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Silencios...

Gracias a este tiempo juguetón e indeciso del mes de octubre, llevo una semana aquejado de una laringitis y de un reposo forzoso que me ha servido para algo más que guardar silencio. Atendiendo a los consejos de mi médico, he dejado que mi voz descansara un par de días y he aprovechado para escuchar y ver cómo hablan los que están alrededor mía. De esta forma, certifico que vivimos en la sociedad del escaparate, del mírame, pero no me toques , del roneo constante, filtrado y glamuroso. A todos nos gusta relatar pormenorizadamente aquello que hacemos, aquello que no podemos hacer, aquello que nos gustaría estar haciendo. Miramos con envidia al que tiene dinero, al que tiene hobbies, al que tiene a alguien en su casa esperándolo con los brazos abiertos y la cena envuelta en confesiones y besos, … Pero me ha dado pena comprobar cómo muchas personas se dejan arrastrar por los cuatro o cinco pensadores de turno, buhoneros de Twitter y Facebook, filósofos a tiempo par...

Banderas...

Llevo días manteniendo a la hora del almuerzo discrepancias con mi sobrina acerca de la bandera española que pende de la barandilla del balcón de su casa. Y todo viene porque tengo sentimientos encontrados acerca de esta fiebre patriótica que a todos mis paisanos les ha entrado de repente. Acostumbrado a estas exaltaciones sólo cuando la selección de fútbol gana, me sorprende saber que en cada casa había tanto españolito oculto que ahora presume de nación, de raíces y de himno. Y es que, verán. A mí me gusta ver cómo el pueblo, la gente llana, mis vecinos de toda la vida se unen bajo la piel del toro o el pasodoble de Manolo Escobar, pero me cuesta pensar que sólo hemos salido a la calle por defender un trozo de tierra, hemos puesto el grito en el cielo para derrumbar un muro de odios y ahora esta patria se siente orgullosa de sí misma cuando yo sufro en mis carnes cómo la mitad de esta patria se burla de mi forma de hablar, de ser y de vivir. Aplaudo al que se si...

Calderón, hasta siempre...

Hace una semana me despedí del estadio Vicente Calderón. Era una visita obligada antes de que el recuerdo y los tiempos modernos envuelvan de nostalgias aquella parte de la capital del reino.   Sólo había pasado un par de veces en coche por sus alrededores y tenía ganas de sentirlo, de pasearlo, de verlo. Se sigue respirando fútbol por sus costados mudos, esos que poco a poco van mudando la piel con la pena cogida al pecho. Se siguen escuchando cánticos en el aire, los de una afición que por encima de todas las cosas ama los colores de su equipo, sin saber muy bien por qué sienten lo que sienten por sus venas. Y se sigue ondeando sobre el césped la bandera de la fuerza, la garra, la lucha… valores que no se enseñan en las escuelas, escuelas que deberían de aceptar estos valores y ondearlos como bandera.    Perdí la mirada en sus gradas, y la memoria se acortó para imaginarme a aficionados envueltos en bufandas rojas y blancas animando a un equipo q...

Soy maestro...

    Hay varias cosas en este mundo de las que me siento realmente orgulloso, entre las que destaco siempre que puedo mi educación salesiana, mi corazón de sevillista y mi título por partida doble de Maestro de Educación Primaria y Educación Infantil. Pude haber sido médico o periodista, pero elegí una vida entre pupitres, babis y llantos en el mes de septiembre.   Y ahora que los cuadernos de dos rayas ya tienen la primera hoja escrita con buena letra, me van a permitir que les explique por qué este simple juntaletras se siente orgulloso de ser un maestro escuela. Soy maestro porque me gusta pensar que estoy dejando a mis espaldas un mundo mejor, porque no creo en la burocracia del sistema educativo y sí en las sonrisas de mis alumnos, y porque el futuro no sirve de nada si a las generaciones venideras no se les forma desde el cariño y desde la sinceridad que cada uno lleva en sus bolsillos y cicatrices. Soy maestro porque soy un inconformista que ...

Bancos de colores...

Señoras y Señores. Ladys and Gentlemans. Mesdames et Messieurs… Déjenme que les cuente, les presente y les confíe la última atracción que esta Noble y Leal ciudad de los Despropósitos y Suciedades Eternas oferta a propios y extraños a lo largo de sus calles, parques y aledaños. Estoy seguro que sus ojos jamás vieron nada igual y que una vez que la conozcan, inundarán de fotos su muro de Facebook.    Y es que repartidos por la Ronda del Colesterol y por diversas zonas de la ciudad usted puede sentarse en unos maravillosos bancos de hormigón envueltos en colores que de seguro que serán cómplices de mil confesiones y risas. La ciudad los necesitaba. Los jerezanos los necesitábamos. Yo los necesitaba. Y quién mejor que nosotros para albergar esta iniciativa, al igual que en su día hicimos al colocar una rotonda con caballitos con la piel amarilla, verde, lila… Quién mejor que nosotros para facilitarle a la juventud que pele la pava cada noche en un banco di...

Imagina...

Imagina que llevas ahorrando un año para poder visitar Barcelona con la ilusión de enseñarle a tu hijo pequeño la ciudad donde juega su ídolo, Leonel Messi. Imagina que la última tarde la reservas para comprar los recuerdos para la familia y dar el último paseo por Las Ramblas; a saber cuándo podrás regresar. Imagina el bullicio, la alegría, los colores de la vida envolviendo al tiempo y al júbilo hasta que unos cuantos asesinos deciden jugar a ser Dios y empotran su fanatismo sobre un acerado de cenizas.      Imagina que salvas la vida -y la de tu hijo-, porque un segundo antes has entrado en una tienda a preguntar por el precio de una camiseta; imagina entonces que el ruido, el caos y el miedo te hacen salir a la calle y sólo ves una turba sorteando adoquines entre sangre, dolor y pánico. Imagina que no entiendes nada y que tu instinto de padre hace que busques a tu hijo desesperadamente para ponerlo a salvo en el interior de tus brazos. Imagina...

Jerez se desangra...

Y lo hace poco a poco. Despacito. Con parsimonia. Disfrutando de su agonía al sentir cómo por su cuello se va enredando la soga de su muerte anunciada. Y digo disfrutando porque aquí nadie hace nada. Aquí no pasa nada. Aquí no nos duele nada. Pero a este junta letras de Torresoto le duele su tierra. Y bastante. Y me enrabio al pensar que nadie pone pie sobre pared para calmar mi pena, mi desazón y mi tristeza al ver cómo se nos está yendo la vida. Tristeza que me persigue al pasear por mis calles cuando la luna asoma en la noche, reinando sólo su reflejo por las esquinas donde el miedo este verano está haciendo de las suyas. Esta vez les ha tocado el turno a los bares y a sus terrazas veraniegas, y al ruido molesto que provocan que los vecinos colindantes no puedan conciliar el sueño. Ahora saldrán los que regentan nuestros hilos y alguna que otra asociación diciendo que pronto se llegará a un acuerdo, pero poner “toque de queda” al centro en estos meses calur...