en la cuenta de que los bolsillos de la cintura van pesando más de lo
debido cuando las velas de los cumpleaños apenas pueden soplarse.
Con los años
vamos acumulando golpes, bofetadas, estrías alrededor de nuestra cintura cuya
única función es ayudarnos a descubrir la verdadera cara oculta de la vida, ese
regalo del que no somos dueños y que viene envuelto entre lágrimas de cristal.
Apenas le
hacemos caso a estas cosas, pero nuestra piel es más frágil de lo que en el
fondo es.
Podemos hacernos
fuertes ante los insultos, podemos pisar la cabeza del que ose hacernos daño,
podemos ignorar con nuestro silencio al que nos echa de menos,… pero en el
fondo lo que estamos haciendo es proteger nuestra piel, nuestros latidos,
nuestra vida, ocultando que somos seres débiles, tiernos, rompibles.
Y nuestra piel,
nuestro latido, nuestra vida se nos rompe en el momento más inesperado, en el
momento más inoportuno, en el momento más brusco, dejando cicatrices a nuestro
alrededor que jamás se recompondrán.
Como aquellas
que tardarán en brotar en los familiares de los que iban en ese tren que ha
descarrilado por la insensatez de la velocidad; o la que acunó esa llamada que
dijo, tras un quebrado susurro “todo se ha
consumado”; o la tragedia que están asimilando esas dos familias cuando la
otra tarde ni siquiera pudieron decirles adiós a los que más querían.
Pero es ahí, cuando
todo pierde su sentido, cuando la locura abraza los gritos, cuando uno cree caminar
por el abismo de la sinrazón cuando tu voz es más que necesaria, aunque sea desconocida,
aunque pienses que no reconforta, aunque esté llena de dudas, de cansancio, de
dolor,… porque eres el portador de la única Palabra que tiene sentido en todo
esto.
Porque, cuando
no hay palabras, las tuyas son más que necesarias amigo Pater.
Es mucho el dolor que provocan tragedias como la de la semana pasada, no creo que haya nadie que no se haya sentido, de algún modo, a bordo de ese tren.
ResponderEliminarBesos